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Ya puedo morir en paz

Pedro Escartín
1 de febrero de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio de la Presentación del Señor (IV T.O.) – C – (02/02/2025)

Hoy celebramos la Presentación de Jesús y la Purificación de María, cuarenta días después del nacimiento de su primer hijo conforme a lo prescrito por la Ley de Moisés. Al comienzo de la celebración se han bendecido las candelas, símbolo de la fe que ilumina la vida, y acabamos de conocer a dos ancianos entrañables, Simeón y Ana, representando al pueblo creyente, como Lucas narra en el evangelio (Lc 2, 22-40), pero al encontrarme con Jesús no he podido dejar de decirle:

– Tu presentación a Israel no fue demasiado consoladora: sólo dos ancianos te reconocieron como la luz que ilumina nuestras vidas y, a renglón seguido previeron que serías signo de contradicción y anunciaron a tu madre que una espada le traspasaría el alma. Estoy por decir que hubiera sido mejor que aquel día no os hubierais dejado ver en el templo.

– ¿Por qué dices eso? ¿Acaso olvidas que, mientras el mal esté presente en el mundo, los que buscan al Padre serán zarandeados por el maligno, aunque éste nunca tendrá la última palabra?

– Pero me apena recordar tu llegada al templo aquel día. ¡Debió ser tan triste para María y José el verte reconocido sólo por dos ancianos! ¿Dónde estaba el resto de aquel pueblo que esperaba al Mesías? -he dicho tratando de justificar mi decepción; he tomado un sorbo de café y Jesús me ha mirado reclamando mi atención-.

– ¿Y la calidad espiritual de aquellos dos ancianos no valía tanto o más que las aclamaciones de la multitud, o piensas que los ancianos no cuentan? Te recuerdo que Simeón dijo: “¡Ya puedo morir en paz! Mis ojos han visto al Salvador”. Aquel anciano, justo y piadoso, aguardaba la liberación de Israel y fue al templo impulsado por el Espíritu; al reconocer que tenía en sus brazos al Salvador, se dio cuenta de que el Padre cumple lo que promete y esto lo llenó de gozo. Luego profetizó qué sería de mí: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será un signo de contradicción; pondrá de manifiesto los pensamientos de muchos corazones…», una tarea que no se lleva a cabo sin ser tocado por el sufrimiento; por eso dijo a mi madre: «Una espada te traspasará el alma», y mi madre aceptó lo que se le venía encima en silencio y con esperanza…

– Ya sé que así fue, pero todo ocurrió en la intimidad de una familia corriente sin que nadie importante se diera cuenta. ¿Cómo reconocería la gente que el Mesías había llegado?

– Confías demasiado en la publicidad -me ha dicho con su taza de café en la mano-. Querido amigo, a poco que os descuidáis, la propaganda deforma vuestros corazones. Primero te ha dolido que sólo dos ancianos salieran a mi encuentro, sin reparar en la calidad espiritual de aquellos ancianos; luego echas de menos las multitudes, sin pensar en lo versátil que es el clamor de la gente: hoy puede aclamarte una multitud y mañana, convenientemente manipulada, esa multitud puede condenarte. Al final, lo único sólido que queda es la sinceridad del corazón, que se forja en el silencio y la contemplación.

– Pero así se ganan pocos adeptos -he reaccionado sin pensarlo dos veces-.

– Ni falta hacen según que adeptos -me ha respondido con la misma espontaneidad-. Mi presentación en el templo fue el cumplimiento de una norma de la Ley del Señor. Quienes esperaban en Él me reconocieron como «luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel». Sólo María, José, Simeón, Ana, y pocos más se dieron cuenta de que tenían con ellos al Salvador y, sin embargo, ¡cuánta gente de corazón sincero me ha conocido y ha vinculado su vida con la mía desde entonces! Has de confiar un poco más en la presencia activa del Espíritu en el mundo -me ha dicho indicándome que teníamos que despedirnos-.

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