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Y a tu prójimo como a ti mismo

Pedro Escartín
28 de octubre de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXX domingo del tiempo ordinario – A –

Mateo subraya que la oposición de los jefes contra Jesús llegó a ser un movimiento organizado y liderado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, al que fariseos y saduceos no fueron ajenos. Su intención era apoderarse de él con engaño y darle muerte, cosa que lograron unos días más tarde. En estas circunstancias, no puede extrañar que las diatribas que mantenían con Jesús estuvieran trufadas de preguntas engañosas. En el evangelio de este domingo (Mt 22, 34-40), la pregunta pretendió cebarse en el mandamiento más importante…

– En esta ocasión no fueron demasiado astutos, porque preguntar a un judío por el mandamiento principal no tenía demasiado recorrido -he dicho a Jesús cuando ya teníamos los cafés sobre la mesa-. ¿Qué pretendían conseguir con una pregunta tan simple?

– Más de lo que a primera vista pudiera parecer -me ha respondido con su taza en la mano-. Con esa pregunta, los fariseos intentaron poner de manifiesto que yo no sabía interpretar la ley de Moisés y que por lo tanto no era digno de crédito.

– Explícamelo porque no lo entiendo -he replicado-. Todo judío piadoso recitaba cada mañana el “Shemá, Israel”, que dice: “Escucha, Israel, amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser…” ¿Cómo no ibas a saber tú cuál es el mandamiento principal?

– Pero olvidas que el estudio de la ley de Moisés había llevado a los fariseos y maestros de la ley a deducir una serie interminable de preceptos; ante la imposibilidad de recordarlos todos y sobre todo de practicarlos, hizo fortuna la pregunta sobre cuál era el principal. Ellos esperaban que yo no conociera sus eruditas y encontradas opiniones sobre la Ley y pensaban que así podrían desprestigiarme ante el pueblo…

– Y no contaban con tu habilidad para desmontar sus capciosas preguntas -he añadido sonriendo-.

– No era mi habilidad dialéctica lo que estaba en juego, sino la búsqueda sincera de la verdad -me ha corregido poniendo de nuevo la taza de café entre sus manos-. Lo importante no es saber cuál es el mandamiento más importante, sino buscar el origen de todos ellos, el origen de aquel “Shemá, Israel”, que recitaban a diario. Y el origen no es otro que un sincero amor a Dios y al prójimo. De aquí depende todo; además no son dos amores, sino un mismo amor en el que ambos se apoyan: si no amáis a Dios os será imposible amar a la gente que convive con vosotros, pero si no os amáis unos a otros, vuestro amor a Dios será vana palabrería. Filiación y fraternidad es la clave para que el Reino de Dios habite entre vosotros…

– Nada fácil, por cierto -le he interrumpido-.

– Y perfectamente posible, porque, cuando os sentís hijos del Padre, Él se encarga de daros la fortaleza para arrancar de vuestros corazones el mal que no os deja ser hermanos y para superar el odio que no os deja ser felices. Sólo hace falta que os atreváis a ser sinceros con Él.

– Que era justo lo que les faltaba: sinceridad, pues buscaban acabar contigo -he concluido-.

– Y tampoco se daban cuenta de que nadie me podía quitar la vida, pues era yo quien la quería entregar libremente por amor a vosotros -me he dicho mirándome a los ojos-, ya que nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos y vosotros sois mis amigos…

– ¡Cuánto me falta aún para que te conozca de verdad! -he exclamado sacando unas monedas-. Acepta que te invite, aunque sea con tan poca cosa, para decirte: ¡Gracias!

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