El día de la Anunciación del Señor, el pasado 25 de marzo, toda la Iglesia diocesana se unió a la consagración de la humanidad, particularmente de Ucrania y Rusia, al Corazón Inmaculado de María. El papa Francisco, unos días antes, nos lo había pedido a todos los obispos del mundo: “La Iglesia, en esta hora oscura, está fuertemente llamada a interceder ante el Príncipe de la paz y a estar cerca de cuantos sufren en carne propia las consecuencias del conflicto”.
El texto de la oración que nos envió el Papa para, en unión con él, consagrar la humanidad a la Virgen María, Reina de la Paz, es bello y exigente, solemne y confiado, urgente y esperanzado. Me gustaría que todos pudiésemos llevarlo a la oración, extendiendo esta súplica por la paz a todas nuestras familias y a todas las personas. Los últimos días de esta Cuaresma pueden ser una buena ocasión para mirar al Crucificado y a su Madre, pidiéndoles por la paz y la concordia.
En su oración, el papa Francisco nos invita a mirar el Corazón de María como un regalo del Padre, como “un refugio para la Iglesia y la humanidad”. En él, podemos escuchar con toda su fuerza aquellas palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. También nos invita a ir hasta Caná: el “no tienen vino” de entonces se ha convertido en un “se nos ha terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad”.
Son palabras tremendas: “Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna”. Sí, esta situación solo puede arreglarla una madre. Así se dirige el Papa a María: “estrella del mar”, “arca de la nueva alianza”, “tierra del cielo”, “reina del rosario”, “reina de la familia humana”, “reina de la paz”… pero, sobre todo, madre que abraza a la “humanidad agotada”.
“Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón Inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania”. Esta es la petición del papa Francisco y de toda la Iglesia. Una petición que conlleva otras: “vuelve a traernos la armonía de Dios”, “disipa la sequedad de nuestros corazones”, “haz de nosotros constructores de comunión”, “guíanos por sendas de paz”.
Jornada por la Vida
En Zaragoza, esta consagración se realizó en el Pilar, al término de la eucaristía de la Anunciación del Señor en la que también celebramos la Jornada por la Vida. En ella, tuve la oportunidad de bautizar a cinco niños, nacidos en la casa cuna Ainkarén, un verdadero milagro realizado gracias a la iniciativa de laicos de nuestra Diócesis, que ayuda a madres gestantes con dificultades, ofreciendo una alternativa real a la posibilidad de abortar y transmitiendo esperanza y paz.
Rezar a la Virgen y consagrarle la humanidad “implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato” (Mensaje para la Jornada por la Vida, Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida). Ante la tiranía de la muerte, los discípulos de Jesús estamos llamados a acoger y cuidar la vida que viene de Dios.
Perseveremos en la oración por la paz y en el cuidado de toda vida humana. Que nuestra Madre del Pilar sea siendo “seguridad en la esperanza” para los que caminamos en esta hora de la historia.