Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – B – (20/10/2024)
Hoy han sido dos discípulos de Jesús, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, los que se han acercado a Jesús y le han hecho una petición, y ¡qué petición! ¡Sentarse en su gloria a su lado: uno a su derecha y otro a su izquierda! (Mc 10, 35-45). ¡Qué poco habían calado en ellos las enseñanzas de Jesús!
– No sé cómo tuviste tanta paciencia –le he dicho al recordar el Evangelio de hoy–. ¿Cuántas veces les habías dicho que en tu reino nadie debía sentirse mayor que los otros?
– Cada vez que les anuncié mi pasión y mi resurrección les dije lo mismo: tres veces por lo menos, según recuerdan los evangelistas; pero los sueños de grandeza estaban tan enraizados en mis discípulos como en vosotros. Si me pusiera nervioso cada vez que volvéis a soñar con ser grandes como los que mandan en vuestro mundo, ahora tendríamos que estar tomando tila en lugar de café –me ha replicado sonriendo–.
– Pero en aquella ocasión, los Zebedeos se pasaron más de la cuenta. Me parece que es el evangelista Mateo quien recuerda el detalle de que utilizaron a su madre para que reforzase la petición. Lo veo intolerable. No me sorprende que los otros diez se indignaran contra Santiago y Juan –he dicho con rotundidad y he tomado un largo sorbo de café–.
– No te pongas estupendo como si ellos fueran los malos y tú no tuvieras de qué arrepentirte –ha añadido cogiendo su taza y señalándome con ella–. El camino del discípulo es largo; hay que dar muchos pasos y no se llega a la meta de inmediato. Entonces les pregunté si serían capaces de beber el cáliz de mi pasión y muerte, y contestaron sin pestañear «Lo somos»; les advertí que los primeros puestos en el Reino ya estaban reservados por el Padre; volví a insistir en que, en el Reino cuya presencia les venía anunciando, nada era como en los reinos con los que ellos soñaban: «vosotros nada de eso -les dije-: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos». No era una invitación halagüeña para unos hombres que de vez en cuando se ponían a discutir quién de ellos era el mayor…, y sin embargo, a pesar de vacilaciones y momentos de oscuridad, terminaron siguiéndome hasta dar su vida por mí y por testificar que el Padre me resucitó después de mi muerte. Como puedes ver, el camino del discípulo es largo y está sembrado de contradicciones. Por eso debía ser paciente para que confiaran en mí cuando les dije «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré…, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
– La experiencia de tantos hombres y mujeres que te han seguido de cerca nos confirma que las tuyas no son palabras vanas; has conseguido que muchos sean capaces de seguirte y ser servidores de sus hermanos –he añadido identificándome con sus palabras–.
– Pero tened cuidado –ha añadido–. Las comunidades de mi Iglesia han de ser comunidades sin deseo de poder y sin ambición de dominio, pero estos instintos están profundamente arraigados en el corazón humano y corrompen tanto o más que las riquezas…
– La historia lo testifica: no siempre los que has puesto al frente de tu Iglesia están o han estado en ella como tú: «como el que sirve», tal como escribió san Lucas (22, 27).
– Pues toma nota; también tú has de vivir siempre en proceso de reforma y conversión –ha concluido, sacando unas monedas para pagar los cafés–.
Pedro Escartín Celaya