Vivir la Pascua

Carlos Escribano Subías
16 de abril de 2022

El domingo 24 de abril culminamos la Octava de Pascua con la celebración del Domingo de la Divina Misericordia. Esta semana, desde el día de la Resurrección, los evangelios de cada día nos han ido presentando el acontecimiento de la Pascua bajo distintos matices que nos ha llenado de alegría y fortalecido nuestra fe. La Resurrección se presenta a la vez como acontecimiento y como realidad omnipresente, como misterio salvador que actúa constantemente en la Iglesia.

Después de la octava, no se pierde de vista la Resurrección, sino que se la contempla desde una perspectiva diferente. Desde este domingo se va a destacar sobre todo la presencia activa en la Iglesia de Cristo glorificado. Se le contempla como el buen pastor que desde el cielo apacienta a su rebaño, o como el camino que lleva al Padre, o bien como la fuente del Espíritu y el que da el pan de vida, o como la vid de la cual obtienen la vida y el sustento los sarmientos. Y como este misterio es realmente una buena nueva para el mundo, es preciso atestiguarlo y proclamarlo. Los evangelios nos presentan el testimonio apostólico y exigen de nosotros la respuesta de la fe.

Durante el tiempo de pascua no celebramos sólo la Resurrección de Cristo, la cabeza, sino también la de sus miembros, que comparten su misterio. Por eso el bautismo tiene tanta relevancia pascual. Por la fe y el bautismo somos introducidos en el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Los que por el bautismo fuimos incorporados a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6,3-11).

El tiempo Pascual se convierte así en un tiempo de renovación y compromiso para los católicos. Celebramos que la vida ha vencido a la muerte, que todo renace, que florece nuestra vida, la nueva vida que Jesús no da. Y esto debe notarse en nuestra existencia, viviéndola con alegría, renovando nuestro compromiso bautismal, creciendo en la fe, en la esperanza y en la caridad cristianas, a pesar de las dificultades y los problemas que podamos tener. No basta con recordar el misterio, debemos mostrarlo también con nuestras vidas. Resucitados con Cristo, nuestras vidas han de manifestar el cambio que ha tenido lugar.

Se trata, en definitiva, de tomar conciencia de que somos un pueblo de salvados y redimidos y, en consecuencia, debemos anunciar esta vida nueva que Jesús nos da, a nuestros hermanos y hermanas y a los que no conocen a Dios. Es amar como Cristo nos ha amado y vivir la vida que Jesús nos ha enseñado, una vida de amor, de paz, de perdón.

Os animo a vivir intensamente este tiempo Pascual que debe nutrir nuestra espiritualidad en las próximas semanas, centrados en la Resurrección de Cristo y caminando hacia las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés que nos harán vivir con toda intensidad la alegría de la Pascua.

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