Este es el testimonio de Monseñor José Luis Redrado, quien, como ya comunicamos aquí, dio positivo en el COVID-19 hace dos meses. Ha estado recluido y ahora, una vez recuperado, cuenta cómo ha sido su vivencia durante la enfermedad.
Testimonio de Mons. J. L. Redrado:
Justo al día siguiente de cumplir 84 años, el 20 de marzo 2020, como si fuera un regalo de mi fiesta de san José, se me comunicó que el test había dado positivo. Lo primero que hice fue comunicarlo a mis familiares y amigos, mediante un correo electrónico: «Tengo el virus y me han confinado a vivir en mi habitación, entre cuatro paredes. Primera medida y a obedecer.»
Recibo la noticia con paz, sereno, casi me la esperaba, aunque no tenía ningún síntoma. ¿Cuánto tiempo? Viendo la imágenes e informaciones a través de los medios de comunicación, pensé que sería para largo, como así ha sido, un mes. Hay que cambiar la agenda –la del ordenador no sirve– porque todo queda paralizado. Me organizo la nueva vida desde mi habitación; hago un nuevo calendario, un nuevo plan: mucha lectura, mucha música, gimnasia, reflexión, oración. Tengo en la habitación parte de mi biblioteca, medios audiovisuales y utilizo al mismo tiempo la comunicación diaria con mis familiares, Hermanos de otras comunidades y amigos. A estas breves comunicaciones las he llamado “Twitters desde mi celda”. En ellos iba manifestando mi estado de salud, según los partes médicos, y también mi estado de ánimo. Era una especie de diario personal.
Entraba en un mundo nuevo y lo hice con paz y serenidad. No era yo solo el que estaba “enfermo”. Lo anterior – reuniones, celebraciones, conferencias…– paralizado, sin saber hasta cuándo. Esto me ayudó a serenarme, a tomar las cosas con calma, máxime que no me dolía nada; “solo” que tenía el virus; yo fui definido “asintomático” y empecé una vida “cartujana”, y sin preocupaciones, servido en todo. Encerrado entre cuatro paredes y atento a las señales de mi cuerpo debía cuidar la salud psicológica y espiritual, en una soledad no elegida, obligada, y mirando al cielo que no empeore.
Sanitariamente he sido un “privilegiado”, como lo han sido también mis Hermanos contagiados. Hechos los tests, comencé mi andadura seguro, sabiendo lo que tenía e inicié un proceso de curación. La rigurosa atención médica y de enfermería, junto con los otros cuidados, reforzó mi seguridad y contribuyó a mi bienestar total, integral. Puedo afirmarlo con emoción y agradecimiento: la cercanía, la “cariñoterapia”, la “pacienciamida” con todos los medios técnicos dan muchos y buenos resultados. Y si después tus familiares, amigos, y tu misma Comunidad te echan un cable, “miel sobre hojuelas”, todo funciona mejor.
Paso por alto nombrar personas, son muchísimas las que han seguido y ayudado mi proceso de curación. Parte de las horas del día ha sido un continuo llamar, escribir, animar y agradecer, utilizar el buen “humor”, que también es curativo; lo mismo que la “biblioterapia” como antidepresivo y buena medicina contra el virus, el actual y otros.
Y como soy un religioso de San Juan de Dios, alguno me preguntará: “seguro que habrá rezado más estos días”. Mi respuesta es que hice el propósito de hacer la oración diaria con mayor atención, pausa y meditación. También esto ha funcionado como experiencia.
A mis 84 años he podido afrontar, incluso, el tema de la muerte. El virus ha matado a muchos mayores. Este dato ha sido muy explicitado por los Medios de comunicación. Yo lo sentía en el alma y, más, cuanto más próximos me eran y “tocaban” mi vida, como los cuatro Hermanos de mi comunidad y otras familias cercanas. Puedo decir que no he tenido miedo a la muerte. Al ser “asintomático”, sin ningún dolor físico y viéndome sanitariamente tan protegido, no pasó por mi mente que la muerte pudiera alcanzarme en este momento. Tuve la impresión de que no había llegado mi hora, que el Señor me quería todavía en esta tierra y que quizá, no estaba “maduro” para la otra vida.
El día 17 de abril me comunicaban la buena noticia: “El test ha dado negativo. Hemos ganado la victoria al virus.” ¡Aleluya! Este día fue de agradecimiento al Señor, pues sentí su presencia en medio de la incertidumbre; y de agradecimiento también a un ejército de personas, entre ellas las sanitarias que han puesto lo mejor de sus vidas para curarnos y cuidarnos. Todos “ángeles y sanitarios” de hospitalidad.
A nivel mundial hemos asistido a una ausencia de liderazgo; se ha minimizado en varios sectores la amenaza del virus; las grandes potencias han sido incapaces de coordinarse. Y si bajamos a cada nación, cada una ha respondido con mucho descontrol y confusión; al mismo tiempo, la pandemia ha puesto al descubierto la fragilidad de sistemas de salud y de investigación y la necesidad de mayor atención a estos sectores. Hemos sacado una conclusión: necesitamos cuidar y custodiar más la salud y proteger al “ejército sanitario” para que pueda ir a la lucha bien armado. Toda la sociedad ha sido “tocada” por el virus y ha quedado más empobrecida y traumatizada; muchos muertos, mucha pobreza y muchos interrogantes. ¿Qué rumbos y responsabilidades vamos a tomar? A nivel de cada persona tengo dudas de que el cambio afecte en gran escala. Somos muy propensos a olvidar. ¿Dentro de unos años quién recordará que el año 2020 un virus “atacó” a toda la humanidad e hizo estragos a nivel de salud, social, económico, cultural…? Esperemos que el esfuerzo, la generosidad, la solidaridad y las buenas promesas sean duraderas. Se ha dicho que estamos matando el planeta y no cambiamos. Vemos la gran franja de pobreza y hambre y la olvidamos. Los ricos seguirán siendo cada vez más ricos y los pobres más pobres. ¿Por qué? Porque, aun con el virus, no hemos llegado a convertirnos y a dar “muerte” a tantos planes sociales que nos empobrecen y matan.
De esta tragedia del virus tenemos que aprender y hacer un pacto, un plan para “resucitar” a nivel social, familiar y personal. Todos implicados. Toda la sociedad. Una puesta en común, con todas las fuerzas políticas, sociales y eclesiales. Todos a una con esperanza para salir de la muerte y caminar a la ‘vida’. Si hay voluntad, valentía, solidaridad, generosidad y cooperación, el resultado será una victoria, no solo sanitaria, también social, también espiritual.
+ José L. Redrado, OH, Obispo titular de Ofena,
Secretario emérito del Pontificio Consejo Pastoral de la Salud, Vaticano