El ritmo vital cambia durante los meses de julio y agosto que se avecinan. Los pequeños y los jóvenes están más por casa de vacaciones y algunas familias podrán disfrutar de ciertos días o semanas de fiesta o de asueto. Las vacaciones deben ser un tiempo para el descanso, de cambio de actividad, de modificar los ritmos habituales y de encontrar tiempo para lo que nos gusta y que durante el año no podemos hacer: desde una mayor dedicación a la familia, hasta viajar o practicar un deporte o acercarse a la naturaleza.
Puede ser un tiempo para encontrarse a uno mismo, pensar y reflexionar, tomar algunas decisiones que necesitamos. Un tiempo para dedicarse más a las personas con las que convivimos todo el año, conocerlas más a fondo o también para reencontrar nuestras raíces en los pueblos de nuestros orígenes; es un tiempo para aprender a compartir sin prisas, conversando y escuchando. Es un tiempo para agradecer el amor de la familia y la amistad de quienes nos quieren; tiempo para nuevas amistades.
También es tiempo para reencontrar la belleza de la creación, la naturaleza, las montañas, el mar, el sol, la playa, la acampada. Tiempo de caminatas y excursiones, de contacto con los paisajes de la infancia. Y de elevar una acción de gracias porque Dios ha hecho todas las cosas bellas y armoniosas. Es tiempo para descubrir una buena lectura, una sugerente música, un nuevo museo o rincón de mi ciudad, un nuevo paisaje, un plato sencillo que me lleva a disfrutar de la vida. Un tiempo para mirar en el hondón de mi vida y seguir descubriendo quién soy y hacia dónde voy, para descubrirme como ser “espiritual”, con interioridad y con anhelos grandes de vida para siempre.
Es tiempo para dedicarse al servicio de los demás: cuidando a un enfermo o a un abuelo, acercándonos a personas y lugares que reclaman nuestra solidaridad. De servir a los jóvenes en colonias y campamentos. Un tiempo para compartir con quienes nada tienen, ni saben qué es la amistad y la alegría de ser amado.
Las vacaciones deben ser también un tiempo para fortalecer la fe, la confianza en Dios nuestro Padre, que cuida de nosotros y nos ama con su incansable misericordia. Tiempo para rezar más, para leer los Evangelios y participar de la Eucaristía diaria, vivida con gratuidad. Tiempo para la intercesión y la visita a un santuario o lugar donde Dios nos habla y se nos hace el encontradizo. Debe ser un tiempo que ayude a nuestra coherencia personal cristiana, vivido con autenticidad y siempre con la referencia a Dios y al prójimo. Y me gustaría tener un recuerdo especial y lleno de afecto, hacia quienes no tendréis vacaciones, impedidos por la edad, la enfermedad o las dificultades económicas.
En definitiva: dichosos quienes sabrán preparar y disfrutar sus vacaciones de forma sana y gozosa, con verdadero sentido cristiano. Por todo esto, ¡os deseo que disfrutéis de unos buenos días de vacaciones!