Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XVII del tiempo ordinario.
Ahora se llama “taller” a lo que antes se consideraba enseñanza: lo normal era que el maestro enseñase a sus alumnos el lenguaje y la mejor forma de utilizarlo; ahora se dice que se dispone de un taller de expresión, de declamación u oratoria, y nos quedamos tan ufanos. En esto iba pensando a propósito de las lecturas de la Misa de hoy, rumbo a la cafetería y, en cuanto he podido hablar, he soltado con algo de sorna:
– Sin avisar, hoy nos habéis metido en un “taller de oración”.
– ¿Por qué lo dices? -me ha respondido Jesús con gesto perplejo-.
– ¡Hombre! -he exclamado con cara de sorpresa-. Tu Espíritu, en la primera lectura (Gen 18, 20-32) nos ha recordado aquel delicioso regateo de Abrahán, con el que consiguió que el Padre rebajase el número de inocentes que debía encontrar para no destruir a Sodoma y, en el evangelio (Lc 11, 1-13), tú enseñaste a los discípulos una oración que nunca se nos cae de los labios…; ¿no puedo llamar “taller de oración” a todo esto?
Mientras yo hablaba, Jesús ha tomado un sorbo de café con evidente regusto y me ha dicho:
– Bueno; si te gusta llamar “taller” a lo que fue una enseñanza elemental, no discutiremos por ello. Lo que ocurrió fue más sencillo: los discípulos me vieron hablar con el Padre, que esto es orar, y quedaron tan encantados que uno de ellos dijo en voz alta: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos», y yo les enseñé el “Padre nuestro”…
– Y añadiste un par de parábolas y una recomendación -le he recordado.
– Naturalmente -me ha respondido con una mirada cándida y tomando la taza en sus manos-. ¿Ves este café? Si te lo tomas con prisa, de un solo trago, no lo saborearás ni podrás apreciar su aroma. Con la oración ocurre algo parecido: si te limitas a recitar unas palabras, te saben a poco y puede que te resulten monótonas; pero si saboreas cada palabra como quien siente la necesidad de decirla con el corazón, producen paz y confianza. ¿Sabes por qué hay gente que deja de orar?
– ¿Por qué? -he preguntado lleno de curiosidad-.
– Pues porque se ponen a rezar sin haber arrinconado primero esa autosuficiencia que impide reconocer que necesitan a Dios. Están tan satisfechos consigo mismos que no piden, ni buscan, ni llaman; tienen bastante con “sus” dineros, “sus” amistades, “su” saber… Por eso, añadí dos parábolas después del “Padre nuestro”: una para poner de manifiesto la insistencia con la que pide el que siente verdadera necesidad, y otra para recordaros que, si vosotros «sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan».
– O sea -he concluido apurando mi café-: que, cuando rezamos, hemos de empezar por sentir que necesitamos al Padre y, además, hemos de ser insistentes y constantes en pedir y buscar, y sobre todo hemos de tener confianza en que Dios nos escucha…
– Sin olvidarte de saborear las palabras con las que hablas al Padre y convencerte de que te dará lo que necesitas, aunque tal vez no sea exactamente lo mismo que le pides.
– Me parece que, sin quererlo, hemos montado un “taller de oración” mientras tomábamos el café de esta mañana -he dicho recogiendo mis cosas antes de irme-. Supongo que, como aprendiz, tendré que pagar.
– No -me ha dicho sonriendo-, que el café va por cuenta del empleador.