Un día único e inolvidable

Diócesis de Zaragoza
25 de noviembre de 2020

Una feligresa vivió con tanta emoción y gozo la toma de posesión de D. Carlos Escribano que quiso escribir “unas pinceladas”. A continuación, compartimos su “mirada” de un día que ya forma parte de la historia de la Archidiócesis. 

Limpia mañana de sábado de 21 de noviembre, aparentemente, un día más… Algunos fieles se acercan a la basílica de la Madre. Pero algunos detalles rompen la aparente normalidad. La policía en la plaza, muchas personas vestidas de ceremonia, una fila de gente esperando para entrar al templo, y un exhaustivo control a la entrada. No es para menos. Nuestro nuevo arzobispo, D. Carlos Manuel Escribano Subías, va a tomar posesión de su ministerio pastoral, gran día. 

La que suscribe se ha arreglado con esmero, para reflejar exteriormente el júbilo interior ante un día grande. Al entrar en el altar mayor, se percibe de inmediato el buen trabajo realizado por muchas personas de la organización, y una empieza ya a dar gracias por todos ellos a la par que centra ya su mirada en el Sagrario, saludando al Rey de Reyes y “haciendo un guiño” a la multitud de ángeles alrededor. 

Buen momento el de espera para mirar a mi alrededor y redescubrir esa Iglesia tan fecunda, presente esta mañana a través de los representantes de los Institutos de Vida Consagrada, Movimientos, Fundaciones, Parroquias… A una servidora le llama especialmente la atención el grupo de los seminaristas –benditas vocaciones– y el de nuestros Infanticos, capaces de parecer –y ser– verdaderos ángeles.

Esperamos serenamente, gozosamente, conocedores de que el nuevo Arzobispo está en la catedral de La Seo del Salvador, entre saludos y oraciones y, sobre todo, ante el juramento y promesa sobre los Santos Evangelios. De nuevo hay movimiento en la basílica y nos lo imaginamos entrando ya y arrodillado ante los pies de la Madre, que hoy le mira y consuela con una especial ternura. 

Y llega el momento de la entrada al altar mayor: ¡se percibe la emoción! Adelante, D. Carlos, ya le estamos encomendando fuertemente, ¿no lo percibe? Y a usted, D. Vicente, agradeciendo su labor pastoral ya finalizada.

¡Queremos ser obedientes a la Madre Iglesia, no desviarnos del camino! Qué gesto tan cargado de sentido cuando algunos representantes de la diócesis se le acercan para brindarle apoyo y obediencia. Allí estamos todos representados –también nuestro pecado y soberbia–, pero nos postramos con toda humildad y sinceridad.

Las lecturas nos deleitan a todos los allí presentes, pero en esta mañana sentimos más contundentemente que nunca la tercera respuesta de Pedro ante Jesús: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. “Apacienta mis ovejas”. ¡Sí, necesitamos pastor, adelante por favor!

La imagen del cuerpo del Arzobispo tomando el báculo sorprende al intuirse esa pesada carga que uno sólo no podría llevar, y que ni tan siquiera escoge: “…extenderás tus manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Pero seguro que nuestro Pastor se dejó acunar y descansó –como todos los asistentes– al escuchar el regalo de la canción de la comunión:

Quédate, buen Jesús, que anochece
y se apaga la fe;
que las sombras avanzan, Dios mío,
y el mundo no ve.
Quédate, por piedad, no te vayas,
porque Tú eres amor…”

Los aplausos sinceros, unidos al repicar gozoso de las campanas al finalizar la ceremonia suavizaron en algo el tremendo esfuerzo de no haber podido cantar –gritar– el himno a Nuestra Santísima Virgen del Pilar a causa de la situación sanitaria. 

Que Dios guarde y bendiga a D. Vicente y a D. Carlos, así como a todos los Pastores de la Iglesia. Que la  Unción y el Espíritu de Dios los inunde por completo a todos. 

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