Flash sobre el Evangelio del II domingo del tiempo ordinario (17/01/2021)
Hoy se nos ha dicho que iniciamos el “tiempo ordinario”: unos domingos, en los que los evangelios descubren poco a poco la personalidad de Jesús. En el de hoy, se narra su encuentro con dos de sus futuros apóstoles, Andrés y Juan, contado por uno de ellos (Jn 1, 35- 42). Le preguntaré sobre este “encuentro” -he decidido al entrar en la cafetería-.
– ¡Qué manera más hábil de conseguir discípulos… -he dicho nada más saludarnos-.
Él, a punto de diluir el azucarillo en la taza de café, me ha interrumpido:
– No fue tan fácil como lo cuenta el evangelista. Él resume lo ocurrido “a toro pasado”, como decís vosotros. Cierto que ellos me siguieron, pero hasta que se decidieron de verdad necesitaron “ver signos”; además, estaban preparados gracias a la “escucha” atenta del Padre, en la que mi precursor, Juan el Bautista, les había iniciado. No olvides que los dos eran discípulos suyos.
– ¡Eso es lo que ahora no hacen los jóvenes: escuchar! Por esto escasean tanto las vocaciones…
– Y porque tampoco ven signos creíbles en algunos de vosotros -ha añadido con paciencia y una sonrisa-. Responder a mi llamada no es fácil. El evangelista ha resumido este encuentro de vocación en cuatro líneas, pero las escribió después de mi resurrección. Entre tanto, ¡cuántas vacilaciones sufrieron mis pobres discípulos! Te recordaré un par de ellas: Juan, uno de estos primeros, y su hermano Santiago me reclamaban, con el apoyo de su madre, los primeros puestos en su reino; Pedro, el hermano de Andrés, me negó tres veces; ¿quieres que siga?
– No hace falta reconocí convencido-. Pero aquellos primeros discípulos estaban acostumbrados a escuchar, igual que el joven Samuel, del que hoy habla la primera lectura.
– Es cierto. Sin escucha no es posible responder. Y, además, la escucha ha de ser serena. No dejan de desazonarme esas reacciones histéricas hacia sus ídolos de los que llamáis “fans”. Yo nunca tuve “fans”, gracias a Dios.
-Mucho ruido y pocas nueces -he dado la caída-.
– Efectivamente. Sólo es posible seguirme cuando os dais cuenta de doy sentido a vuestras vidas y dejo en ellas un poso de paz. Si analizas la narración de hoy, aquel encuentro fue de lo más sencillo y gratificante: Al darme cuenta de que me seguían, les pregunté “¿Qué buscáis?” “¿Dónde vives?”, respondieron (creo que fue lo primero que les vino a la boca). “Venid y lo veréis”, les dije, y pasaron conmigo el resto de la tarde…, luego compartiríamos muchas más horas y vicisitudes.
– Y al revés de lo que ahora hacen los periodistas, el evangelista no cuenta cómo era tu casa, sino que recuerda la hora de aquel encuentro: “serían las cuatro de la tarde”. Fuiste tú quien cautivó su corazón, no tu casa ni tus cosas.
– Naturalmente, yo no engaño a nadie. Muchas veces repetí: “que vuestro sí sea un sí, y vuestro no, un no”; “nadie puede servir a dos señores: no podéis servir a Dios y al dinero”; “si me seguís, este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”…
– No hace falta que sigas. Esto es lo que nos seduce de ti y, por ello, la gente de tu tiempo decía: “Nadie ha hablado como este hombre”.
– Pues aplícate el cuento y cuéntaselo a otros. Y, puesto que hablamos de vocación, deja que te invite. ¿Cuánto es?