Flash sobre el Evangelio del domingo del Bautismo de Jesús (10/01/2021)
Hoy, el párroco nos ha hecho caer en la cuenta de que cuando decimos “Jesucristo” unimos dos palabras: “Jesús”, el hijo de María, cuyo nacimiento acabamos de celebrar, y “Cristo”, que es una palabra griega que significa: “ungido” o consagrado. Así que nada más acomodarnos para disfrutar del café dominical, le he preguntado:
– ¿Cómo prefieres que te llame: Jesús o Jesucristo?
Él me ha mirado con cara de sorpresa y me ha respondido:
– No sé por qué me lo preguntas. Los dos nombres me gustan, aunque cada uno subraya un aspecto de mi persona: Jesús acentúa que soy uno más de vuestra raza; Jesucristo, que he sido consagrado sin dejar por ello de ser con verdad de los vuestros. Tú también eres un ser humano y, en el Bautismo, fuiste consagrado a Dios.
– En la Misa hemos recordado tu Bautismo -he dicho como justificándome-; por eso te lo he preguntado.
– Y también deberíais recordar el vuestro -ha añadido-. Mira; lo que ocurrió en el río Jordán y hoy habéis escuchado en el evangelio (Mc 1, 7-11) señala dos verdades, y haréis bien en no olvidar ninguna de las dos: que «el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo» (ese soy yo); y que, cuando Juan me bautizó, bajó el Espíritu y el Padre dijo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
– La verdad es que recordamos poco nuestro Bautismo. Nuestros niños acostumbran a celebrar su cumpleaños con los amigos, pero ninguno sabe cuál es la fecha de su bautismo.
– Y lo que es peor -ha dicho sin poder disimular su tristeza-: algunos ni han sido bautizados. Me duele tanto que haya padres cristianos que no bautizan a sus hijos pensando que, cuando sean mayores, ya decidirán si creen o no. Por esa misma razón, tampoco tendrían que enseñarles a leer y a comportarse, y dejar que sean ellos los que aprendan y decidan cuando hayan crecido. La mejor herencia que los padres pueden dejar a sus hijos es, justamente, la educación y unas convicciones que den sentido a sus vidas.
– Y una formación moral, de la que tan necesitados estamos en estos tiempos -me ha salido sin pensar-…
Entonces, me ha interrumpido entusiasmado:
– Fíjate en el anuncio del profeta (Is 42, 1-4. 6-7); lo habéis escuchado en la primera lectura: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo. Sobre él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones: No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». Para vivir de esta manera es para lo que necesitáis el Espíritu, con el que yo os he bautizado.
– Y por eso tu apóstol Pedro pudo afirmar contra viento y marea que pasaste por este mundo «haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo»… ¡Cuánta necesidad tenemos de todo eso: de podernos fiar de las palabras que escuchamos, de que el perdón y la concordia primen sobre la propaganda y la palabrería, de no apagar el pábilo que todavía arde…!
– Pues con mi Espíritu tenéis el equipamiento necesario para lograrlo y, además, el Padre os dice a cada uno, en el día de vuestro bautismo: «Tú eres mi hijo amado» ¿Queréis mejor garantía para vivir con esperanza? -concluyó él, mientras yo pedía la cuenta-.