Un café con Jesús. Él os bautizará con Espíritu Santo

Pedro Escartín
5 de diciembre de 2020

El calendario es implacable: cada día se desprende una hoja más y el taco está alarmantemente delgado. Estamos ya a las puertas de la Navidad, que este año no sé cómo la vamos a celebrar. Con la sensación de que esto se acaba, acudo hoy al café con Jesús, en este segundo domingo del Adviento. Nada más llegar, me ha mirado y me ha dicho:

– Te veo “pocho”, ¿no decís eso cuando estáis desanimados? ¿Qué te pasa?

– No sé -le he respondido-, es una sensación rara, una mezcla de que el tiempo pasa demasiado deprisa, de que la pandemia no cede, de que estas Navidades van a ser tristes…

– Eso será porque no te has enterado de lo que dicen las lecturas de la Misa de hoy.

– Pues las he escuchado con atención, pero no me han animado demasiado.

– ¿Voy a tener que repetirte la homilía de tu párroco? -me ha soltado mientras se disponía a dar un sorbo al café que ya habían servido-. Te recuerdo tres frases para ver si levantas el ánimo. La primera es de consuelo y del profeta que anunció la vuelta de los desterrados: “Consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres”. Mi Padre cumple lo que promete; es para animarse más que para desanimarse, ¿o no? La segunda es de mi apóstol Pedro, que ya entonces recordó a algunos cristianos decepcionados: “No perdáis de vista que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. No tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia”.

– Sí -he balbucido sin dar del todo mi brazo a torcer-, ¡paciencia como remedio de la impaciencia que tanto desasosiega!

– Pues sí -me ha respondido-, porque si mi Padre no tuviera paciencia, hace tiempo que se hubiera desentendido de vosotros para siempre. Además, hay una tercera frase dicha por Juan el Bautista: “Detrás de mí viene el que os bautizará con Espíritu Santo”. Este Espíritu, que recibisteis en el Bautismo, os puede ayudar a poner cada cosa en su sitio, a dar importancia a lo que la tiene y a dejar de atolondrarse con tanto elixir de la felicidad como se anuncia.

– ¿Quieres decir que hemos de cambiar nuestro “modelo” de vida?

– Pues, más o menos, así es. Ahora andáis preocupados porque en Navidad no vais a poder salir de compras ni hacer cenas en las que, dicho sea de paso, os poníais “ciegos”, por usar vuestro argot, y para nada os acordabais de quienes no pueden comer. No vais a poder bailar y haceros regalos de los que no tenéis necesidad, mientras que os olvidabais del gran regalo que el Padre os viene haciendo desde la primera Navidad.

– ¿Te refieres a celebrar tu nacimiento como el mejor regalo que tenemos?

– Exacto. Acuérdate de que esperáis, o deberíais esperar, la promesa de “un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia”. ¡Cómo me dolería que fuera un virus, que no termináis de controlar a pesar de vuestra autosuficiencia, el que os hiciera entrar en razón! Mi Padre, el Espíritu y yo con ellos queremos que seáis felices; pero habéis elegido el camino equivocado. Todavía podéis ser felices, si sois capaces de miraros a vosotros mismos como “seres para otra vida” y no para la muerte, que es lo que acostumbráis a hacer. Esto os ayudaría a vivir más confiados y serenos, a ser más solidarios, y a vivir en paz.

– ¡Cuánta razón tienes y qué poco caso te hacemos! ¡Ten paciencia con nosotros…!

– ¿Qué otra cosa estoy haciendo? -ha concluido sonriente mientras nos despedíamos-.

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