Un café con Jesús. El gran protocolo

Pedro Escartín
21 de noviembre de 2020

Flash sobre el Evangelio del domingo de Cristo Rey (22/11/2020)

Dentro de cinco años celebraremos, si Dios quiere, el centenario de la fiesta de Cristo Rey. El papa Pío XI la instauró cuando todavía no se habían cerrado las cicatrices de la primera Guerra Mundial, con el deseo de ofrecer a la Humanidad un modelo y una esperanza: Jesucristo como príncipe de la paz. Pero hubo cristianos que fijaron su atención en la palabra “Rey” más que en el “modelo” de reino que él nos ofrece. Menos mal que la Iglesia, con el evangelio del “juicio final”, que hoy hemos escuchado (Mt 25,14-30), nos vuelve a centrar la mirada. El papa Francisco llama a este evangelio “el gran protocolo” y, aunque estoy tentado de saludar hoy a Jesús diciéndole “¡majestad!”, me temo que no es el tratamiento que más le agrada. Así que me reprimo y le suelto lo que pienso, cuando nos disponemos a saborear el café mañanero:

– Está bien eso de llamar “el gran protocolo” sobre el que nos juzgarás al evangelio de esta fiesta, en la que te damos el título de “Rey”.

– Te dije hace unos días que Francisco tiene ingenio -me ha respondido sonriendo-. Y lleva razón. El Papa polaco ya os había recordado, al comenzar el milenio, que ese texto “no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología”. ¿Entiendes lo que quiso decir?

– Pues, más o menos, que no lograremos conocerte de verdad si no somos capaces de reconocerte en los pobres y en los que sufren, porque tu rostro es el de ellos.

– Cierto. Tal como os ha dicho Francisco, y antes lo dijo el otro Francisco, el de Asís, las llamadas que hace el evangelio de hoy tenéis que aceptarlas “sine glosa”, es decir, sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. Cuando encuentras a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, has de reconocer en él a un ser humano con tu misma dignidad, a una criatura infinitamente amada por el Padre…

– Pero esto no es fácil -he reaccionado-. Si lo hacemos, hemos de cambiar la sociedad.

– Exactamente: es el cambio social que pretende mi reinado -ha respondido-. Ya le dije a Pilato, cuando me juzgó y condenó a muerte, que “mi reino no es de este mundo”. Pero con eso no quería decir que no pueda existir ya en este mundo; todo lo contrario. Lo que pasa es que algunos separan estas llamadas de mi Evangelio de su relación personal conmigo, y así convierten el cristianismo en una ONG, sin la mística que sostuvo el compromiso de los grandes maestros de la caridad: Francisco de Asís, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta y otros muchos, y se quedan sin fuerza ni valor para llevarlas a cabo. Y otros, por el contrario, acusan de mundanos, secularistas, comunistas o populistas a los que se comprometen con ese cambio social. Hacen falta las dos cosas: el compromiso y la mística que lo alimenta. Esa mística soy yo y la proporciono a quienes se atreven a ver mi rostro en el de los pobres y los que sufren.

– Hace quince siglos -le he recordado- que San Benito estableció en su regla monástica que a todos los huéspedes que se presentasen en el monasterio se les acogiera “como a Cristo”, aunque eso pudiera complicar la vida de los monjes, pues aquellos huéspedes frecuentemente eran desamparados, peregrinos y gente que no tenía dónde caerse muerta.

– Benito es otro de los que han descubierto la hondura de mi Evangelio. No sólo fundó monasterios en los que se alaba al Padre noche y día, sino que también enseñó a sus monjes y a los campesinos de su tiempo a trabajar la tierra, a hacerla productiva, para que a nadie le faltase algo que llevarse a la boca cada día. Recuerda: ora et labora (reza y trabaja) era su lema y sigue siéndolo para sus monjes en estos tiempos digitales. Pero sirve para todo cristiano.

– Ya veo que tu reino no es de este mundo, pero quieres que arraigue en el mundo en que vivimos. Haré lo que pueda. Gracias; déjalo, ya pago yo.

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