El año litúrgico es como una escalera de caracol, que gira en espiral: a cada vuelta no volvemos al punto de partida, sino que estamos más arriba. Comenzamos hoy el año litúrgico con el primer domingo de Adviento, y en nuestra vida cristiana no deberíamos encontrarnos igual que hace un año. A juzgar por el Evangelio que hoy nos ha leído la Iglesia (Mc 13, 33-37), ya sé de qué vamos a hablar en el café de este domingo. Pero Jesús ha empezado preguntando:
– ¿También tú estás impaciente, queriendo saber “cuándo sucederá esto”?
Me he quedado cortado, sin saber a qué se refería, y he confesado mi perplejidad:
– No te entiendo. ¿A qué te refieres?
– Sí, hombre -me ha dicho él. Acuérdate que mis discípulos me lo preguntaron cuando les anuncié que, de aquel templo del que tan orgullosos estaban, no quedaría piedra sobre piedra. Querían saber el “cuándo” y yo les contesté con una parábola sobre el “cómo”.
– Bueno -he respondido como para salir del paso-. Comprende que seamos impacientes, pues no tenemos toda la eternidad por delante.
– Eso será porque no queréis, pues bien que yo os la he prometido…
– Tienes razón -he reconocido en tono conciliador-, pero comprenderás que nos cueste desprendernos de esa impaciencia que nos corroe, porque cada día experimentamos qué limitados somos.
– Precisamente por eso respondí a la curiosidad de mis discípulos con la parábola que hoy habéis escuchado. Ellos querían saber cuándo sería destruido el templo de Jerusalén; ahora queréis saber cuándo va a terminar la pandemia del coronavirus; y lo comprendo. Estáis preocupados y a nadie le gusta vivir acosado por la preocupación. Pero el Padre sabe manejar los tiempos de la historia mejor que vosotros. Recuerda con qué rabia me gritaban: “Baja de la cruz y creeremos en ti”. Pero el Padre tenía previsto otro “modelo” de triunfo: el de la resurrección, que fue mucho mejor que dejar cortados a los que pedían un milagro a la carta.
– Ya entiendo, con la parábola de los criados que no saben cuándo volverá su amo, nos dijiste “cómo” debemos esperar. Cada criado tenía encomendada su tarea y el portero, velar para abrir la puerta cuando llegase el amo, pronto o tarde. Y, claro está, no podían dormirse; al no saber cuándo llegaría el amo tenían que estar en vela.
– Lo cual es bueno -añadió dando un sorbo a la taza del café-, porque la vigilancia excluye tanto la impaciencia como el sueño, tanto el temor como el relajamiento. Si supierais “el día y la hora” seguro que seríais tentados de “echaros a la bartola” entre tanto, por decirlo con vuestras mismas palabras.
– Así que lo que a ti te gusta es que nos mantengamos despiertos, activos, ocupados…
– Lo que a mí me gusta es que comprendáis, de una vez por todas, que el reinado de Dios es gracia, porque el Reino es cosa del Padre, y al mismo tiempo es tarea vuestra, porque debéis preparar el camino para que Él pueda llegar sin tropiezos. Es la tarea del Adviento que hoy comenzáis y en la que este año tendríais que ser más hábiles que el pasado.
– Tomo nota -le dije mientras pedía la cuenta-. ¡Hasta el domingo que viene!