Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio de la fiesta del Bautismo de Jesús – A –
Hoy la Iglesia celebra el Bautismo de Jesús y concluye el tiempo de Navidad. Jesús marchó hacia el Jordán, donde Juan predicaba un bautismo de penitencia y conversión. Otros israelitas hacían lo mismo, como relata el evangelio de este día (Mt 3, 13-17). Jesús se puso en la cola, como uno más, pero Juan no se atrevía a bautizarlo y se provocó un tira y afloja entre los dos…
– Ya veo que Juan intuía que las cosas no podían ser así: era él quien necesitaba ser bautizado por ti -he comentado en cuanto nos hemos acomodado-, pero tú te empeñaste en cambiar el guion. ¿Por qué lo hiciste?
– Porque estaba en juego el designio del Padre. Para mis contemporáneos, uno manifestaba que era hijo de su padre siendo obediente a su voluntad; la voluntad de mi Padre era que yo no tuviese privilegios, que tomase la condición de siervo, que me manifestase como un hombre cualquiera y que fuese obediente hasta la muerte…
– Y una muerte de cruz -he añadido con palabras que muy pronto cuajaron en un himno de los primeros cristianos, tal como Pablo recoge en su carta a los Filipenses (Fil 2, 6-11)– Yo pensaba que el Padre te trataría mejor que a los demás, pues para eso es “tu Padre” -he replicado sin dejarme convencer por su explicación-.
– Y siempre me ha tratado como un buen padre -ha proseguido levantando la taza en su mano y tomando un sorbo; después ha añadido-: ¿Recuerdas cómo continúa ese himno de los primeros cristianos?
– Sí -he respondido haciendo memoria-: «Por eso, Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre…»
– Ahí tienes la explicación -me ha interrumpido-. Mi resurrección y no la muerte es el acto final del drama de mi vida, y de la vuestra. Pero os falta paciencia para esperar a que se cumplan los designios del Padre paso a paso; siempre tenéis prisa, como si os fuera a faltar aire para respirar, ¿o lo que os falta es confianza en su bondad?
– Tienes razón -he respondido mirando al suelo-. Pero Juan trató de disuadirte cuando dijo: «Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». También él tenía prisa para que te manifestaras como quien eres en realidad.
– Aunque Juan fuera el mayor de los nacidos de mujer, era de vuestra misma condición humana; por eso, tuve que decirle: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos todo lo que Dios quiere». Y él se avino a hacer lo que yo le pedía; entonces, el Padre manifestó mi identidad con palabras inequívocas: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».
– O sea, que en tu bautismo en el río Jordán nos distes tres lecciones por lo menos -he concluido abriendo mis manos y levantando sucesivamente el pulgar y los siguientes dedos-: Una, que la voluntad de Dios no es que suframos, sino que resucitemos, aunque tengamos que aprender a esperar la resurrección con paciencia; dos, que Él te ama de verdad ya que tú eres su Hijo, su predilecto, por decirlo con sus mismas palabras…
– Y tres -ha añadido sin dejarme continuar-, que cuando vosotros bautizáis a vuestros hijos o pedís el bautismo para vosotros mismos, soy yo quien os bautizo con Espíritu Santo, como anunció Juan a los que le preguntaron si era él el Mesías. Entonces, el Padre también os dice: «¡tú eres mi hijo amado!».
– ¡Qué pena me da que algunos padres priven a sus hijos del don del Espíritu Santo! -he concluido mientras nos acercábamos a la barra para pagar y marcharnos-.