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Todo lo mío es tuyo

Pedro Escartín
29 de marzo de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del IV Domingo de Cuaresma – C – (30/03/2025)

Hemos oído tantas veces la parábola que se narra en el evangelio de hoy (Lc 15, 1-3. 11-32) que corremos el riesgo de no tomar en serio la interpelación que nos hace. Así nos lo ha advertido el párroco en la homilía, y no puedo menos de preguntar a Jesús de qué peligro nos quiso apartar cuando propuso esta parábola, muy hermosa, sin duda, pero que también me ha producido alguna inquietud, porque ¿no tenía algo de razón el hermano mayor al quejarse de cómo se estaba comportando el padre con su hermano? Aquel muchacho se había comportado como un cretino y el padre lo acogió con los brazos abiertos… Por eso he dicho a Jesús:

– Me parece que el padre se pasó de bueno. El chaval no se había portado bien y me temo que una acogida tan generosa por parte de su padre no le ayudaría mucho a enderezar su vida…

– ¿Has pensado que cuando aquel hijo tomó la decisión de volver junto a su padre ya había empezado a enderezar su vida? –me ha replicado cogiendo una taza de café con sus manos–. Cuando a aquel mal hijo, y lo era, se le acabaron los bienes de la herencia, se vio obligado a contratarse para guardar cerdos, un oficio vergonzoso para la gente de su país y su cultura; además aquel oficio no le daba ni para comer y pasaba hambre. Entonces se dio cuenta de que estando lejos del padre su vida se degradaba y fue capaz de tragarse su orgullo y ambiciones, de renunciar a su condición de hijo y ser tratado como un jornalero; además, junto al padre tendría todos los días un plato de comida caliente; pero sobre todo reconoció que había “pecado contra el cielo y contra su padre”. Se puso en camino, volvió a casa dispuesto a sostener, avergonzado, la mirada de su padre y a reconocer su mal comportamiento. ¿Qué más podía hacer para enderezar su vida?

– A la fuerza ahorcan, dice nuestro refranero –he insistido–.

– Eres tan duro de corazón como los fariseos y no perdonas como perdona el Padre. El perdón comporta algunos riesgos y ahí está su grandeza; por eso produce un cambio tan profundo que transforma la vida de quien se siente perdonado. Cuando una mujer, reconocida como pecadora por los que se sentían satisfechos de sí mismos, me lavó los pies con sus lágrimas no pude menos de decir al fariseo Simón, que la censuraba en su interior y de paso me menospreciaba: «¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa no me diste agua para los pies. Ella, en cambio ha lavado mis pies con sus lágrimas… Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque muestra mucho amor (Lc 7, 44-47)». No es la estricta justicia la que cambia vuestras vidas, sino el perdón. Así es el Padre: hace llover sobre los campos de los buenos y los malos y confía en vosotros más que vosotros mismos. Puedo asegurarte que aquel desconsiderado hijo de la parábola nunca olvidó que a su padre «se le conmovieron las entrañas, y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» cuando vio que volvía a casa. Todo lo contrario de lo que hizo el hermano mayor, al que el padre tuvo que recordarle: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado». ¿Valoras que es tuyo todo lo del Padre o envidias secretamente el comportamiento libertino del hijo pequeño, que por cierta había sido tan destructivo para él?

– ¡Cuánto tengo que aprender aún para llegar a ser un verdadero discípulo!

– Pues ahora te digo que si consigues perdonar de corazón te sentirás dichoso y harás que el mundo mejore.

– Tendrás que ayudarme…, porque, como dice otro refrán, la cabra siempre tira hacia el monte.

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2 respuestas

  1. Cómo bien dices, es más fácil ir de hermano mayor que de pequeño. El «pródigo» se ha comido su orgullo y el mayor se siente ofendido. Creo que esta parábola debería llamarse la del «Padre bueno»

  2. Esta parábola, del hijo pródigo o -más bien- del padre misericordioso, siempre nos plantea problemas de interpretación. Probablemente nos situamos en un punto equivocado: nos adherimos al hijo mayor, cumplidor de la ley y trabajador, que no se siente compensado en sus esfuerzos, o con el menor, pecador que vive el perdón de su padre.
    Quizá habríamos de considerar el papel del padre, que ama y siempre espera la conversión de este hijo, y ponernos en su lugar. Así, aun siendo hijos, podríamos alegrarnos por el cambio vivido por el hermano y participar de la alegría de su padre. Y no olvidar que, en la aparente bonhomía, coexiste una parte de responsabilidad por nuestro propio pecado, al menos en omisión.

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