Sergio Pérez tiene 42 años y atiende como sacerdote a la unidad pastoral de Daroca: 28 pueblos, tres residencias de ancianos, un monasterio de dominicas contemplativas y un centro penitenciario. Se trata de una zona especialmente castigada por la despoblación y el envejecimiento, con varios municipios que no sobrepasan los 50 habitantes y que son testigos de la entrega –a menudo desconocida– del cura rural. “La gente valora que la Iglesia no se haya olvidado de ellos”, asegura este sacerdote de voz alegre y sonrisa permanente, al tiempo que destaca la “atención humana y espiritual” que se presta en todo momento.
“El párroco es uno más del pueblo, está siempre ahí con la mano tendida y forma parte de la vida sociocultural”, explica Sergio, muy sensible con los problemas de la ancianidad: “Hay mucha soledad y encontramos gente que vive sin esperanza”. Por ello, la presencia del sacerdote encarna la “acogida total” de la Iglesia, que ofrece un servicio humano –de acompañamiento– sin distinción. Da igual su edad, sexo, raza o creencias, lo importante es vivir la hospitalidad del Evangelio.
Para este servicio, la unidad pastoral es atendida por otros dos sacerdotes –Ramiro y Federico– y un equipo apostólico integrado por una docena de religiosas y seglares voluntarios. Sin ellos, no habría encuentro dominical. Cuando el presbítero no puede llegar a un pueblo, lo hace el grupo de apoyo con una celebración de la palabra en la que los fieles también reciben la comunión. De esta manera, nadie se queda sin vivir el día del Señor.
Entrega amorosa
Sonia Cebrián y Luis Muñoz son uno de esos matrimonios de apoyo, un pulmón para la vida espiritual de este trocito de la archidiócesis de Zaragoza. “Atendemos siempre a los mismos pueblos –Langa del Castillo, Mainar y Villareal de Huerva–, por lo que hemos hecho fácilmente comunidad”, expone Luis, feliz junto a su esposa por el servicio brindado: “Mientras todo el mundo abandona estas localidades, la Iglesia permanece. No hay médico ni tienda, pero los domingos se siguen oyendo las campanas”.Pese a la colaboración, no hay tregua. “Paso todo el día en la carretera”, confiesa animado Sergio Pérez, también delegado de Catequesis y profesor del Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA): “Coger el coche, ir a los pueblos, visitar a la gente… Los sacerdotes queremos ser testigos de esperanza, recordando cómo el Señor no abandona nunca a su pueblo”.
La escasez de presbíteros hace que los feligreses valoren más al clero y que se rece con especial fervor por las vocaciones. Por lo pronto, el Milagro de los Sagrados Corporales, que ayuda a amar más la Eucaristía, sostiene la unidad pastoral de Daroca. Un ejemplo de cómo la Iglesia vertebra una zona rural deprimida.
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