¿Qué otra cosa podía ser mejor que acudir a la Vigilia de Pentecostés el pasado sábado? Eso debieron pensar los hombres y mujeres, jóvenes, niños, consagrados y sacerdotes que se acercaron a la catedral esa noche.

Escuchamos la Palabra
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Sentimos resonar ese grito en nuestro interior: Dios nos estaba llamando a ponernos en camino.

Y «Ellos se fueron a predicar por todas partes». Supimos entonces que nuestro testimonio abarcaba toda nuestra vida.
Pero para eso hacía falta algo: «Recibid el Espíritu Santo». Y fuimos conscientes de que llevamos dentro el mismo Espíritu que lanzó a Jesús a cumplir su misión.

Descubrimos nuestros dones
Caímos en la cuenta de tantas pequeñas cosas que resultan tesoros cuando se entregan y se comparten: el tiempo, las manos, la creatividad…, y ese don concreto que el Espíritu Santo había derramado sobre cada uno. Ese Espíritu que nos une, que es fraternidad y armonía, como nos dijo nuestro obispo José Antonio.
Cantamos, dimos testimonio agradecido ante la comunidad de cuántos dones se nos han regalado para que los entreguemos gratis a los demás. De que esa era nuestra nueva manera de vivir: ser testigos.
Y juntos, siempre juntos, compartimos la alegría de anunciar lo que vivimos.
Delegación del Encuentro