Solo el amor salvará al mundo

Raúl Romero López
19 de agosto de 2019

SALMO 35 

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1 Pelea, Señor, contra los que me atacan,

guerrea contra los que me hacen guerra;

2 empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio;

3 blande la lanza y cierra el paso a los que me persiguen;

di a mi alma: «Yo soy tu victoria».

4 Sufran una derrota vergonzosa los que me persiguen a muerte,

vuelvan la espalda con ignominia los que traman mi daño;

5  sean paja frente al viento, cuando el ángel del Señor los desbarate;

6 sea su camino oscuro y resbaladizo, cuando el ángel del Señor los persiga.

7 Porque sin motivo me escondían redes, me abrían zanjas mortales:

8 que los sorprenda el desastre imprevisto,

que los enrede la red que escondieron, y caigan en la zanja que abrieron.

9 Y yo me alegraré con el Señor, gozando de su victoria;

10 todo mi ser proclamará: «Señor, ¿quién como tú que defiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador?»

11 Se presentaban testigos violentos: me acusaban de cosas que ni sabía,

12 me pagaban mal por bien, dejándome desamparado.

13 Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,

me vestía de saco, me mortificaba con ayunos

y desde dentro repetía mi oración.

14 Como por un amigo o por un hermano,

andaba triste; cabizbajo y sombrío, como quien llora a su madre.

15 Pero cuando yo tropecé, se alegraron,

se juntaron contra mí y me golpearon por sorpresa; me laceraban sin cesar,

16 cruelmente se burlaban de mí, rechinando los dientes de odio.

17 Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?

defiende mi vida de los que rugen, mi único bien, de los leones,

18 y te daré gracias en la gran asamblea,

te alabaré entre la multitud del pueblo.

19 Que no canten victoria mis enemigos traidores,

que no hagan guiños a mi costa los que me odian sin razón;

20 No viven en paz ni con la gente pacífica, traman engaños;

21 se ríen de mí a carcajadas diciendo: «Con nuestros ojos lo hemos visto».

22 Señor, tú lo has visto, no te calles, Señor, no te quedes a distancia;

23 despierta, levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa.

24 Júzgame tú según tu justicia, Señor Dios mío, que no triunfen de mí;

25 que no piensen: «¡Qué bien!

¡Lo que queríamos!»; que no digan: «Nos lo hemos tragado».

26 Sufran una derrota afrentosa los que se alegran de mi desgracia,

queden cubiertos de vergüenza y oprobio los que se envalentonaban contra mí.

27 Que canten y se alegren los que desean mi victoria,

que repitan siempre: «Grande es el Señor»

los que desean la paz a tu siervo.

28 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará.

 

INTRODUCCIÓN

Imagínenos  a un sencillo campesino que es llevado a juicio por gente de la ciudad que tiene muchas influencias y pocos escrúpulos morales. El pobre campesino se siente perdido. Como es creyente acude a Dios para que le ayude. Esta es la situación que se describe en este salmo. El salmista, gravemente enfermo y, según la mentalidad de entonces, considerado castigado por Dios por algún delito grave, se siente injustamente acusado en juicio por acusadores malvados que se gozan de poder presenciar su ruina física y moral. “El salmo se desarrolla en triple onda. Avanza en tres olas sucesivas, recubriendo lo anterior; ganando terreno hasta romperse en cenefas de espuma» (P. A. Schókel).

 

MEDITACIÓN-REFLEXIÓN

 En la oración firme y constante ante Dios, al menos una petición debe dar en la diana (v.3).

El comienzo del salmo es muy tenso y agitado. En sólo tres versículos (1-3)  hay ocho verbos en imperativo: Pelea, guerrea, empuña el escudo, levántate, ven, blande la lanza, cierra el paso, di a mi alma: yo soy tu victoria. Son nueve aldabonazos en las puertas de Dios. Nueve flechas lanzadas a Dios. Pero sólo la última ha dado en el blanco y ha hecho diana en el corazón de Dios. Es la última. La que le pide a Dios que sea Él su victoria.  Se acude al Dios guerrero. «Yavé es un fuerte guerrero» (Ex 15,3). Alude al escudo menor que se embraza y al mayor que cubre todo el cuerpo. El salmista, perseguido por los enemigos, le pide a Dios que intervenga. Pero sólo cuando se fía plenamente de Dios y pone su vida en sus manos, se siente seguro. En la última petición busca refugio en Yavé. Para él la ayuda más poderosa no son las armas, sino la promesa de Yavé: «Yo soy tu victoria».

 

Hay que superar la ley del talión.

Se trata de una imprecación basada en la ley del tallón (v.4-8). Hay un deseo de venganza y los acusadores deben ser las primeras víctimas de su falsedad. La ley del talión mandaba que se hiciera al agresor el mismo daño que te había hecho a ti. No se permitía propasarse. En una época donde no hay policías debía existir algún tipo de defensa. Esta ley está apoyada en el principio de «no hacer a otro lo que no quieres que te hagan a ti». Es decir, experimenta ahora en propia carne lo que tú has hecho sufrir al hermano. Por otra parte «todas las maldiciones de estos salmos de imprecación brotan de la fuente pura de un celo abnegado por el honor de Dios» (Franz Delitzsch). Ellos eran sinceros al orar así. Nosotros los cristianos ya no podemos orar de esa manera, pues tenemos la Nueva Ley traída por Jesús.

 

¿Quién como Tú?

Las primeras palabras de este versículo: «Todo mi ser» significa: todos mis huesos. De repente, el salmista convoca a todos sus huesos para que griten a coro. Lo más interno de su cuerpo, la estructura sólida de su existencia cobra el protagonismo. (v.10)  ¡Son los huesos los que hablan y cantan y danzan! Expresión audaz que se puede comparar con el salmo 51: «Se alegrarán mis huesos”. Todo el ser del salmista se convierte en una gran orquesta que canta gozosa la victoria obtenida. En la bendición litúrgica Nismat Kol, se lee: «La boca, la lengua, la rodilla, lo que está en pie, las costumbres, las entrañas, como está escrito: todos mis huesos dirán: ¿quién eres tú?» Todos los miembros del cuerpo deben estar prestos para la alabanza a Dios. Por eso, cuando reza un judío, mueve todo su esqueleto.

La pregunta ¿Quién como tú?  (v. 10) es la misma pregunta que aparece en Ex. 15,11 después de la victoria sobre Egipto. Comenta muy bien Ángel Aparicio: “Las proezas del pasado se prolongan ahora en un hijo del Pueblo. Un perseguido,  y pobre como los antepasados en Egipto, es librado del fuerte y expoliador, como lo fue el Faraón”. El buen israelita nunca está solo porque forma parte del Pueblo Elegido. Es más, prolonga y actualiza en su pequeña historia los sufrimientos y los gozos de una gran historia, la historia del Pueblo, la historia de la Salvación.

 

Hay algo que duele más que el sufrimiento físico: la ingratitud.

Ahora el salmista se detiene a describir una triste historia: la negra historia de la ingratitud (v.11-15). Los enemigos le imputan culpas que no tiene con el fin de separarlo de Yavé. Él, en cambio, cuando ellos estaban enfermos, no se puso a pensar en que su enfermedad podría deberse a una culpa o qué tipo de culpa. Se limitó a atenderles y a rezar por ellos. El deseaba ardientemente la salud de sus enemigos.

El salmista consideró a sus enemigos como «amigos y hermanos». Sufría por ellos como cuando se llora a una madre. Así de sensible, delicada y exquisita es el alma del salmista. Mientras los enemigos se alegraban de su desgracia, él se solidarizaba con sus sufrimientos hasta vestirse de luto. De esta manera llegamos a una cima alta dentro de la espiritualidad judía, propia del ideal evangélico.

 

El mirar del hombre es mezquino. El mirar de Dios es amor.

A los beneficios pasados, los enemigos responden con un encarnecido odio. Celebran su caída a carcajadas. La frase rechinar de dientes expresa la rabia y hostilidad salvajes. Y se regodean de haberlo visto con sus ojos (v.21). Mirada sarcástica, llena de hipocresía y de crueldad por parte de los enemigos.

Pero hay una manera de mirar totalmente distinta: la mirada de Dios. “Señor, Tú lo has visto” (v.22). Y ¡de qué manera tan diferente! Ahora es el propio Dios el que ha penetrado, con su mirada, hasta lo más profundo del corazón y ha visto toda la limpieza y transparencia del salmista. Por eso no se va a callar. Sería darles la razón a los sin-razón. Por un momento Dios guardó silencio, pero ahora va a actuar. ¡Despierta!… Es como pasar de la inactividad a la acción. Algunos quieren ver en ese despierta el eco de un mito baálico del resurgimiento anual del dios adormecido, aplicado a Yavé en la fiesta del año nuevo; pero esto es impensable. Un Dios que muere y nace es inadmisible en  Israel para quien Dios está siempre vivo, más aún: es el Dios de vivos (Sal 18,47). «En Israel y en su historia la vida de Yavé se impone con una fuerza tal y una evidencia que no hay necesidad de su contrapartida: la muerte. Si el Antiguo Testamento insiste sobre la vida de Yavé es porque frente al mundo y la humanidad Yavé es el fiel a Él mismo, siempre vivo y siempre presente» (Ex 3,14; E. Jacob).

 

Hay algo que no puede interrumpirse: la alabanza y la acción de gracias a Yavé.

Es de destacar con qué audaz certidumbre contempla el acontecimiento de la salvación aquel hombre que se lamenta y llora. Pasa una y otra vez, cuando todavía se halla rodeado de peligros, al cántico de acción de gracias (v.9, 18, 27-28).

Una súplica que está empapada de acción de gracias denota una confianza infinita en Dios. El dar gracias antes de recibir el beneficio significa que el orante está convencido de que va a ser escuchado.

Otro dato importante es el que manifiesta el salmista en el último verso: «Todos los días te alabaré». La alabanza, la gloria de Dios, la acción de gracias están por encima de toda consideración. Dios debe ser reconocido siempre, independien­temente de mi situación anímica. «El hombre ha nacido para alabar y bendecir a Dios». Ese es su oficio, su tarea, su misión. El silencio de Dios para los malos puede suponer un peso insoportable. Si este silencio le sirve de reacción para llamar a Dios con fuerza, puede convertirse en silencio medicinal. El silencio de Dios en las almas buenas siempre es positivo. Se ausenta… para que se le busque con más intensidad. Y quizás la mayor decepción de Dios sea el que no le busquemos cuando él se ha escondido precisamente  para forzar nuestra búsqueda.

«El nieto del rabí Baruch jugaba al escondite con otro niño. Después de hacerse el escondido, se quedó en el escondrijo por mucho tiempo creyendo que su amigo le buscaría. Al final salió y se dio cuenta que su amigo se había ido sin buscarlo. Su ocultamiento no había servido de nada. Se echó a llorar y fue donde su abuelo a lamentarse de su amigo. Y, después de haber escuchado este cuento, el Rabí Baruch también se puso a llorar y dijo: Es Dios el que dice: «Me oculto y nadie me busca»».

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

«Si el amor y la armonía reinan en todos los miembros de la comunidad de Israel, entonces la Shekina (la presencia de Yavé) reposa sobre todos y con ella toda la santidad. Pero cuando la discordia ilumina los ojos, he aquí una brecha abierta por donde se escapa la santidad. Es por lo que si tu compañero se alejó de ti en su alma, es preciso estar cada vez más cercano en su corazón a fin de que una la brecha y se repare el desgarrón» (M. Buber).

 

“Si vosotros queréis castigar a los que os hacen mal, avergonzadles volviéndoles el bien. Venced con la paciencia a los que en su orgullo os han hecho gran mal”  (Valluvar, poeta hindú).

 

“Salvadme, Señor, de todos los que tratan de clavar los dientes en el corazón. ¡Yo no tengo otra alma de recambio” (P. Claudel).

 

“Cuando hay alguno que te odia y quiere tu mal, es preciso ser fuerte y amarlo más que antes. Es el medio para conducirlo al arrepentimiento” (M. Buver).

 

ACTUALIZACIÓN.

 Vivimos en una época de mucha agresividad, mucha tensión y, en algunos casos, mucha malicia. Por el hecho de ser criaturas limitadas, llevamos ya en sí un peso, una carga. Pero eso que conlleva nuestra naturaleza limitada la llegamos a asumir. Lo que difícilmente podemos aceptar es la “ingratitud”.  Sentimos que no nos agradezcan el bien que hacemos a las personas. En este salmo, la perversidad alcanza los límites más altos. Aquí se trata de “enemigos” a quien el salmista ha favorecido. “Me pagaban mal por bien”. Cuando a esos enemigos les pasaba algún mal “el salmista estaba triste incluso llegaba a llorarles como si se tratara de amigos y familiares.”

Si el pagar mal por bien es propio de almas ruines; el devolver bien por mal es propio de almas sublimes. Y a esta altura moral llegó el pueblo de Israel en algunos casos.

En el Nuevo Testamento Jesús nos mandará “amar a los enemigos”. En ninguna otra religión se exige tanto. Si Jesús se atreve a proponerlo a los cristianos es porque Él ha ido por delante. Se ha muerto perdonando a los propios asesinos. La violencia engendra violencia. Por ese camino nunca llegaremos a convivir. Es el amor que nos mostró Jesús el que es capaz de arrancar de nuestro corazón toda la agresividad y bestialidad que llevamos dentro. La ley suprema del cristiano nos la propone San Pablo en la carta a los romanos: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Ro. 12,21).

 

 PREGUNTAS.

 En las pequeñas batallas de cada día, ¿sé acudir al Señor como el único capaz de poner serenidad y paz a mi espíritu?

 

  1. Hay momentos en mi comunidad en que me entienden mal; he ido con la mejor intención de arreglar las cosas y aún las he estropeado más. ¿Qué hacer? ¿He hecho de esto ocasión para el diálogo y la reconciliación?

 

  1. ¿Sé entender que el devolver bien por mal no es signo de debilidad, sino de fortaleza?

 

ORACIÓN

 “Di a mi alma: yo soy tu victoria”

         Señor, muchas veces me golpea la tristeza. Me siento solo y abatido, derrotado y como sin fuerzas. Yo sé que Tú eres fuerte y has vencido hasta la propia muerte. Yo podría invocarte como a mi Salvador, pero prefiero que seas Tú quien venga a mí y le susurre a mi alma: yo soy tu victoria. Sabes que tu cercanía me hace bien. Tus palabras son siempre lindas pero mucho más cuando eres Tú quien viene a decírmelas. Cuando un niño pide agua, no quiere tanto el agua cuanto que sea la propia mamá la que le dé de beber. Déjanos, Señor, ser como niños ante Ti.

 

“Me pagan mal por bien”

         Tú sabes, Señor, que en ciertos momentos de la vida quiero cambiar y hacer bien las cosas. Me propongo salir de mí mismo y hacer más agradable la vida a los demás. Son momentos bonitos de mi vida. Pero sucede que, justamente entonces me interpretan mal y son precisamente aquellas personas a las que yo quería ayudar las que se vuelven contra mí. Entonces me lleno de tristeza y quiero tirar todo por la borda. Ayúdame en esos momentos a serenarme, leer tu evangelio y aprender de Ti y a vencer el mal a fuerza de bien.

 

¡Que  repitan siempre: grande es el Señor!

         Nosotros, Señor, somos pequeños, pero Tú eres grande. Déjanos alabarte y bendecirte desde nuestra pequeñez. Nos sentimos felices de poder adorarte. Y quizás no exista para nosotros, criaturas tuyas, un momento tan emocionante como ése en que lo finito se inclina ante lo Infinito; lo pequeño ante lo Grande; la nada ante el Todo.

Y, déjanos sentirnos a gusto en nuestro puesto de criaturas sabiendo que sólo Tú eres el Creador Soberano. Sabemos que entre Tú y nosotros hay una distancia infinita, pero esa distancia Tú la llenas con la inmensidad de tu amor. ¡Gracias, Señor!

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