Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XV Domingo del Tiempo Ordinario – B – (14/07/2024)
El evangelista Marcos, en los primeros capítulos de su relato, narra la actividad misionera de Jesús en Galilea y recuerda que, después de sus primeras curaciones y debates con los expertos en la Ley de Moisés, reunió un grupo de discípulos entre los que instituyó a Doce para «que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios» (Mc 3, 14-15). Durante unos meses, le acompañaron, escucharon sus parábolas y enseñanzas, y presenciaron sus milagros. Entonces, Jesús creyó llegado el momento de ir más allá. Esto es lo que me ha parecido que quería decír el evangelio de este domingo (Mc 6, 7-13).
– Espero haber entendido bien -le he dicho después de saludarnos y acomodarnos en una mesa que estaba vacía mientras nos traían los cafés-. Al escuchar que llamaste a los Doce y los fuiste enviando de dos en dos, he tenido la sensación de que querías empezar una nueva fase del programa de predicación que llevabas en la cabeza.
– No andas desencaminado -ha reconocido-. Mi estancia entre vosotros iba a durar poco tiempo y yo tenía que templar el ánimo de los que había escogido.
– Y bien que se lo templaste, pues los enviaste con lo puesto: con un bastón para el camino y nada más, ni alforja, ni dinero, ni una túnica de repuesto -he dicho mirándolo con una sonrisa un tanto burlona-. ¿De qué iban a vivir? Igual hubieran preferido que no los eligieras…
– Vamos a ver -me ha cortado levantando su mano-. La elección no es un privilegio, sino un encargo y una responsabilidad, esto es lo primero que has de tener en cuenta. Además, los envié de dos en dos para que, en la tarea, no se sintieran solos y sobre todo para que su palabra tuviera fuerza de ley, conforme a la costumbre de entonces, que requería que un testimonio fuera refrendado por dos personas. En cuanto a no llevar alforja, también has de recordar que, en aquella sociedad, la hospitalidad era habitual y poco menos que obligada, por eso les dije «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio». Ya sé que esto no encaja con vuestra cultura, que tiende a ser individualista; y sobre todo ten en cuenta que mi intención era que solo fueran provistos abundantemente de una cosa: de la falta de seguridades. ¿Entiendes lo que quiero decir?
– ¡Hombre! La verdad es que los enviaste sin ninguna seguridad. No sé cómo fueron capaces de arriesgar tanto.
– Porque llevaban lo más valioso: el mensaje de la salvación de Dios para todo el que quisiera acogerla. Por eso también les dije que «si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudid el polvo de los pies, para probar su culpa». Que Dios pase por la puerta de tu casa y no lo recibas es algo que inevitablemente tiene consecuencias, pues pierdes la oportunidad de que sea Él quien en adelante acompañe tu vida.
– Entonces, ¿con qué credenciales podían presentarse ante la gente? -he preguntado un tanto intrigado-.
– Con la fuerza que tiene el propio mensaje; no con el prestigio que pudiera darles su elocuencia, sus riquezas, sus vestidos o su estado social. En otra ocasión envié setenta y dos discípulos con unas instrucciones parecidas y cuando regresaron estaban alegres porque el mensaje había sido muy bien acogido. Entonces yo no pude menos de llenarme de gozo y decir: «Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10, 1-22). Es la gran paradoja: los que creen ver, se quedan ciegos, mientras que los ciegos recobran la vista. ¿Tú eres de los sabios o de los pequeños? -me ha preguntado confidencialmente mientras salíamos de la cafetería-.