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Si Dios es música, ¿cómo cantar si Él está ausente?

Raúl Romero López
26 de julio de 2021

Salmo 137

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1 Junto a los canales de Babilonia

nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;

2 en los sauces de sus orillas

colgábamos nuestras cítaras.

3 Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;

nuestros opresores, a divertirlos:

“Cantadnos un cantar de Sión”.

4 ¡Cómo cantar un cántico del Señor

en tierra extranjera!

5 Si me olvido de ti, Jerusalén,

que se me paralice la mano derecha;

6 que se me pegue la lengua al paladar

si no me acuerdo de ti,

si no pongo a Jerusalén

en la cumbre de mis alegrías.

7 Señor, toma cuenta a los idumeos

del día de Jerusalén,

cuando se incitaban: “Arrasadla,

arrasadla hasta el cimiento”.

8 Capital de Babilonia, ¡criminal!

¡Quién pudiera pagarte los males

que nos has hecho!

9 ¡Quién pudiera agarrar y estrellar

tus niños contra las peñas!

INTRODUCCIÓN

Estamos ante un salmo singular, difícilmente clasificable. “El poema se encuentra completamente solo en el salterio. No puede asignarse a ninguno de los géneros que encontramos en otros salmos” (H. Schmidt). El salmo hay que situarlo en la época inmediata al destierro de Babilonia. Más que un canto de los desterrados es un canto de los repatriados que, a la vista y en presencia de Jerusalén, recuerdan el pasado, el destino trágico de la ciudad y de sus habitantes, y le declaran su amor profundo e inquebrantable. Hay que notar en el salmo la belleza de su poesía, así como la delicadeza de sus sentimientos: sentimientos de tristeza cuando se evoca la suerte de Jerusalén; sentimientos de fidelidad en la aflicción con ausencia de toda alegría y toda diversión; sentimientos de impaciencia en el deseo de encontrar de nuevo a Sión y a Yavé su Dios.

El autor trabaja muy certeramente los contrastes: Babilonia es la opuesta a Sión. Al principio del salmo aparecen los canales de Babilonia, signo de fertilidad y de vida; al final, la peña seca contra la cual se estrellarán los niños. “En términos de poesía lírica, lo considero como uno de los mejores poemas del salterio. Concibo el salmo 137 como el canto de la resistencia espiritual de los desterrados con esperanza. El canto, entre otros factores, los protegió de la asimilación religiosa a Babilonia, los aglutinó como grupo, los confortó en la fidelidad y la esperanza” (Alonso Schökel).

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN SOBRE EL CONTENIDO ESENCIAL DEL SALMO

Cuando se ha perdido el objeto del amor, sólo quedan las lágrimas (v.1).

En Babilonia había numerosos canales para el riego de los cultivos e incluso para el transporte. Los canales, llenos de chopos o sauces, alegraban la capital y ofrecían a los visitantes un ambiente refrescante y festivo. Un bonito lugar de descanso.

Allí se reúnen también los deportados. Ellos, que vienen de una tierra árida, podrían disfrutar del paisaje, pero se sientan en actitud de duelo y, mientras añoran la ciudad de Jerusalén, dan rienda suelta a sus lágrimas “Gemirás, pondrán luto en tus puertas y te sentarás desolada en el suelo” (Is 3,26).

Cuando se ha perdido aquello que más se ama, la mirada del corazón sólo encuentra reposo y satisfacción en aquello que constituye el objeto de su amor.

Cuando Dios desaparece del horizonte, hasta las criaturas inanimadas guardan luto (v.2).

Las cítaras, instrumentos que se tañían para cantar alegres alabanzas, habían enmudecido y colgaban de los sauces de las orillas. El duelo se había adueñado no sólo de las personas, sino también de los objetos. Las cítaras también guardaban luto. “Cesa la alegría, se calla el tambor, el alborozo se acabó, nadie se divierte, descansa la cítara, no se oye su son” (Is 24,8). Lejos de Sión, es decir, lejos de Dios no puede existir el gozo y el júbilo. Cuando Dios desaparece del horizonte el corazón se llena de tristeza y soledad.

Dios es música. Sin Él, no es posible el canto ni la danza (v 3).

“Allí” –es decir, en un país extranjero, habitado por falsos dioses–, los deportadores les piden que canten las canciones de su pueblo, las que cantaban en Jerusalén. Les invitan a descolgar las cítaras para que su música y sus canciones les sirvan de entretenimiento. Tal vez, en esa petición se insinúe una acusación irónica: ¿Dónde está vuestro Dios? ¿Merece la pena llorar por un Dios ausente, que no se preocupa de vosotros?

Una ciudad sin Dios es una ciudad desolada. Sus ciudadanos son todos extranjeros (v.4).

La reacción no se hace esperar. Cantar y tocar para divertir a los deportadores les parece una frivolidad, y el atentar con su fe les suena a blasfemia. La música y el canto son expresión de alegría. Ahora bien, ¿cómo poder cantar en una ciudad donde no está Yavé? Un buen judío no reconoce otras fuentes de alegría que no sean las de su Dios. Él vive en Jerusalén y allí es donde se le debe cantar. “Tú mereces un himno en Sión” (Sal 65,2).

No se puede olvidar aquello que más se ama (v 5-6).

El salmista pasa ahora a las imprecaciones en forma de juramento. Si me olvido de ti, ¡que se me seque la mano derecha! La mano derecha es la que sirve para tomar la cítara y tocar. Si esa mano no me va a servir para tocar para ti, Jerusalén, ¿para qué quiero tenerla? ¡Que se me paralice!

Mi lengua es para alabar, bendecir, cantar… Pero si ya no puede cantarte, alabarte, bendecirte a ti, Jerusalén, ¿para qué me sirve? Mejor es que se me seque.

El salmista no duda de que en Babilonia existan cosas buenas y positivas, que puedan reportar alguna satisfacción a los repatriados. Pero estas pequeñas alegrías se eclipsan ante la inmensa alegría de Jerusalén, como eclipsa el sol la pequeña lamparita de barro que alumbra por la noche en nuestra casa.

La alegría de Jerusalén está en la cima, en la cumbre. Este juramento de fidelidad y de amor intenso que profesa el salmista por la ciudad de Jerusalén lo tiene, sobre todo, por Yavé, el supremo tesoro de Jerusalén, la fuente suprema de todas las alegrías.

El salmo nos invita a rezar de esta manera: Si un día me olvido de ti, Dios mío, que se me paralicen los pies, las manos, la lengua, los ojos, la sangre, los pulsos, la mente. Yo pongo a Dios en la cumbre de mis alegrías.

Jerusalén es como una matrona a quien los enemigos han desnudado (v 7).  

“El día de Jerusalén” alude a la tragedia del 587. Los idumeos, parientes y vecinos de los israelitas, fueron los primeros en aliarse con los babilonios para arrasar Jerusalén.

“Arrasadla” hay que traducir por desnudadla. La ciudad era consideraba como una matrona y el dejarla desnuda era el gesto de mayor humillación. Israel no ha olvidado el daño que le hicieron sus vecinos, los idumeos. Donde los judíos ponen Jerusalén, nosotros debemos poner Iglesia. Una bella oración en tiempo de crisis puede ser ésta: ¡Me duele la Iglesia!

Agarrar a los niños y estrellarnos contra las peñas, es lo más anticristiano.  Por eso los salmos deben cristianizarse (v. 8-9)  

Estas últimas palabras del salmo hieren nuestra sensibilidad cristiana hasta el punto de escandalizarnos. De hecho, la Iglesia las ha retirado de la liturgia. Se trata de costumbres salvajes impuestas por los vencedores. A la conquista de una ciudad seguía de ordinario la muerte de los prisioneros con las mujeres y los niños. Los conquistadores querían eliminar hasta el futuro de la ciudad conquistada. “Pasarás a cuchillo a sus soldados, estrellarás a los niños y abrirás en canal a las embarazadas” (2Re 8,12).

El padre Alonso Schökel nos dice que las palabras del salmo no son un programa de acción, sino lírica que desahoga sentimientos. Sabemos que existía la ley del talión por la que tú podías hacer a otro el mismo mal que él te habla propinado a ti. Ojo por ojo y diente por diente.

Cuando Israel desea que los niños de los babilonios sean estrellados contra las peñas es porque eso mismo habían hecho los babilonios con los niños de los israelitas.

¿Podemos seguir rezando el salmo? Sí, con tal de que tomemos las ciudades de Jerusalén y de Babilonia en sentido simbólico. Es lo que hace el libro del Apocalipsis: “Vi bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo” (Ap 21,2).

Nosotros podemos descubrir en la nueva Jerusalén a la Iglesia celeste, como joven esposa, que tira de nosotros con la fuerza de su amor. Nosotros deseamos encontrarnos definitivamente con ella.

En el Apocalipsis también se menciona a Babilonia como símbolo del mal: “Babilonia, la orgullosa, la madre de todas las prostitutas y de todas las abominaciones de la tierra” (Ap 17,5). Nosotros luchamos contra esa ciudad del mal. Y deseamos que desaparezca para siempre.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Jesús amó la ciudad de Jerusalén y lloró por ella. Pero Jerusalén rechazó su mensaje de paz. Él escuchó el clamor de todos, individuos o grupos, liberándolos de toda forma de esclavitud u opresión. Con su muerte venció al mundo ( Jn. 16,33) haciendo de la humanidad un solo pueblo de hermanos.

San Cirilo de Jerusalén: “católica es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros… y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa”.

J. Haléry, siglo XII: “Soy como un arpa afinada a tus cuerdas… Quién me diera alas para volar lejos, para ir y venir allí donde la Alianza entre tu corazón y el mío fue sellada. Colina hermosa, alegría de la tierra, ciudad del gran Rey. Todo mi ser tiembla acordándome del pasado, de tu gloria desvanecida, de tu templo devastado. Abrazaré tus piedras con amor”.

ACTUALIZACIÓN

En estos momentos, en España, los políticos están dando un recital de confrontación, bajeza moral, malas formas, olvido y desinterés por los problemas concretos del pueblo que los ha votado. Cada partido va “a lo suyo”, a su propaganda, a intentar sacar votos, aunque sea a base de mentiras. No se les ocurre hablar de diálogo, de consensos, de miras altas, de servicio a los ciudadanos. A estos políticos les vendría bien aquello de Antonio Machado:” ¿Mi verdad? No. ¡La verdad! Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

Este salmo 137 va contra el imperialismo, contra la explotación del hombre por el hombre, contra el desprecio o depravación de la cultura, la religión, y el folclore de otros grupos o pueblos.  Todo hombre religioso está tentado a maldecir, a condenar a quien no piensa como él, a quien no valora lo que él valora. Hay que moderar ese deseo. San Pablo nos dará un consejo válido para todos los tiempos: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Ro, 12,21)

PREGUNTAS

1.- ¿Amo yo a la Iglesia con el amor con que un judío ama la ciudad de Jerusalén?

2.- Cada comunidad cristiana viene a ser una Iglesia en pequeño, una mística Jerusalén. ¿Me siento unido a mis hermanos de comunidad con vínculo de fe y de fraternidad? ¿En qué se manifiesta este amor?

3.- Hay gente que cree en Cristo y no cree en la Iglesia. ¿A qué se debe esta dicotomía? ¿Qué puedo hacer para que la Iglesia, mi Iglesia, sea más creíble?

ORACIÓN

“Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar”

Señor, quiero sentarme junto al río de la historia para llorar por tantas personas que sufren en su cuerpo o en su espíritu: madres maltratadas y abandonadas por sus esposos; niños que deambulan por las calles sin techo ni hogar; obreros que buscan trabajo y no lo encuentran; familias destrozadas a causa de la guerra o de la violencia absurda e irracional; ancianos solos y abandonados.

Yo quiero, con mis lágrimas, solidarizarme con todos los que lloran. Yo quiero que mis lágrimas sean expresión de cercanía y de cariño con todos los que sufren.

“¡Cómo cantar un cántico al Señor en una tierra extraña!”

Señor, la tierra que tú nos diste para todos es la tierra bien repartida, la tierra de la fraternidad. La tierra que nosotros pisamos cada día, no es tu tierra, es una tierra extraña. En ella se dan las mayores desigualdades: unos pocos tienen casi todo y la inmensa mayoría no tienen casi nada. Yo no puedo cantar en esta tierra. Me siento extraño. Me falta la voz y se me hace un nudo en la garganta. Yo sólo sé cantar canciones de amor, de justicia, de libertad, de paz.

“Capital de Babilonia, ¡criminal!”

Babilonia es la capital del mal. En esta ciudad se cometen los mayores atropellos, los crímenes más horrendos. En Babilonia se fomentan y se azuzan todas las pasiones: la soberbia, la envidia, la rivalidad, la lujuria, la avaricia. Esa Babilonia puede estar dentro de mi propio corazón y ser madre de muchos hijos. Dame, Señor, fuerza para vencer la ciudad del mal y estrellar contra las peñas los hijos de la maldad.

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