El Día del Seminario de este año se ha aplazado en dos ocasiones a causa de la pandemia: de la fiesta de san José, en marzo, al domingo del Buen Pastor, en mayo, y, finalmente, a la fiesta de la Inmaculada.
Lo que no ha variado ha sido el lema ‘Pastores misioneros’, que intenta recoger la identidad del sacerdocio ministerial. Los sacerdotes, en cuanto que participan del sacerdocio de Cristo, son llamados en verdad ‘pastores de la Iglesia’ y, en cuanto enviados por él, son esencialmente misioneros dentro de una Iglesia toda ella misionera.
Aragón, tierra de anuncio
Es muy habitual escuchar que para ser misionero ya no hay que marchar a tierra de misión. Y esto es verdad. Aunque la misión ad gentes sigue siendo una urgencia ineludible para la Iglesia, nuestra tierra no es ajena a la realidad de la secularización y, por tanto, necesita de evangelizadores y de primer anuncio: muchos no saben que Jesucristo, el Señor, hijo de Dios, ha muerto y resucitado por nosotros, por amor, para salvarnos.
A esta realidad, se suma un desafío poblacional. Aragón cuenta con una ciudad de más de 700.000 habitantes, Zaragoza; dos capitales de provincia, Huesca (50.000 habitantes) y Teruel (35.000 habitantes); y una compleja realidad rural: 728 municipios, de los que solo 114 superan los mil habitantes. En total, algo más de 1.325.000 habitantes, irregularmente localizados. ¿Cómo evangelizar en estas circunstancias?
Seminaristas misioneros
Aragón cuenta tras las últimas ordenaciones con doce seminaristas mayores. Uno pertenece a la diócesis de Tarazona, dos a la de Teruel y Albarracín, nueve a la de Zaragoza. A estos, se unen cinco seminaristas menores. Todos se forman en el Seminario Metropolitano de Zaragoza y en el CRETA, aunque los fines de semana marchan a sus diócesis de origen para convivir con el presbiterio propio y mantener un contacto constante con la porción de la Iglesia que han de servir. ¿Cuál es su experiencia?
Daniel Clemente (Zaragoza, 1997) está realizando su labor pastoral en el barrio zaragozano del ACTUR, un barrio “relativamente joven”, afirma. Aunque los niños siguen acudiendo con sus familias a la catequesis de primera comunión, luego desaparecen. Lo mismo ocurre con los chicos de confirmación, aunque “en este caso las familias ya no vienen”. La secularización se nota en ellos: “el Cristianismo queda reducido a una ‘sacramentalidad social’ poco vivida”. Ante esta situación, Daniel afirma la necesidad de ser un seminarista misionero “que esté muy cerca de Dios y cerca de los hermanos; abierto al diálogo y viviendo en coherencia… Tratando a las personas con cariño y disposición”.
En el mundo rural
Alberto Seminario (Perú, 1980) desarrolla su pastoral en la parroquia de la Inmaculada de Tarazona y en Novallas. Dentro de su labor, percibe “pérdida de valores, de respeto, de fraternidad, de servicialidad, de perdón, de compromiso y de compartir”. Esta realidad le lleva a formarse de un modo en que la Teología y “el primer anuncio se conviertan no solo en una teoría que recibo en clases, sino en un aprender desde la fe, que ahonde en la experiencia personal con el Resucitado, un Cristo liberador que ama a toda la creación”. A sus comunidades cristianas, les pide que “continúen tendiendo puentes de amistad que nos permitan poder realizar lecturas creyentes de nuestras vidas”.
Desde la ciudad de Albarracín y doce pueblos más, Alfonso Torcal (Zaragoza, 1985) destaca el papel del cura en la sociedad rural, un papel de “escucha y atención personalizada, que se mantiene en personas mayores”. Para él, la secularización no sólo es la realidad en la que vive, sino “una buena oportunidad: debo volver a un primer anuncio y eso es apasionante”. ¿Cómo responder?
Alfonso cree que un seminarista misionero es “un enamorado de Dios y del mundo; con los pies en el presente, la vista puesta en el futuro, dando la importancia que tiene el pasado; y con una espiritualidad arraigada en la eucaristía, en la liturgia de las horas y en la oración personal”.