El delegado diocesano de Pastoral de la Salud y presidente de la Hospitalidad Diocesana de Lourdes, José María Sistac, reflexiona sobre la incidencia de la pandemia en la sociedad y, especialmente, en la Iglesia.
En ocasiones, como delegado de Pastoral de salud, y tras terminar las reuniones con lo que yo llamo “mi ejército”me planteaba el gran interrogante: ¿Hacia donde vamos? ¿Qué fuerzas nos quedan?.
Políticamente, como se dice ahora, era muy incorrecta esta reflexión pero tal vez teníamos que dejar de mirarnos tanto al ombligo y empezar a intentar crecer. Tarea dura y muy complicada por otra parte, pero no podíamos quedarnos en el inmovilismo de los de siempre haciendo lo de siempre.
El camino recorrido por la Pastoral se inicia con entusiasmo pero luego es muy difícil mantener el ritmo de motivación y persistencia. Tal vez con la ayuda de la Virgen vamos manteniendo esos listados de visitas, que poco a poco van envejeciendo como nuestros agentes y, cuesta mucho plantear y presuponer un relevo generacional, que aunque se intenta nunca llega o llega con cuentagotas.
No podernos negar la evidencia del envejecimiento de nuestros agentes y de la imposibilidad de crear nuevos grupos sin el apoyo de los sacerdotes, que en la mayoría de los casos están desbordados por otras labores también encomiables, pero que debemos ser conscientes que sin su “tirón” no podemos crecer.
Toda vocación pastoral nace del compromiso. ¿Está nuestra sociedad formada en el compromiso? ¿Son la nuevas generaciones capaces de asumir y entender la ayuda y el apoyo al que sufre desde el hedonismo en que hemos construido la sociedad?
¿Está capacitada la Iglesia para hacer frente y contrarrestar las culturas del personalismo, egocentrismo y el egoísmo que nos invita el mundo a seguir? ¿Somos valientes para ponernos de frente?
Nunca podemos olvidar que la esencia de la Iglesia está en ayudar al que sufre. Y eso es precisamente pastoral de la Salud. No consiste en solo ir a hospitales ( que a veces se confunde con “chafardeo”) o ir a ver a alguien encamado. Se trata de ayudar, apoyar y caminar junto al que sufre. Los hospitalarios lo llamamos ser “ Las manos de la Virgen”.
En esta situación en la que la Iglesia camina por sendas oscuras, y muchas veces nos vence la desesperanza, se nos ha encendido una luz inesperada: la Pandemia COVID.
En estos tiempos, hemos sido capaces de sacar lo mejor de lo peor, nos hemos dado cuenta que la llama del apoyo, la ayuda y el acompañamiento al que sufre o está solo surgió como un torrente en pleno confinamiento. Todo eran carteles dando teléfonos para ayudar a personas mayores o con problemas. Las llamadas se multiplicaban interesándonos por ese vecino que vivía solo y no podía estar acompañado por sus seres queridos, la solidaridad se extendió como un enorme manto que la Virgen fue capaz de extender dándonos aliento y su fuerza, en un situación muy adversa, y que muchas veces nos desbordaba.
Nunca, tal vez, tanta gente se ha sentido tan querida y acompañada, nunca nos hemos preocupado tanto por esos que sufren o están solos. Eso sí es Pastoral. Eso sí es ser “las manos de la Virgen”
¿Será capaz la Iglesia, en su conjunto, saber aprovechar la ocasión que se ha abierto y atraer esa corriente, mantenerla y avivarla? ¿Perderemos los miedos a hablar claro y alto?
Ese es el gran reto y esa es la gran reflexión que debemos hacernos desde todas las Pastorales y tal vez mas desde la nuestra. Hemos de cambiar el paradigma, hemos de empezar a enfocar las cosas desde otro ángulo. La lección la hemos recibido, la solución se ve posible…
Seamos todos permanentemente las manos de la Virgen. Seamos Pastoral de la Salud. Seamos valientes. Seamos Iglesia.
José María Sistac
Delegado diocesano de Pastoral de la Salud y presidente de la Hospitalidad Diocesana de Lourdes