Rosaura, Rodrigo y María Pilar, o cómo vivir la fe en medio del mundo

José María Albalad
10 de marzo de 2020

Tras las claves ofrecidas del Congreso Nacional de Laicos, ‘Iglesia en Aragón’  da voz a los verdaderos protagonistas. En esta entrega, Rosaura, Rodrigo y María Pilar comparten el sueño de ser ‘Pueblo de Dios en salida’ desde las diócesis de Teruel y Albarracín, Zaragoza y Tarazona.

[button color=»white» size=»normal» alignment=»none» rel=»follow» openin=»samewindow» ]ROSAURA ALBERO, DOCUMENTALISTA [/button]

Fraternidad. En el congreso experimenté con mucha fuerza el gran encuentro de fraternidad de todo el Pueblo de Dios.

Acción. Fui con expectativas, deseando encontrarme con la apuesta definitiva de la Iglesia para la dinamización de ese laicado que ha de situarse en primera línea de evangelización. No me volví defraudada, sino confiada y llena de esperanza. Esta vez sí que no podemos dejar pasar esta oportunidad. Urge un laicado en acción.

Sumar. Para salir a la misión, debemos esforzarnos en sumar, en trabajar juntos, porque todos somos necesarios en la aventura de pregonar a Jesús y todos somos uno con Él. Sin una Iglesia unida en la diversidad de carismas que la enriquecen todo será para nada, pero eso requiere apertura, generosidad y renunciamientos.

Discernir. La misión exige también poner en práctica el necesario discernimiento de todos, para vivir y servir desde la vocación a la que somos llamados, no desde las necesidades urgentes que nos reclaman o los voluntarismos que nos agotan si no cuidamos nuestra vida de fe.

Esperanza. Queremos hacer realidad el Reino de Amor en Teruel y Albarracín, con el empuje del Espíritu. Las grandes transformaciones llegan a través de lo sencillo y lo cotidiano.

[button color=»white» size=»normal» alignment=»none» rel=»follow» openin=»samewindow» ]RODRIGO LASTRA, MÉDICO ONCÓLOGO[/button]

Alegría, entusiasmo y esperanza. Alegría de redescubrir que el laicado es una vocación propia y específica. Este congreso ha puesto el acento en que lo propio del laico es ser testigo de la Buena Noticia en la política, la cultura, el arte, la educación, en todo el rico tejido social… y no en los ambientes clericales. También entusiasmo de ver cristianos de muy diversa sensibilidad y procedencia comprometidos y unidos. Y esperanza porque el laicado cristiano comprometido está muy vivo y debe hablar al mundo de hoy.

Perder el miedo. Las referencias a la experiencia de los apóstoles en Pentecostés sobrevolaron durante todo el congreso. Necesitamos formarnos en las razones de nuestra fe, ¡en el acompañamiento al hermano!, en la Doctrina Social de la Iglesia. Los laicos estamos en la primera fila del corazón y las manos del tejido social, pero nos hace falta un esfuerzo en pensar con cabeza propia y transformar la sociedad, poniendo a la persona y, especialmente, a pobres y excluidos, en el centro.

Impulso en las  diócesis. Solo la experiencia de haber trabajado el congreso durante casi dos años ha generado sinergias y complicidades entre laicos de diferentes asociaciones, movimientos y parroquias de Zaragoza. Ahora debemos ser capaces de reavivar las llamas que el Señor ha prendido en cada uno de nosotros.

[button color=»white» size=»normal» alignment=»none» rel=»follow» openin=»samewindow» ]MARÍA PILAR ANDÍA, MISIONERA LAICA DEL SANTÍSIMO REDENTOR [/button]

Tomar conciencia. El congreso ha invitado claramente a los laicos a tomar conciencia de nuestra vocación, vivida en comunión y enfocada a la misión en la Iglesia y en las periferias del mundo, sobre todo hacia los más pobres.

Calidad. Las ponencias que escuché fueron excepcionales, tanto por el contenido como por la manera de transmitirlo. Invito a quienes no pudieron estar a que las lean o vean en la web del congreso.

Presencia pública. Aunque es importante nuestro compromiso dentro de la Iglesia, donde los laicos tenemos un papel más relevante y donde debemos enfocar nuestra misión es en la vida pública, en lo social. Somos ‘profetas 3.0’: sanar personas, cuidar vínculos, tender puentes.

Necesidades sociales. Hay carencias que van más allá de lo material, como la soledad de los ancianos, de las viudas, el vaciamiento de las zonas rurales, la pobreza espiritual… Y es en estas necesidades sociales donde debemos implicarnos los laicos de una manera más contundente.

Ilusión renovada. El camino diocesano es duro pero esperanzador. Hemos llegado con las pilas cargadas y con la ilusión renovada. Hay que dejar asentar lo vivido y ser capaces de transmitirlo con valentía y autenticidad.

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