Raúl Revilla, capellán: “La cárcel no es un basurero. Toda persona tiene su dignidad y merece esperanza”

José María Albalad
11 de septiembre de 2016

El papa Francisco recuerda constantemente la importancia de “salir al encuentro de quien está solo y necesitado”. El sacerdote pasionista Raúl Revilla, capellán de la cárcel de Zuera desde su apertura en 2001, es un ejemplo de la Iglesia en salida que pide el santo padre. Pero también de entrada, porque cada día insufla esperanza en los corazones que más lo necesitan. “Intento ser amigo, familia y hermano de todos”, dice, siempre con una sonrisa. 

Capellán por providencia. Fui párroco de Santa Gema, en Zaragoza, durante 16 años. Luego me fui a Latinoamérica. Mi vuelta coincidió con la apertura de la cárcel de Zuera, y me “encarcelaron” (risas). Ahora no dejaría esto por nada del mundo. Tengo 72 años y una afección cardiaca, pero veo a los internos como hermanos sufrientes a los que no puedo abandonar. No hay nada tan gratificante como regalar esperanza.

Trato personal. Voy todas las mañanas, de 9.00 a 13.00 h. Al llegar, me entregan las instancias de internos que han solicitado hablar conmigo. Es necesario estar abierto, porque muchas conversaciones surgen sobre la marcha, en un paseo, al cruzarte con un preso llorando… Te llaman para contarte algo, confesarse, pedirte oraciones o, simplemente, para desahogarse. Aunque a los curas nos ponen de vuelta y media, damos mucha confianza a los presos. Nos cuentan cosas que no dicen ni a sus abogados.

Labor pastoral. Los fines de semana celebramos cuatro misas y ofrecemos catequesis. La presencia de Dios ayuda a muchos reclusos. Les digo que Jesucristo también estuvo encarcelado, y encima siendo inocente. Las celebraciones son en el salón de actos, pues no hay capilla como tal. Ponemos un altar con un crucifijo y lo ambientamos lo mejor que podemos. Tenemos un póster de tres metros en el que aparece Jesucristo con el pan y el vino. En total, pueden asistir a la eucaristía dominical unas 300 personas.

El capellán del Centro Penitenciario de Zuera, que lleva quince años al servicio de los internos, cuenta su experiencia en prisión y la labor de promoción humana, cultural y religiosa que realiza la Iglesia.

Sin prejuicios. No quiero mirar a los presos como gente distinta. Son personas que han metido la pata, algunos más que otros, pero ¿quién está exento de equivocarse? La cárcel no es el basurero donde echamos a los peores. Hay gente maja que incluso me ofrece su colaboración. “Padre, ¿puedo ayudarle en algo?”, me preguntan. Hay personas que han recibido leñazos desde que nacieron. Es importante reforzar su autoestima y hacerles conscientes de su valor como personas. Todo ser humano tiene su dignidad y merece esperanza.

Teatro como terapia. El reto es involucrar a los internos. A mí me encanta el teatro y funciona bastante bien. Otras veces hemos puesto en marcha una coral propia, que multiplica la participación en la misa.

Perdón y apertura. La indulgencia de Dios la tenemos todos. Lo más duro es ver cuando reinciden y los ves entrar de nuevo. No resulta fácil reinsertarse. Ángel Jiménez, también capellán en Zuera, tiene una casa en Zaragoza que utiliza para acoger a los internos que salen y no tienen a donde ir. Acoge a musulmanes, creyentes, ateos… Allí no se le pide el carné a nadie. La Iglesia está abierta a todo el mundo: tiende la mano a quien lo necesita.

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