Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXII domingo del tiempo ordinario
El evangelio de este domingo (Mt 16, 21-27) narra lo que ocurrió inmediatamente después de que Jesús prometiera a Pedro que asentaría el edificio espiritual de su Iglesia sobre él, y de que le diera el nombre de “roca” o “piedra” que hace de cimiento seguro. Por esto, el relato de este domingo produce un contraste sorprendente con el del domingo pasado…
– Pronto se vio que Pedro no era el mejor de los Doce -he soltado a Jesús en cuanto hemos estado a punto para comenzar la tertulia-. El domingo pasado te pregunté si no te habrías precipitado al asentar la Iglesia sobre él, y no lo dije a humo de pajas, ya que poco después le increpaste: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar».
Jesús me ha mirado relajado y me ha dicho sonriendo:
– Hoy vienes con la escopeta cargada, como creo que se dice entre los cazadores… Ya te dije que Pedro necesitaba tiempo para entenderme e imitarme. ¡Cuánta prisa lleváis siempre!
– No es prisa, sino la preocupación de que no hubieses elegido al más adecuado -he replicado después de tomar un sorbo de café-.
– Agradezco tu preocupación y tu sinceridad -me ha dicho mirándome con cariño-, pero todo tiene su tiempo. Su temperamento llevó a Pedro a ponerse delante de mí y a decirme cuál debía ser mi comportamiento como Mesías. Cuando les anuncié lo que iban a hacer conmigo en Jerusalén, olvidó todo lo que soportaron Jeremías y otros profetas por ser fieles a la llamada del Padre, quiso marcar la ruta de mi destino y exclamó: «¡No lo permita Dios!». «Eso no puede pasarte». Debió darse cuenta de que mi camino lo marcaba el Padre, no él…
– ¡Y tú lo rechazaste y le llamaste “Satanás”! Un poco fuerte, si tienes en cuenta todo lo que acababas de prometerle -he replicado manteniendo mis apreciaciones-.
– Rechazar no es la palabra adecuada para calificar aquella escena -me ha respondido sin resentimiento-. Con aquel “¡Quítate de mi vista!” quise advertirle que debía caminar detrás de mí, que debía mantenerse en su puesto de discípulo y seguir la senda que marcaban mis pasos. Pedro, sin darse cuenta, pretendió ir delante y marcar el camino. Ya te dije que necesitaba tiempo, pero al final pude decirle, adelantándole cómo moriría: «Cuando eras joven tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». La cruz siempre es escandalosa: para él, para los Doce y para vosotros. Veinte años después de mi resurrección, Pablo, que había sido un fariseo inteligente, escribió a la comunidad que más le hizo sufrir: «Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, más para los llamados, un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 22-23). Hace falta tiempo y humildad para encontrar aceptables estas palabras.
– ¿Por esto continuaste advirtiendo a todos que «el que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…?» -he concluido después de apurar mi café-.
– Justamente; si uno quiere salvar la vida a toda costa, la perderá; pero si la pierde por mí, la encontrará. Lo importante es el desenlace final, no el escenario de este mundo en el que triunfa tantas veces la injusticia y el poder del más fuerte. Habrá un día en el que el Padre hará justicia a los pequeños y maltratados, pues la justicia no es venganza, sino una de las caras que tiene su misericordia -ha asegurado-.
– Ya ha vuelto a recordarme que la paciencia de Dios no es despreocupación sino habilitar un espacio para la conversión –he pensado mientras recogía mis cosas y Jesús pedía la cuenta-.