Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VI Domingo del Tiempo Ordinario – B –
Jesús rebasó las fronteras de Cafarnaúm y siguió evangelizando por toda Galilea. Hoy ha rebasado también las fronteras legales que impedían tocar a los leprosos (Mc 1, 40-45). Entiendo que, con los conocimientos de aquella época, estuviera prohibida toda cercanía y familiaridad con los leprosos hasta el punto de dejarlos totalmente marginados de la vida social; entonces, ¿por qué Jesús permitió que aquel leproso se le acercara y por qué extendió la mano y lo tocó? ¿No pensó que su gesto seria visto como una provocación?
– No quise provocar -me ha respondido-. Al acoger a aquel pobre marginado, quise anunciar que en el Reino de Dios también desaparecerán las barreras que os separan a unos de otros. Yo sabía que para evitar contagios y en beneficio de todos no se debía tocar a un leproso, pero la fe de aquel hombre suplicando: «Si quieres, puedes limpiarme» me dio tanta lástima que no fui capaz de alejarlo como requería el precepto legal. ¡Bastante marginado se veía cada día! Pero no soy un antisistema y lo envié al sacerdote de Jerusalén para que hiciera constar su curación, pudiera reintegrarse y vivir con su familia y sus vecinos. Yo tenía que anunciar con signos y no sólo con palabras que algún día terminaría toda marginación.
– La verdad es que nos resulta difícil hacernos alguna idea, siquiera aproximada, de la soledad en la que entonces vivían los leprosos. ¡Cómo han cambiado las cosas! -he dicho mientras gozaba del calor de la taza del café entre mis manos- Doy gracias a Dios por vivir en esta tierra y en estos tiempos que me han tocado en suerte-.
– Pues debería notarse un poco más -me ha replicado con su mirada empapada de tristeza-.
– ¿Por qué lo dices? -he respondido sorprendido-.
– Porque seguís marginando a cuenta de otras lepras modernas y parece que no os dais cuenta de ello. ¿Te has enterado que hoy se realiza la campaña contra el hambre? ¿Y no es una lepra esa situación que un puñado de decididas mujeres denunció hace más de sesenta años, cuando declaró la guerra al hambre? Vuestro mundo desperdicia alimentos y algunos no tienen qué comer, y con la contaminación y el consumismo desbocados, se va esquilmando el planeta hasta poner en riesgo su supervivencia, como no se cansa de recordaros mi Vicario Francisco. Pero muchos hacen oídos sordos a estos toques de atención e incluso los toman a broma mientras siguen viviendo como si los que pasan hambre no existieran o como si los afectados por el cambio climático fueran invisibles. ¡Esta indiferencia margina ahora a tantos hermanos! Y muchos que lo saben no hacen caso -ha replicado con seriedad-.
– Pero, ¿qué podemos hacer? -he replicado sin dejar de mostrar un gesto de disgusto-.
– Lo has oído tantas veces…, pero, si quieres, escúchalo una vez más -me ha respondido con mirada amable y preocupada-. ¿Qué hice yo con el leproso que me salió al paso? Primero, sentí una profunda tristeza por la situación de aquel pobre hombre y después hice lo que estaba en mi mano: curarlo. Yo hoy os pido lo mismo: que no dejéis de sentir lástima por tantos hermanos que no tienen qué comer y, si la sentís, haréis lo que está al alcance de vuestras manos. Te lo resumo con dos palabras: austeridad y responsabilidad. Francisco os lo ha dicho: «las soluciones efectivas no vendrán sólo de esfuerzos individuales, sino de grandes decisiones en la política nacional e internacional. Pero todo suma y no hay cambios culturales sin cambios en las personas».
– Me temo que hoy el café me sabrá amargo -he dicho al ponernos en pie-.
– Por algo se empieza a remendar el roto que sufre vuestra madre tierra -me ha dicho al despedirse -.