¿Quién decís que soy yo?

Pedro Escartín
14 de septiembre de 2024

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario – B – (15/09/2024)

Después de una segunda multiplicación de los panes, Marcos relata que los fariseos aún pedían nuevos signos. Jesús curó entonces a un ciego en Betsaida para que entendieran que la ceguera de su corazón les impedía reconocerlo y preguntó a los Doce qué pensaban de él. Esto ocurrió de camino hacia Cesárea de Filipo, como hoy relata el evangelio (Mc 8, 27-35).

– Parece que, cansado por las vacilaciones de unos y otros, te decidiste a preguntar a los Doce: «Quién dice la gente que soy yo?» -he dicho a Jesús mientras nos traían los cafés-.

– Pero no pretendí hacer una encuesta de opinión, sino provocarlos para que pasaran de la amable simpatía que me profesaban a la clara identificación conmigo, pues los había escogido para que fueran germen y fundamento de mi futura Iglesia. Por eso les pregunté sin rodeos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» -me ha respondido con su taza de café en las manos-.

– Y Pedro, haciéndose portavoz del grupo, dijo con decisión: «Tú eres el Mesías». Te colocó por encima de lo que la gente pensaba: no sólo eras un profeta al que Dios había encomendado una tarea, sino su enviado definitivo, que debía conducir a Israel a la ansiada salvación. Pienso que su respuesta te agradó; ¿por qué les prohibiste decírselo a nadie y empezaste a explicarles lo mucho que tendrías que padecer hasta ser ejecutado como un malhechor? Fue un jarro de agua fría sobre el entusiasmo de tus discípulos.

Jesús me ha mirado con comprensión, aunque me ha dicho con firmeza:

– Era mucho lo que estaba en juego. La confesión de Pedro era exacta en sus palabras, pero corría el riesgo de ser malentendida. Pedro y los Doce, al igual que casi todos los judíos, teñían la palabra Mesías con un color triunfalista y un tanto político-nacionalista. Seguían pensando que el mayor no es el que sirve, sino el que está por encima de todos. El triunfo les encantaba a ellos tanto como a vosotros. Además, no dejaban de soñar con liberarse de dominio de los romanos, que habían hecho de Israel una provincia más el Imperio. Soñaban con un Mesías que los llevase a la independencia, y algo sabéis vosotros de esto, ¿no es así?

– Pero, ¿qué tenían de malo esas expectativas? -he dicho ingenuamente-.

– Pues que convertían mi mensaje en una propuesta política. ¿Te parece poco? Recuerda el sermón de la montaña y dime en qué bienaventuranza dije dichosos a los que buscan estar por encima de los demás, y ¿qué respondí a Pilato cuando me preguntó si yo pretendía hacerme rey de aquel pueblo, como los Sumos Sacerdotes le habían sugerido maliciosamente?

– Que tu Reino no es de este mundo y que estabas allí para dar testimonio de la verdad.

– Y como la verdad no interesa a los poderosos, Pilato se encogió de hombros murmurando despectivamente: ¿qué es la verdad? ¿Te das cuenta de lo peligrosa que fue la intención de Pedro al tratar de disuadirme y hacerme cambiar la manera de entender el mesianismo? Tuve que decirle: «¡Quítate de mi vista, Satanás!» No puedes hacerte idea de lo mucho que me dolió tratarlo así, pero sin darse cuenta pretendía alejarme de lo que Dios piensa.

– Es que Pedro tenía mucho que madurar todavía…

– ¿Y vosotros? -me ha dicho, dejando la pregunta en el aire-.

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