No sé cómo comenzar esta carta, que no quiere ser de despedida. Bullen tantos sentimientos y vivencias en el corazón que resulta difícil encontrar las palabras: mil recuerdos, momentos compartidos de risas y llantos, de oración y gracias, tanta acogida, tanta luz para nuestras vidas… Os marcháis, queridas carmelitas, sin hacer ruido. Después de siglos de un silencio habitado por la presencia de Dios os vais y dejáis a esta ciudad huérfana de ese silencio interior, de esa oración por tantos que se acercaban y encontraban en vuestra comunidad el consuelo, la paz y, también a veces, un bocadillo y recortes…, de esa oración por todos los hombres y mujeres de Teruel, pues siempre habéis encomendado al Señor las necesidades y preocupaciones que agitaban el corazón de vuestros vecinos. Os vais…, otra puerta se cierra, como la de nuestras clarisas; quizá algún día vuelvan a abrirse… o no. Dios sabe.
Esta pandemia no nos deja despediros como nos pide el cariño que os tenemos. Seguro que vosotras nos lleváis dentro de vuestra sencilla maleta, y estad seguras de que aquí os quedaréis para siempre presentes en nuestras vidas. Solo nos queda decir un GRACIAS inmenso que traspasa los muros del convento y alcanza al corazón de cada una: Micaela, Teresa, Carmen, María Jesús, Rosina y Josefina, sin olvidar a las que ya abrazaron al Padre: Pilar, Consuelo, María Dolores, Soledad… y tantos nombres que nos dejaron su huella. No os vais lejos, nos queda ese consuelo. Hasta pronto.
Un abrazo infinito con el corazón,
M.ª Carmen
En nombre de muchos y muchas
turolenses que no os olvidarán