Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XI domingo del tiempo ordinario – A –
Hoy se nos ha dicho que, después de las fiestas de Pascua y Pentecostés, la Iglesia vuelve al tiempo ordinario, en el que se desgrana, domingo a domingo, la personalidad y mensaje de Jesús. El evangelio de San Mateo, que se ha leído (Mt 9,36 – 10,8), viene después de que Jesús expusiera su proyecto en el sermón del monte, un proyecto que se estrellaba contra el estado de ánimo del pueblo, tan cansado y abatido que impactó en la sensibilidad de Jesús…
– Creo que la situación del pueblo te preocupó seriamente -le he dicho después de tomar el primer sorbo de café-. El evangelista dice que te compadeciste de las gentes que te seguían «porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor». ¿Tan mal estaba aquel pueblo, que había sido elegido por Dios?
– El profeta Ezequiel ya había denunciado la incompetencia y frivolidad de los pastores de Israel y yo pensé que había llegado el momento de cumplir la promesa que hizo Yahvé por medio del profeta de ser él quien cuidaría el rebaño (Ez 34,11ss.) -me ha recordado-.
– O sea: que, al decir a tus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies», compartías con Ezequiel su duro reproche contra los maestros espirituales del judaísmo -he dicho tratando de tantear el terreno-.
– No sólo compartía el reproche del profeta, sino que empecé a poner pie en pared, como decís, llamando a unos nuevos pastores que hicieran verdaderas las palabras del salmo: «El Señor es mi pastor, nada me falta…» -ha recalcado para que no me quedase ninguna duda-. ¿Qué habéis escuchado en el evangelio?
– Que después llamaste a los Doce y los enviaste a proclamar: «El Reino de los Cielos está cerca» -he respondido haciendo memoria de la lectura del evangelio de hoy-. ¿Estos iban a ser los “nuevos” pastores que hicieran presente a Yahvé como pastor?
– ¿Es que lo dudas? -me ha dicho al ver la cara que he puesto-.
– Pues tampoco han sido muy finos: de los Doce, uno te traicionó, otro negó que te conocía, casi todos te dejaron solo en el momento de la prueba y entre ellos anduvieron discutiendo quién iba a ser el mayor…, por no hablar de sus sucesores a lo largo de la historia -he respondido después de tomar ánimo con otro sorbo de café-.
– Has hecho bien en confesar tu insatisfacción -me ha tranquilizado, tomando la taza de café entre sus manos-: Yo tampoco me he sentido siempre orgulloso, ni de los Doce ni de sus sucesores, pero olvidas algo siempre imprescindible: han sido capaces de rectificar, de convertirse y retomar la senda del Evangelio. Esto es lo que no supieron hacer aquellos pastores que traían al pueblo extenuado y abandonado, porque le ataban cargas pesadas sobre las espaldas, pero ellos ni con el dedo las movían; en cambio, los Doce, y también sus sucesores, con frecuencia han rectificado y pedido perdón, y vienen arrimando el hombro. Recuerda la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14): el pecador, que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ¡ten compasión de mí, que soy pecador!”, bajó a su casa justificado y el que alardeaba de cumplir escrupulosamente todos los preceptos de la Ley, no.
– Ya me doy cuenta. Ese Reino de los Cielos que debían anunciar siempre es “otra” cosa; no me extraña que, después de encargarles que curasen enfermos, limpiasen leprosos y arrojasen demonios, les dijeras: «lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis» -he concluido mientras pedía la cuenta, pensando en cuánto venía recibiendo yo con estos cafés-.