Por la vida. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 23 de marzo de 2025

Ángel Pérez Pueyo
21 de marzo de 2025

Cuentan que una vez en un pequeño pueblo de Aragón vivía una anciana, doña Teresa, solía sentarse en la puerta de su casa con su cesta de hilos de colores. Todos la conocían porque, con paciencia y cariño, remendaba la ropa de los niños, zurcía las camisas de los viejos y tejía mantas para los bebés. Su lema era simple: «Nada se tira, todo se cuida».

Un día, un joven se acercó a ella y le preguntó: «Doña Teresa, ¿por qué arregla lo que otros desechan?». Ella sonrió y respondió: «Cada hilo tiene su propia historia, cada prenda ha dado calor y color a una persona. En este pueblo, nadie estorba, todos somos parte de un mismo y único tejido». Por cierto, ¿te has fijado en los tapices? Míralos del revés. Nadie diría que un hilo suelto o anudado a otro confeccione, de la cara, un paisaje tan precioso y uniforme. El hilo que menos te imaginas te sirve de nexo de unión o de comunión. Yo tuve una hermana minusválida. Aunque fue por la poliomielitis nunca imaginé cuántas gracias nos proporcionó su vida, cariño y cuidado. Me conmueve saber la emoción con que muchas madres reciben la vida en sus entrañas, acogiendo incluso a sus hijos con síndrome de Down o cualquier otra enfermedad congénita.

La Jornada por la Vida nos recuerda que cada ser humano, desde el momento de su concepción hasta su último aliento, es un hilo valioso en este gran tapiz que Dios ha tejido. El Papa Francisco, incluso en su reciente hospitalización, ha querido alzar la voz con un mensaje claro y contundente: «Una sociedad justa no se construye eliminando a los no nacidos no deseados, a los ancianos que han perdido su autonomía o a los enfermos incurables». Su mensaje es un grito de esperanza en medio de una cultura que, muchas veces, nos empuja a ver a los más frágiles como una carga en lugar de un regalo.

Hoy vivimos en un mundo donde el valor vital lo da la productividad, la salud, la conveniencia o los intereses personales. Pero Dios nos ha mostrado, a través de su amor, que cada persona es sagrada, digna de ser amada y acogida. No es la eliminación del que sufre lo que nos hace mejores, sino la capacidad de sostenerlo con amor y generosidad.

El Movimiento por la Vida, al que el Papa ha dirigido su mensaje, lleva 50 años en Italia promoviendo esta «cultura de la acogida». No se trata solo de palabras bonitas, sino de acciones concretas: acompañamiento a madres en dificultades, apoyo a familias que enfrentan situaciones complicadas y defensa de aquellos que no pueden alzar su voz.

Nosotros, como comunidad cristiana, estamos llamados a ser tejido que sostiene, a ser manos que ayudan, a ser palabras que consuelan. No podemos caer en la indiferencia ni en la resignación. Cada niño que nace, cada anciano que sonríe, cada enfermo que recibe consuelo nos recuerda que la vida es un don precioso, que no nos pertenece eliminar ni descartar, sino amar y proteger.

Ojalá que, con nuestra ternura y acogida, sepamos remendar, como doña Teresa, lo que otros consideran inservible. Seamos también nosotros quienes tejamos una sociedad donde cada vida sea valorada, donde cada persona encuentre su lugar y donde nadie sea descartado. Porque, como nos ha recordado el Papa Francisco, una sociedad verdaderamente justa no elimina, sino que acoge con amor.

Que esta Jornada por la Vida nos ayude a renovar nuestro compromiso con los más vulnerables, a ser testigos del amor de Dios y a proclamar con valentía que toda vida merece ser vivida.

Con mi afecto y mi bendición,

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

Este artículo se ha leído 42 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas