Por la mujer y la maternidad

José María Albalad
19 de octubre de 2018

Desde su fundación en 1997, más de 1.350 madres y 800 niños han pasado por Ainkaren, la Casa Cuna de Zaragoza que acoge sin pedir nada a cambio a mujeres embarazadas con dificultades económicas o sociales. “Dios hace milagros”, asegura entre risas la fundadora. Este hogar es uno de ellos.  

“Llámame cuando te hayas deshecho del bebé”. El ultimátum, acompañado por un portazo que todavía retumba en la cabeza de Margarita, lo dio el padre de la criatura al enterarse que su pareja estaba embarazada. O la relación o el hijo. No contemplaba otra opción. Así comenzó el calvario de Marga. Sola, abatida, lloró día y noche durante una semana, hasta que pidió cita para abortar. “Al final, fui incapaz de hacerlo”, recuerda orgullosa, a pesar de que “no sabía dónde ir, ni qué hacer”.

Cuando todo parecía perdido, encontró Ainkaren, una asociación de Zaragoza que acoge en su Casa Cuna a las mujeres que quieren seguir adelante con su embarazo, pero tienen dificultades económicas o sociales. Más allá del apoyo logístico o de las atenciones médicas, “me regalaron una familia y mucho cariño”, apunta Margarita, agradecida “de corazón” por no haberse visto abocada a tomar una decisión que le rompía el alma: “Sobre todo, aprendí a ser madre”.

Como Marga, más de 1.350 mujeres y 800 niños han pasado por Ainkaren desde su fundación en 1997. “Muchos son nacimientos prohibidos, bebés que no iban a nacer y que hoy son chavales que vienen a visitarnos”, explica su presidenta, Teresa González, quien lucha cada día por “contribuir, en lo posible, a que mujeres y niños en estado de pobreza o marginación puedan cambiar de forma real sus expectativas de futuro”.

Un servicio especial 

Para ello, esta asociación sin ánimo de lucro cuenta con tres trabajadoras a turnos y un ejército de 40 voluntarios, entre los que hay enfermeros, matronas, psicólogos y maestros. Una de las empleadas es Susana Gil, trabajadora social que ha encontrado en esta Casa Cuna algo más que una forma de ganarse la vida: “La sonrisa que me regalan los bebés cada mañana me alimenta para afrontar con alegría e ilusión los desafíos cotidianos”.

Y es que en Ainkaren, apunta Gil, no hay dos jornadas iguales: “Cada día es impredecible. Al cruzar la puerta, me santiguo y digo en voz baja: «Dios mío, qué pasará hoy»”. Lo último que le ha ocurrido no se lo puede sacar de la cabeza. Es la visita de una chica de 18 años que aún no sabe cómo terminará, porque sus padres la han amenazado. O aborta o se marcha de casa. Pese a la advertencia, esta trabajadora social mantiene la esperanza: “No me extrañaría que la acabemos acogiendo y que los abuelos, dentro de unos meses, al tener a su nieta en brazos, cambien de opinión, como nos ha pasado otras veces. La vida da muchas vueltas”.

Este hogar de la capital aragonesa acoge actualmente a 16 niños y 15 mamás de distintas nacionalidades y culturas. “La convivencia es un milagro. Si en cualquier familia, por buen ambiente que haya, surgen discusiones, qué no tendría que pasar aquí con gente tan diversa”, reflexiona una residente. Ainkaren tiene capacidad para 26 mujeres, a quienes ofrece alojamiento, manutención, asesoramiento jurídico y laboral, apoyo psicológico, acompañamiento personalizado y talleres para facilitar su inclusión en la vida laboral.

En manos de la providencia 

¿De dónde salen los recursos para tanto servicio? Aunque la asociación tiene un acuerdo con el banco de alimentos y recibe donaciones anónimas –de particulares, empresas y fundaciones–, Teresa González tiene claro que Ainkaren sobrevive gracias a la providencia de Dios: “Él es quien está llevando la casa. Falta aceite y, de pronto, ese mismo día llega una persona con 100 litros. Mira que yo no soy de milagritos, pero aquí existen. Dan fe de ello hasta las chicas que no son creyentes”.Hablando de la providencia, González –que atiende llamadas y wasaps los 365 días del año con un equipo de guardia– recuerda la persona que entró un domingo a la hora de la siesta. Era una chica que iba a abortar. Lo tenía claro. Sin embargo, nunca supo muy bien por qué, entró en la catedral del Pilar. Allí se acercó a un sacerdote y le contó su historia. Este encuentro cambió su vida. “El cura le habló de nuestra casa. Ella se puso en contacto con nosotros y su bebé nació”, relata emocionada.

En verdad, Ainkaren nació mucho antes de lo que marcan sus estatutos, confiesa la presidenta: “Hace 35 años, cuando estaba alejada de la Iglesia, hice un Cursillo de Cristiandad. Allí descubrí a un Dios padre, a un Dios amor, que nos quiere a todos tal como somos y nos hace ver al prójimo como a un hermano al que apoyar”. Con esta visión sobrenatural, tan humana al mismo tiempo, se preguntó a finales de los noventa : “¿Y si abro una casa y salvo una vida?”.

Ainkaren, en honor al pueblecito de Jerusalén donde –dice el Evangelio– se encontraron Isabel y María, ambas encintas, nació casi como una utopía que se ha hecho realidad con dos preguntas y una invitación: “¿Estás embarazada? ¿Necesitas ayuda? Ven a nosotros”. Sin pedir nada a cambio. Como Jesús de Nazaret. Porque el amor lo salva todo.

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