Perfil del nuevo sacerdote para una Diócesis vocacionalizada. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 16 de marzo

Ángel Pérez Pueyo
15 de marzo de 2025

El curso pasado, el Señor nos regaló un seminarista, Sergio Ibarz, que era animador de la comunidad. Confiemos en que no sea un hecho aislado, sino la puerta que se abre para que puedan madurar todos los carismas y se vayan cristalizando en diversos ministerios eclesiales.

Sería el verdadero signo de madurez de una Diócesis que cree, cuida y cultiva todos los carismas que Dios ha suscitado en cada uno de sus hijos. Una Diócesis que se atreve a reestructurarse en función de las necesidades pastorales que tiene.

Lo que sí veo muy claro es que esto conllevará un modo nuevo de ejercer cada ministerio, sobre todo el ministerio presbiteral.

El nuevo sacerdote que emerja de esta Iglesia diocesana deberá conformar su corazón con el de Jesucristo, el Buen Pastor. Será alguien que se sentirá plenamente implicado y comprometido con la misión evangelizadora de su comunidad cristiana (unidad pastoral).

Se distinguirá, además, por su carácter recio y su solidez interior. Tendrá que ser un hombre de buen temple, cercano y accesible, que inspire confianza por su transparencia y coherencia de vida.

Su espíritu alegre y su ánimo firme le permitirán afrontar los desafíos con esperanza, sin desalentarse ante las dificultades.

La solidaridad y la corresponsabilidad serán rasgos fundamentales en su ministerio, pues no concebirá su tarea como una labor individual, sino como un proyecto común, en el que todos los fieles sean los verdaderos protagonistas.

Su identidad sacerdotal deberá estar enraizada en una espiritualidad eucarística, propia del clero diocesano, caracterizada por su solidez y por la unificación interior del corazón.

Será un sacerdote creyente, con un celo ardiente que lo impulse a descubrir, valorar y potenciar todos los carismas eclesiales entre sus fieles.

Será un pastor que no busca honores ni seguridades, que no se aferra a cargos ni a privilegios, pues su verdadera grandeza radica en su entrega desinteresada al pueblo de Dios. Su total disponibilidad lo hará cercano a todos, sin distinción ni exclusión.

Será un sacerdote con una sólida formación intelectual y una preparación práctica que lo capacite para desempeñar su ministerio con eficacia y profundidad. Pero, más allá del conocimiento teológico, vivirá su vocación en fraternidad, cultivando relaciones auténticas con sus hermanos en el presbiterio y con los fieles.

Como veis, se debe operar un cambio de paradigma que no se centra tanto en el hacer como en el ser, en lo que representa y significa sacramentalmente para su pueblo.

Este nuevo modelo de sacerdote no se limita a gestionar estructuras o a administrar servicios religiosos. Su ministerio deberá ser un testimonio vivo de la memoria de Jesús, una presencia que congrega, preside y crea comunión. Su misión no será meramente organizativa, sino profundamente relacional y simbólica: será puente que une, padre que acoge, testigo que narra la historia de la salvación.

En un mundo marcado por la orfandad espiritual y la fragmentación, el sacerdote de nuestra Iglesia diocesana estará llamado a ejercer la paternidad con ternura y firmeza. Más que un portavoz de doctrinas, tendrá que ser un testigo que encarne el Evangelio en su vida diaria. No se limitará a administrar sacramentos, sino que celebrará con el pueblo los momentos más significativos de su existencia, compartiendo sus alegrías y sus penas, bendiciendo sus logros y sosteniéndolos en la dificultad.

Este es el nuevo sacerdote que deberá germinar en nuestra diócesis, si logramos que nuestras comunidades cristianas maduren como comunidades vivas, donde la vocación surja del encuentro con Cristo en la vida cotidiana, en la participación corresponsable de los fieles y en la sinodalidad eclesial.

Este es el sacerdote que nuestra Iglesia diocesana necesita, y que tiene que brotar de sus comunidades cristianas: un hombre de Dios, un pastor entregado, un testigo del amor de Cristo en medio de su pueblo.

A San José se lo tengo confiado. Que él haga fructificar los carismas necesarios para que se cristalicen los ministerios que, en cada momento, nuestra Iglesia necesite.

Con mi afecto y mi bendición,

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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