Hoy, hemos celebrado la Transfiguración del Señor dejándonos transfigurar también nosotros. ¿Cómo lo hemos conseguido? Dejándonos hacer por el Jefe.
El día ha comenzado animado por una catequesis sobre el amor de Dios, ‘Dios te ama’, de la mano de Mons. Jesús Fernández González, obispo de Astorga:
«Encontrarse con Jesús, glorioso y resplandeciente, es adelantar lo que un día todos seremos. Transfigurados en la Luz», ha dicho.
Lo cierto es que todos hemos aprovechado ese momento para estar atentos, cantar con nuestro coro por última vez en la PEJ22 y compartir el significado que tiene el amor de Dios para cada uno.
Tras la comida, hemos subido al Monte del Gozo en autobús, juntos. Se trata de la montaña desde la que los peregrinos divisaban tradicionalmente la Catedral del Apóstol. Allí, la música en directo del Marta Mesa, Unai Quirós, Rubén de Lis, Grilex, Hakuna y otros, nos ha animado mucho.
Jesús nos invita a ver, a llamar y a seguir. Ver, con los ojos del corazón; llamar, a nuestros amigos y otros jóvenes; seguir, anunciando a Dios.
Más adelante, al finalizar el concierto, hemos tenido la oportunidad de experimentar una Vigilia de oración única: reflexión, testimonios, cantos, adoración al Santísimo y un saludo a Nuestra Madre han hecho del Monte del Gozo un lugar muy especial para nosotros.
En primer lugar, el cardenal António Augusto dos Santos Marto, enviado especial de Su Santidad, nos ha regalado el siguiente mensaje:
«Jesús nos invita a ver, a llamar y a seguir. Ver, con los ojos del corazón; llamar, a nuestros amigos y otros jóvenes; seguir, anunciando a Dios, que es amor y se hace presente en la vida de todos los que se cruzan con nosotros por medio de un simple abrazo, una caricia o —simplemente— un «aquí estoy»».
En segundo lugar, los 14.000 asistentes, aproximadamente, hemos podido escuchar dos testimonios sorprendentes de entrega, dificultades y servicio.
La hermana Leo —joven, clarisa y murciana— ha grabado su historia en nuestros corazones. Ninguno de los jóvenes que hemos asistido hemos salido igual que hemos entrado. Así terminaba: «La vida merece la pena vivirla si es desde Cristo. Esa es la mejor apuesta. Da igual la forma o el estado, lo importante es Cristo, que es siempre el centro. Dejad que vuestro corazón este siempre con Él. ¡Sed felices, que merece la pena!».
Después, ha tomado la palabra Willy, un padre de familia —también joven— de Barcelona. Compartiendo la cifra con la de la hermana, explicaba que creció con ocho hermanos. Y que la familia ha sido un pilar fundamental en su vida. Especialmente, cuando atravesaba un episodio de adicciones:
«Me metí en el mundo de la droga. He sido adicto a todo lo que se puede ser adicto. Era una falta de abrazo a la Cruz», ha contado. Pero todo cambió: «Tuve una conversión de campo de batalla, un encuentro con Dios. Gracias a acoger a Jesús en el día a día, fui sanando. El camino duró unos años. En esta vida, con un clic en una web, puedes hacer un cambio muy rápido, pero el Señor nos trabaja en los procesos».
Finalmente, hemos recibido la Cruz que acompañó a San Juan Pablo II en ese mismo lugar, aquel 1989. Además, quizá hemos adorado al Señor Sagramentado como nunca, acompañados de miles de jóvenes, cantando y dejándonos llevar en un escenario espectacular que nada tiene que envidiar al de un festival al uso.
Para terminar, nos hemos acordado de Nuestra Madre, la Virgen María. Así, ha terminado una jornada que nos ha llevado hasta el Monte Tabor, demostrando que más que haber subido hasta el Monte del Gozo, nos hemos dejado elevar hasta el Gozo del monte.