Queridos hermanos os deseo de todo corazón que viváis con profundidad e intensidad este tiempo de Pascua.
Celebramos la gran noticia de que Cristo resucitado ha vencido a la muerte, después de someterse a la pasión y a la muerte, que el amor de Dios ha sido más fuerte que el mal. La obediencia de Cristo, más fuerte que el pecado de los hombres y, por eso, ha resucitado como primicia de todos los que creemos en el amor misericordioso de Dios, de todos los que unimos nuestra vida, a través del amor y la entrega, a la de Cristo.
Llegamos, a este tiempo pascual, después de haber recorrido la cuaresma como el camino de conversión para liberarnos del pecado que nos esclaviza; después de haber vivido todas las celebraciones de la Semana Santa, que nos han unido a Cristo, que se entrega para que tengamos vida eterna y, finalmente, hemos recibido la llamada a la nueva vida de hijos de Dios, conseguida con la muerte y resurrección de Jesús.
Es tiempo para sentirnos renovados en nuestro interior y descubrir que somos llamados, como hijos, a parecerse a su Padre y vivir según el camino que nos ha dejado señalado Cristo, fuente de nuestra nueva vida. Nuestra vieja condición de pecadores ha quedado sepultada en el sepulcro de Cristo y desde ahí renacemos a la vida de hijos (Rm 6, 1-4). El bautismo es el que nos introduce en la muerte de Cristo y nos hace de hijos de Dios. Por tanto, ante nosotros se nos abre el camino de la Pascua como ese nuevo estilo de vida de los que hemos sido redimidos por Cristo.
Este segundo domingo de Pascua es el domingo de la Misericordia Divina recordando la petición que Jesús le hizo a Santa Faustina KowalsKa de que se celebrara, “Hija mía, habla al Mundo entero de mí inconcebible misericordia. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y protección para todas las almas, especialmente para los pobres pecadores” (Diario de Santa Faustina).
El Señor Jesús ya nos había invitado en el Evangelio a vivir la misericordia, “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). La misericordia es el rostro de Dios, con el que se nos manifiesta a nosotros pecadores. San Juan Pablo II decía que “es el más grande entre los atributos y las perfecciones de Dios”. (Encíclica Dives in misericordia 13).
Nuestro mundo necesita de la misericordia de Dios, porque entre los hombres hay demasiado egoísmo, demasiados enfrentamientos, demasiadas divisiones. Qué poco nos entendemos las personas, qué poco pensamos y ayudamos a los demás. Los cristianos tenemos que ser faro de misericordia para los demás. Para ello es importante que primero lo experimentemos con fuerza en nuestra vida para que luego la podamos ejercer con los otros. El Papa Francisco nos anima “la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia” (“Misericordia et misera), carta apostólica 2016).
Vivamos con alegría el ofrecimiento que Dios nos hace de su amor misericordioso y que lo hagamos vida en nuestra vida durante este tiempo de Pascua.
Feliz Pascua a todos.