Palabras de acogida del Administrador Apostólico al nuevo Arzobispo

Diócesis de Zaragoza
21 de noviembre de 2020

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Bienvenidos seáis todos, queridos hermanos, a esta celebración de la Eucaristía en el inicio del ministerio pastoral y toma de posesión de la Diócesis de Zaragoza del nuevo Arzobispo Metropolitano, S. E. R. Mons. Carlos Manuel Escribano Subías.


Saludo con particular afecto al Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Bernardito C. Auza, representante del Santo Padre en España. Le deseo un fecundo ministerio entre nosotros. Le ruego que transmita al Papa Francisco la adhesión, el cariño y la oración de toda la Diócesis de Zaragoza, y el testimonio personal de mi gratitud y oración por su persona y ministerio. Quiero permanecer siempre cum Petro et sub Petro.


Bienvenida y acogida
El pasado domingo, 15 de noviembre, me despedía oficialmente de la Diócesis, en una Eucaristía en la que daba gracias a Dios y pedía perdón. Hoy, en la cadena de siglos de la sucesión apostólica en esta Sede histórica de Zaragoza, me corresponde darte la bienvenida, querido hermano Carlos, y presentarte la Diócesis, de la que vas a ser su pastor.
Querido hermano Carlos: el Santo Padre el Papa Francisco te envía a esta venerable y antigua Iglesia particular de Zaragoza, que es también la tuya, a la que conoces y amas. Una Diócesis apostólica, martirial y eucarística; pero, sobre todo, una Diócesis mariana por excelencia, en la que la Virgen María en la secular advocación del Pilar lo llena todo, porque hasta los más humanos detalles del cañamazo vital de los aragoneses y zaragozanos tienen su punto de partida y su meta de destino en esta santa Basílica, donde se venera el sagrado Pilar puesto por la Virgen María, según una venerable tradición. Vienes a tu casa, pues has sido sacerdote de este presbiterio diocesano y de aquí saliste para ser el obispo y pastor de la Diócesis hermana de Teruel y Albarracín. Eres de los nuestros. Ahora llegas desde la Diócesis vecina y hermana de Calahorra y La Calzada-Logroño, que en tiempos fue sufragánea de la Metropolitana de Zaragoza.
Una Diócesis de Zaragoza, cargada de historia y hecha de siglos de fe, que tiene como Patrón al obispo san Valero, maestro del diácono san Vicente Mártir. A la sede de san Braulio, discípulo de san Isidoro de Sevilla, en la Hispania visigoda. Vienes a Zaragoza, regada por la sangre de santa Engracia y los innumerables mártires, tierra sagrada santificada por el testimonio de otros santos y beatos.
Pero la Diócesis de Zaragoza no quiere quedarse en el regodeo de las glorias pasadas y en el entusiasmo narcisista de venerables tradiciones. Como afirmaba el Papa san Juan Pablo II, en su primer viaje apostólico a Zaragoza, el 6 de noviembre del año 1982, la “herencia de fe mariana de tantas generaciones ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana”.


Vienes a Zaragoza en esta hora providencial marcada por el anuncio de la alegría del Evangelio, como nos indica el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Pero la alegría del Evangelio es una alegría crucificada, atravesada por el misterio pascual de Cristo, de muerte y de resurrección. A la alegría se opone la tristeza, no el sacrificio y la cruz. Vienes en una hora marcada por la cruz de la crisis sanitaria, social, económica y laboral, como consecuencia de los desastres causados por la pandemia devastadora del coronavirus, Covid-19. En medio de la cruz y de la tempestad de la pandemia, el Señor está con nosotros en la barca de su Iglesia, ofreciendo vida y esperanza de Resurrección en medio de los dolores, sufrimientos y hasta de la misma muerte. En estos tiempos graves e inciertos de pandemia, estás llamado a ser buen samaritano, que ponga en tanto dolor y en tantas heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
La sucesión apostólica continúa en nuestra Diócesis cesaraugustana. Los Obispos, pastores visibles pasamos, pero Cristo, el “Supremos Pastor” invisible (cfr. 1 Ped 5, 4) y “Obispo de nuestras almas” (1 Ped 2, 25) permanece para siempre. Cristo Jesús, el Buen Pastor, no abandona nunca a su rebaño, sino que lo cuida y protege por medio de los pastores, que pone al frente de su Iglesia.
Queridos diocesanos, os exhorto vivamente a acoger al nuevo Arzobispo, D. Carlos, como a Sucesor de los Apóstoles y a ver en él “un signo vivo del Señor Jesús. Pastor y Esposo, Maestro y Pontífice de la Iglesia” (Pastores gregis 7).
Desde ahora pedimos al Señor, por intercesión de la secular advocación del Pilar, que te conceda, querido hermano Carlos, el espíritu de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad para que, pastoreando fielmente al pueblo que te ha sido confiado, edifiques la Iglesia como sacramento en el mundo. Te deseamos que tengas en el ejercicio de tu ministerio episcopal, audacia de profeta, fortaleza de testigo, clarividencia de maestro, seguridad de guía y mansedumbre de padre. ¡Felicidades y enhorabuena! Ad multos annos! Fiat!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

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