Laurentino Novoa Pascual acaba de cumplir 76 años. Es sacerdote pasionista y ha dedicado casi toda su vida al desarrollo de la Teología, en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA). En Zaragoza, ha impartido clases de Teología Fundamental, de Introducción a la Teología y de Sacramentos. Conoció a Joseph A. Ratzinger siendo ambos jóvenes y ha desarrollado una verdadera amistad con él durante el resto de su vida.
¿Qué nos podría contar de su relación con el difunto papa emérito, Benedicto XVI?
Tuve la fortuna de conocer al profesor Joseph Ratzinger cuando llegué a Alemania, en el año 1969. Los superiores me enviaron allí para estudiar y formar parte de una pequeña comunidad de teólogos pasionistas, en una residencia que teníamos en Ratisbona, donde Ratzinger había llegado ese semestre.
Comencé a conocer al profesor Ratzinger a través de un paisano mío, Maximino Arias, que hizo también la tesis con él. Yo hice con él prácticamente todos los estudios de Teología Dogmática, el examen final de la diplomatura en Teología, varios seminarios preceptivos… Fui teniendo una relación más estrecha con él. Luego, se dio una relación más personal, porque la casa que él construyó en la zona sur de Ratisbona estaba muy cerquita de nuestra residencia. Por lo tanto, se favoreció una relación casi de vecindad.
Además, un compañero mío pertenecía al grupo de alumnos de doctorado de Ratzinger, por lo que hacían muchas reuniones en nuestra residencia. Eso desembocó en una relación ya más personal con él, con Ratzinger. Él no fue el director de mi tesis, puesto que yo trabajé más el área de la Fundamental, pero seguí asistiendo a sus clases.
“Nos invitó personalmente a un compañero y a mí a visitarlo en la Congregación y a mostrarnos los archivos del Santo Oficio”
Después de que le hicieran obispo, yo regresé a España y a Zaragoza, en 1978. Comencé a dar clase aquí pero regresaba a Alemania muchas veces. Sobre todo, en Semana Santa y Pascua, para ayudar. La semana de Pascua la solía pasar en Regensburg. Allí coincidí muchos años con él, cuando él ya estaba en la curia romana, de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y concelebramos muchas veces la Eucaristía. Porque siempre que venía a su casa, a ver a su hermana, venía a nuestra residencia a celebrar la Eucaristía, buscando una mayor privacidad.
Mantuve esta relación casi hasta el papado. Al menos, en dos ocasiones, compartí con él el día de su cumpleaños. Compartía el desayuno con nosotros y su hermana. Charlábamos, una conversación informal.
¿Qué destacaría de Joseph Aloisius Ratzinger, desde su experiencia?
Como profesor, un hombre admirable, de gran profundidad, de sabiduría inmensa… Sus clases, siempre magistrales. De una profundidad y una gran belleza, frecuentadas por muchísimos alumnos. Allí, el régimen de estudio de Teología era muy libre. Los alumnos elegían el profesor, etc. Las clases de Ratzinger eran siempre masivas.
Como persona, desde el conocimiento cercano que he tenido con él, le veo una persona muy sencilla, muy amable, muy afable. También con un fino sentido del humor, que es muy propio de la cultura de Baviera. Son personas con un sentido muy evidente del humor, que también tenía Ratzinger.
Como digo, después de que fue elegido Papa, sólo me encontré con él en una ocasión. Pero cuando era todavía prefecto, asistiendo yo a un capítulo general, en 1994, nos invitó personalmente él a un compañero y a mí, a visitarlo en la Congregación y a mostrarnos también los archivos del Santo Oficio. Tuvo esa deferencia porque, realmente, con los pasionistas, hubo una relación muy cercana y muy amistosa. También con su hermano Georg, sacerdote y músico; y con su hermana María, que le acompañó siempre y hacía como de secretaria particular.
En cuanto a su aportación teológica, ¿dónde residen los puntos clave de su trabajo?
Yo entiendo que la aportación teológica de Ratzinger es muy amplia, porque abarca muchos campos de la Teología e incluso de la Cristología, con los libros que escribió al final de su vida.
Las claves están claras: por una parte, trata de armonizar en su trabajo teológico la fe y la razón, el cristianismo y la cultura; en segundo lugar, su teología está muy enraizada en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia. Especialmente, en San Agustín, como todos sabemos.
Acentúa la primacía de Dios, que es lo primero; luego, Jesucristo como la manifestación de Dios y salvador del mundo (que él desarrolló de distintas maneras); y la Iglesia como el lugar de la fe.
“Todas estas calificaciones y descalificaciones que se le han hecho, sobre todo en su etapa de la Congregación de la Fe, yo creo que se han hecho también a partir de ideologías y de intereses un poco foráneos a lo que es la vida de la Iglesia y la vida de la fe”
Por ejemplo, él tiene también en su teología aspectos muy importantes de la liturgia. La explica como obra de Dios, como algo que se nos da. No como algo que hacemos nosotros, sino que se nos da, y que celebramos y agradecemos.
Y tiene también una dimensión de diálogo ecuménico y con las religiones. En él, todo está caracterizado por la base en la verdad. Por eso, a la hora de hablar de Ecumenismo, siendo que este mes pasado celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, destaca sobre todo “una unidad en la diversidad”, pero que ese diálogo tiene que estar promovido desde la verdad, no desde una política de pactos que puede ser un poco ficticia si no está basada en la verdad.
Le he visto siempre un hombre muy dialogante, capaz de dialogar con todo el mundo, desde un gran respeto a las personas, incluso de poder dialogar con pensadores no creyentes o agnósticos, como fue el caso del debate que tuvo con Jürgen Habermas que, como todos sabemos, es uno de los principales filósofos del llamado neomarxismo, de los años sesenta, setenta u ochenta. Fue uno de los principales alemanes de la Escuela de Frankfurt.
Ratzinger era un hombre preparadísimo, sabio y humilde. Muy inteligente pero también muy trabajador, muy laborioso y estudioso. Un gran lector. La fidelidad, el amor a la Verdad. Por eso eligió ese lema episcopal: “En favor de la Verdad”, de la tercera carta de Juan.
Él siempre se ha entendido como un defensor de la Verdad, que se ha manifestado en Cristo.
Con respecto a la polémica de los “dos Ratzingers”, antes y después del papado, ¿qué podría decir?
Yo la veo un poco ficticia, la han hecho otras personas. En los libros que ha publicado junto a Szewald, el periodista le pregunta por este tema, acerca de todo lo que se dice de él. “En los principios era un teólogo progresista y luego se volvió conservador”… Yo creo que eso es un poco ficticio. Él mismo lo dijo: “Yo creo que he sido un hombre fiel. Las personas podemos evolucionar y cambiar en nuestra vida y pensamiento: mejorando cosas, corrigiendo posibles equivocaciones que cometemos a lo largo de la vida, etc”. Él reconoce que ha habido algo de esto, pero establecer un dualismo del mayor progresismo al casi tradicionalismo es un esquema que se ha hecho de él, desde un desconocimiento de su persona y su pensamiento.
Muchos de los que lo han calificado así, en el fondo, no lo conocen. Todas estas calificaciones y descalificaciones que se le han hecho, sobre todo en su etapa de la Congregación de la Fe, yo creo que se han hecho también a partir de ideologías y de intereses un poco foráneos a lo que es la vida de la Iglesia y la vida de la fe.
“Él fue ante todo un defensor de la Verdad”
En realidad, en sus escritos autobiográficos y en estas entrevistas ha explicado esta cuestión diversas veces. Reconoce que hay una evolución en su vida pero todos hemos de reconocer que las hay en las nuestras. Pero esa idea distorsionada que se ha hecho de él me ha hecho hasta reír, en algunas ocasiones.
Cuando algún artículo decía que Ratzinger iba conduciendo su “Mercedes alemán”… cuando él ni siquiera tenía nunca carnet de conducir. ¡Nunca tuvo! Cuando yo le conocí, él iba a la universidad en autobús, y tenía que coger dos. Mis compañeros y yo lo llevamos muchas veces en nuestro pequeño Volkswagen. Y le pregunté en una ocasión por qué, si todos los profesores tenían coche, sobre todo en esa explosión económica, él no. Me respondió: “Cuando yo era joven y era el momento de sacarme el carnet, tenía mucho trabajo, y luego ya ha ido pasando el tiempo y lo he dejado”.
Ilustra su sencillez. En pocas palabras, ¿cuál es el legado que deja a la Iglesia y nos deja a todos?
El testimonio que nos deja, ante todo, es una invitación, en primer lugar, a vivir la fe con alegría. Hablaba muchas veces de la alegría de la fe. También a vivir la fidelidad del amor cristiano, como en la encíclica Deus Charitas Est. Y a ser personas de esperanza en medio de este mundo que nos rodea.
Sobre todo a mantener esa fidelidad, a mantenernos fieles en la fe. Él era consciente de que nos rodeaba una sociedad neopagana y nos deja esta invitación a mantenernos fieles a la fe en Jesucristo y a la Iglesia.
Si sólo pudiera expresar su legado en pocas palabras, diría la felicidad a la fe, a Jesucristo y el amor a la Iglesia, sin duda ninguna, porque toda su vida también lo fue.
Él fue ante todo un defensor de la Verdad. En esta sociedad de tanto relativismo en la que parece que no existe ninguna verdad ni ningún valor, esa defensa de la Verdad, ¡ser testigo de la Verdad, que es Jesucristo! Pero entiendo que él, desde Dios, donde pensamos que está, seguirá enseñándonos a través de sus obras, de sus libros y desde su testimonio.