Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del I domingo de Cuaresma – A –
Desde el comienzo de la celebración se nos ha recordado que ya estamos en Cuaresma: tiempo de recogimiento y oración, tiempo de austeridad, tiempo especialmente apto para encontrarnos con Dios. En este contexto, hemos escuchado, en el evangelio, el relato de las tentaciones que acosaron a Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11). ¿Por qué Jesús se vio acosado por la tentación desde el principio de su misión?
– Vuelvo a ver en tus ojos una duda -ha exclamado al mirarme-. ¿Qué te atormenta hoy?
– Algo que me parece contradictorio -he respondido, recogiendo los cafés que ya nos habían servido-. Acababas de ser reconocido por el Padre como su Hijo querido durante tu bautismo en el río Jordán y, a continuación, fuiste tentado como cualquiera de nosotros…
– No sé dónde ves tú la contradicción -me ha respondido sin darme tiempo a dejar los cafés en la mesa- Has dicho: “como cualquiera de nosotros”; ahí tienes la respuesta. Si yo venía a construir un puente entre el Padre y vosotros y debía ser capaz de compadecerme de vuestras debilidades, tenía que ser probado en todo como vosotros, menos en el pecado. La tentación no es pecado; el pecado aparece cuando os dejáis guiar por ella. En el Credo afirmáis que “descendí a los infiernos”. Esto no sólo ocurrió muriendo como un malhechor; el descenso al infierno dominado por el mal siempre formó parte de mi camino: debía recoger toda vuestra historia desde sus comienzos, recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para poder transformarla. Por eso, el abajamiento que comporta la tentación acompañó todo mi camino entre vosotros…
Me he quedado perplejo con mi taza en la mano y mirándole a los ojos he dicho:
– No lo había pensado; pero, ya que tú lo dices, me viene a la mente que fuiste tentado de muchas maneras: cuando diste de comer a una muchedumbre con cinco panes de cebada y sólo dos peces, intentaron hacerte su rey y el evangelista san Juan cuenta que huiste al monte solo: ¿es que huías de la tentación del poder? Y, cuando el apóstol Pedro quiso disuadirte para que no siguieras el camino que te llevaría a la pasión y a la muerte, le llamaste Satanás: ¿era Pedro como el diablo, que te tentaba a no seguir los caminos del Padre?
– Aciertas plenamente. Y no olvides la noche en Getsemaní, cuando la angustia de resistir a la tentación me hizo sudar sangre, y los insultos de los jefes que me tentaban a bajar de la cruz diciendo que así creerían en mí…, y otras más que seguramente recuerdas -ha concluido-.
– O sea: que las tentaciones del evangelio de hoy sólo fueron el principio de la historia.
– Mira, la tentación es obra de vuestro enemigo, el diablo, “que ronda como león rugiente, buscando a quien devorar”, como lo describió mi apóstol Pedro, y de esto él tenía experiencia. En la oración que os enseñé, os dije que pidierais: “No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Maligno”. La lucha interior por cumplir la misión para la que fui enviado siempre estuvo presente en mi vida -ha dicho mientras apuraba su café-. Las tentaciones en el desierto dejaron claro qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana y cuál es el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Se presenta con la pretensión de mejorar el mundo con pan y poder, que son algo real, y ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales.
– Este café de hoy está muy denso; tendremos que terminar de apurarlo otro día -he dicho mientras dejaba el importe de los cafés sobre la mesa-.
– La Cuaresma es para “velar y orar para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” -me ha recordado y se ha despedido-.