No sólo Jerusalén. También yo hoy sigo rodeado y circundado por el amor del Padre.

Raúl Romero López
3 de mayo de 2021

Salmo 125

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1 Los que confían en el Señor

son como el monte Sión:

no tiembla, está asentado para siempre.

2 Jerusalén está rodeada de montañas,

y el Señor rodea a su pueblo

ahora y por siempre.

3 No pesará el cetro de los malvados

sobre el lote de los justos,

no sea que los justos extiendan

su mano a la maldad.

4 Señor, concede bienes a los buenos,

a los sinceros de corazón;

5 y a los que se desvían por sendas tortuosas,

que los rechace el Señor con los malhechores.

¡Paz a Israel!

INTRODUCCIÓN

El salmo 125 podría considerarse como un canto de resistencia y sumisión. El salmista tiene en su mente alguna de las situaciones de opresión que ha tenido el pueblo a través de su historia. Es probable que el orante piense en grupos opuestos dentro de la comunidad judía: siente dolor por los hermanos apóstatas y teme que otros se puedan contagiar.

El salmista encuentra en el hecho geográfico de una Jerusalén rodeada de montañas la certeza del cuidado de Dios con su pueblo por encima de cualquier opresión política. Y trata de convencer a los peregrinos, de la condición privilegiada de Israel que, como Nación, tiene una seguridad a toda prueba. Podemos imaginar la fuerza que adquiriría este salmo cantado por miles de gargantas en el culto del templo de Jerusalén.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

El salmista se apoya en el Señor. Y yo ¿en quién estoy apoyando actualmente mi vida? (v.1).

Confiado en Yavé, apoyándose en él con una fe total, el fiel se hace inexpugnable, como el monte Sion, sólida colina rocosa, que Dios consolida con su presencia. “Son palabras de ánimo ya que el simple hecho de poder expresar con energía esta confianza le confiere seguridad de que su súplica será atendida” (Gunkel).

En la medida en que el fiel se siente firme y seguro en Yavé desprecia la salvación que le pueden ofrecer los ídolos. Éstos son como paja que se lleva el viento. En cambio el fiel experimenta que la misma firmeza del monte santo se traslada a su propio corazón.

“Cuando grites no te salvarán tus ídolos. Se los llevará a todos el viento, un soplo los arrebatará. Pero el que se refugia en mí heredará el país, poseerá mi monte santo” (Is 57,13).

Dios rodea a su pueblo con ternura (v.2).

Ciertamente, Jerusalén está rodeada de montañas. La circundan el monte Scopus (815 metros), el monte de los Olivos (808 metros), el monte de los Escándalos (740 metros) y el monte del Mal Consejo (777 metros).

La ciudad de David y el templo se hallan a más baja altitud que las montañas que los rodean. Como una alta muralla, las cadenas montañosas rodean a la ciudad santa. De modo semejante, Yavé –como una muralla– rodea a su pueblo y se hace presente en él con su protección.

Diríamos que las montañas son como los grandes y anchos brazos de Dios que rodean y protegen a sus fieles en un abrazo de inmensa ternura. ¿Por cuánto tiempo durará ese abrazo de Dios? “Ahora y por siempre”.

Para el salmista las murallas son como una defensa natural de Jerusalén, la ciudad cerrada. Pero en una visión profética, Jerusalén aparecerá como ciudad abierta, rodeada no de murallas de piedra sino de una muralla de fuego.

“Jerusalén será ciudad abierta por la cantidad de hombres y animales que habrá en ella. Y yo seré para ella –oráculo del Señor– una muralla de fuego alrededor, y con mi presencia la colmaré de gloria” (Zac 2,8-9).

La muralla de fuego es signo de la Gloria de Yavé, esa presencia activa y arrolladora de Dios que abre nuevos horizontes para el hombre.

La Iglesia, la nueva Jerusalén, no puede ser un gueto cerrado sino una ciudad abierta a todos los pueblos y a todas las culturas, con su sello propio de catolicidad. El fuego del Espíritu le lleva a hacerse presente en cualquier rincón del mundo, allá donde el Evangelio de Jesús no ha sido todavía anunciado.

La nueva Jerusalén no puede quedar atrincherada como los discípulos en el cenáculo antes de la venida del Resucitado. Tiene que vencer todos los miedos, todas las cobardías.

Hoy más que nunca necesitamos compartir juntos la fe (v. 3).

“El cetro de los malvados” designa al gobierno extranjero que ejerce un dominio sobre el país; un gobierno que es impío y está alejado de Dios.

“El lote de los justos” es la tierra que Israel ha recibido de Dios y que ha sido repartida por sorteo. “La distribución de la tierra se hará por sorteo entre las tribus patriarcales” (Num 26,55).

La tierra que el mismo Dios les ha sorteado es un verdadero tesoro para ellos y la tienen que defender frente a los pueblos invasores.

El cetro de los malvados está pesando ya demasiado sobre ellos. Probablemente se habla de una dominación de larga duración que ha creado una atmósfera de maldad contraria a Dios. Los justos se hallan en peligro de caer en esa perniciosa manera de vivir.

Lo que realmente está pesando sobre el pueblo es el peligro de abandonar a Dios, de perder su fe en Yavé. “Qué difícil a una oveja el poder comer en medio de setenta lobos” (Emmanuel).

En cualquier caso, Dios no consentirá que “los justos” sean arrastrados hacia ese nuevo modo de pensar. Urge mantenerse en la fidelidad a la Alianza.

Y esta fidelidad a la Alianza se ratifica por los miles de peregrinos que han acudido a Jerusalén. Éstos han vivido juntos durante unos días; han rezado juntos; se han animado mutuamente y regresan a sus casas con una fe totalmente fortalecida.

Y éste es el sentido profundo de su peregrinación. En la sociedad en la que estamos viviendo, nuestra fe está en peligro. Muchos son los enemigos que acechan contra nuestros sentimientos religiosos más profundos. Tal vez una manera de defendernos sea el juntarnos a compartir esa misma fe. La fe crece cuando se comunica.

Hoy también nosotros necesitamos “un resto” de cristianos auténticos (v.4).

Esta petición del salmo concuerda con el principio de retribución existente entonces: “Haz bien a los buenos”, pero en concreto, ¿quiénes son los buenos? Ravasi los define de esta manera: “Son los creyentes en estado puro, sin cálculos ni componendas, son los pobres bíblicos, objeto de un amor especial por parte de Dios, porque esta parcialidad suya hacia los indefensos es el culmen de la imparcialidad”.

Los buenos son el resto de Israel, esos que salieron purificados del destierro y fueron fermento para todo el pueblo. Esos son los que reciben una especial bendición de Yavé.

Hoy también la Iglesia necesita un resto, un grupo de hombres y mujeres que vivan con radicalidad el Evangelio. Dios no tiene necesidad de masas. Ni está preocupado por las estadísticas. Sólo quiere un resto que viva a fondo la fe.

Siempre que nos apartamos de Dios, caminamos por “sendas tortuosas” (v 5).

En este versículo se habla de aquellos que han sido infieles y que, bajo el cetro impío, se han dejado seducir apartándose del camino recto.

Las “sendas tortuosas” nos hablan de una vida ajena a la Alianza, un estilo de vida al margen de Dios. “Los ricos y los poderosos estaban a punto de apostatar de su religión y de su pueblo para establecer alianzas con los ricos y poderosos de los pueblos invasores con el fin de explotar sin consideración a los pobres y a los humillados” (Gunkel).

No es de extrañar el repudio y rechazo fulminantes por parte del salmista. El apartarse de Dios trae unas consecuencias lamentables para los pobres.

“¡Paz a Israel!”

El salmo termina con un grito en favor de la paz. Y aquí la paz es algo más que la ausencia de guerras. Normalmente nos equivocamos cuando definimos las cosas en forma negativa. La luz es mucho más que la ausencia de tinieblas. Y la gracia mucho más que ausencia de pecado. Y el cielo infinitamente mejor que la ausencia de infierno.  La paz es el conjunto de bienes mesiánicos. Es todo lo mejor que un buen israelita podía desear para su pueblo. Dios no sólo quiere que vivamos sin guerras. Quiere que vivamos en solidaridad, en fraternidad, en amor mutuo, en felicidad plena.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

La solicitud de Dios por su pueblo es una constante en el A.T. Ahí están los textos famosos del Deuteronomio. “Lo envuelve, lo cobija, lo cuida, como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada revoloteando sobre sus polluelos, así él despliega sus alas y lo toma y lo lleva sobre su plumaje” (Dt. 32,10-11). Y esta imagen es tomada también por Jesús ante la ciudad de Jerusalén: «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido” (Mt. 23,37).

1Ped. 5,8-9: “Sed sobrios y estad en guardia! Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, da vueltas y busca a quien devorar. Resistidle firmes en la fe”.

Carta a Diogneto, 5: “Los cristianos habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, y todo lo soportan como extranjeros. Toda tierra es para ellos patria y toda patria tierra extraña. Como todos, se casan; como todos, engendran hijos; pero no exponen a los hijos que nacen. Ponen mesa común pero no lecho. Están en la carne pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida, sobrepasan las leyes”.

San Gregorio Niseno: “Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros”.

ACTUALIDAD

En nuestro mundo actual, en España ya son muchos “los que se desvían por sendas tortuosas”, han dejado la fe cristiana y viven al margen de Dios. Santa Teresa diría que estamos atravesando “tiempos recios”.

La Santa de Ávila, ante esa situación hace dos cosas: “Quiero llenar eso poquito que hay en mí”. Intenta vivir la fe personalmente con toda intensidad. Llenar su vida de Dios hasta rebosar. Vivir en plenitud las exigencias del evangelio. En este sentido, los tiempos “sin Dios” son los mejores tiempos para la fe de los auténticos creyentes. Ellos constituyen el “Resto del nuevo Israel”. 

Por otra parte, en clave eclesial, ella funda “los palomarcicos”, grupos de doce religiosas que prolonguen el Colegio Apostólico y sean los auténticos pilares de la Iglesia. En nuestro caso sería crear “comunidades vivas” que imiten a aquellas primeras comunidades cristianas que se nos narra en varios sumarios del libro de los Hechos de los Apóstoles. Unas comunidades que causaron admiración en el Imperio Romano y ejercían una enorme fuerza de atracción por su alegría, su unión, su fraternidad y su fuerza para anunciar a Cristo Resucitado. 

PREGUNTAS

1.- ¿Tengo asentada mi fe en la roca firme de Jesucristo Resucitado? ¿O siento que mi fe también se tambalea? ¿Cuándo? ¿Cómo?

2.- ¿Vivo la fe con sentido comunitario? ¿Comparto mis vivencias de fe con mis hermanos? ¿Con qué resultados?

3.- La increencia de muchas de las personas de nuestro tiempo ¿me obliga a vivir la fe de una manera más profunda? ¿Cómo puedo ser testigo de la fe en medio de un mundo que no cree?

ORACIÓN

“Jerusalén está rodeada de montañas”

Señor, siempre me han gustado las montañas. Son altas, majestuosas, y están bien asentadas en la tierra. A veces, se visten de nieve y presentan una belleza extraordinaria.

A ti, Señor, te gustaba rezar en el monte. Te sentías fuertemente atraído por la presencia cercana de tu padre Dios. Te deleitaba poder respirar a Dios por todos los poros de tu ser.

Un día subiste a Jerusalén y, al contemplar la ciudad, te echaste a llorar. Llorabas porque, estando la ciudad rodeada de montañas, no se dejaba abrazar por ellas. No quería recibir todo el cariño que tú le querías dar.

También en Jerusalén, en lo alto de un monte, tú entregaste tu vida por todos. Allí se rompían todas las murallas que los hombres levantamos unos contra otros. Nacía la Nueva Jerusalén: la ciudad abierta al amor universal.

“Señor, concede bienes a los buenos”

Señor, ya sé que hay que rezar por todos y más por los que más lo necesitan. Pero hoy el salmista nos invita a rezar por los buenos, aquellos que no claudican, aquellos que no se rinden, aquellos que no se cansan.

Te pido por los buenos. Por aquellos que, ante las injurias, mofas, burlas y desprecios, contestan con una sonrisa, con una bendición. Te pido por los buenos. Por aquellos que mantienen siempre vivo el amor primero. Aquellos que están siempre ilusionados.

Te pido por aquellos que hablan de ti con convicción profunda, con entusiasmo, con gozo interior. Cualquiera que los oiga dirán que están de ti enamorados. Te pido por los buenos. ¡Que nunca se acaben! ¡Que nunca se cansen! Todos tenemos necesidad de ellos.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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