Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del V Domingo de Pascua – A –
Hoy el párroco ha dicho que, los evangelios de estos últimos domingos de Pascua van a ofrecer diversos pasajes escogidos del llamado “discurso de despedida” de Jesús en su Última Cena. Así, la Liturgia nos pone a punto para recoger el “testigo” que pronto pasó a sus discípulos y a nosotros. Hoy, pues, hablaré con Jesús de este evangelio (Jn 14, 1-12), que es muy sugestivo. Mientras entrábamos, el camarero nos ha visto, se ha puesto a preparar nuestros cafés y yo he dicho a Jesús por todo saludo:
– Pronto empezaste a preparar a los Doce para la separación.
– Tú hubieras hecho lo mismo -me ha replicado-. Me di cuenta de su tristeza, a pesar de que estábamos celebrando la Pascua judía. Pensé que barruntaban que les amenazaba algo difícil de asimilar y no pude menos de decirles: «No perdáis la calma, no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí».
– Pero, a juzgar por sus preguntas, tus palabras más les aturdieron que les tranquilizaron -he dicho mientras diluía un azucarillo en mi café-.
– No fue exactamente así -me ha respondido levantando su mano-. Primero dije algo que tranquilizaría a cualquiera: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros». ¿Tú piensas que saber que tendrían una habitación dispuesta en la casa del Padre les aturdió?
– Bueno, no hubo motivo para que se aturdieran, pero seguramente les sorprendió que tu marcha fuera inminente, aunque marchases a prepararles sitio en la casa del Padre. No estarían preparados para encajar la noticia -he dicho tratando de tantear el terreno-.
– ¿Por qué no iban a encajar la noticia? -me ha respondido-.
– Porque, aunque bien sabemos que «no tenemos aquí ciudad permanente» (Hb, 13, 14), Saulo aún no te había conocido ni había escrito que «somos ciudadanos del cielo de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo» (Flp 3, 20). Nunca estamos preparados para abandonar nuestra casa por otra que se nos antoja desconocida…
– Por eso fue tan valiosa a los ojos del Padre la actitud de Abrahán cuando le pidió que abandonase su tierra y la casa paterna -me ha interrumpido-.
– No lo dudo en absoluto -he reaccionado-. Pero entonces la fe de tus discípulos aún no alcanzaba la confianza en Dios, que tenía Abrahán. Y mucho me temo que ahora mismo la nuestra, tampoco. Fíjate en las preguntas que aquella tarde te hicieron Tomás y Felipe. Tomás, desconcertado, te dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?». Y Felipe, un poco perdido, te reclamó: «Muéstranos al Padre y nos basta».
– Por eso respondí a Tomás con claridad: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». Y lo reafirmé diciendo a Felipe: «¿Todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Los acontecimientos que iban a suceder en las próximas horas pondrían de manifiesto que mi confianza en el Padre es total y no ha quedado defraudada, a pesar de sus silencios, tan dolorosos para mí como para vosotros. Y que en mi amor, entregado “hasta el extremo”, se refleja el rostro de un Padre que ha sido capaz de entregaros a su propio Hijo para que tengáis vida. Sabed unos y otros que la habitación que os he preparado en la casa de mi Padre está amueblada con una confianza a prueba de silencios y con un amor más fuerte que la muerte, ¿te parece poco? -me ha dicho dando por terminada la tertulia-.