Salmo 121
1 Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
2 El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
3 No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
4 no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
5 El Señor te aguarda a su sombra,
está a tu derecha;
6 de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
7 El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
8 el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
INTRODUCCIÓN
El segundo de los salmos graduales o de las subidas es un canto basado en laconfianza en un Dios que protege a supueblo constantemente.En este salmo nos parece oír las voces de los peregrinos animándose mutuamente a vivir unas relaciones profundas entre Yavé y sus fieles y entre los fieles entre sí.
Un tono de serena confianza atraviesa todo el poema. En él se describe al Señor como un centinela que está alerta, en su puesto de guardia, para proteger a sus fieles.
“Este delicioso canto del centinela divino (seis veces resuena el verbo SMR, “custodiar”) es un himno de peregrinación en honor del guardián de Israel. Dios es la sombra protectora del sol del desierto, el defensor aprestado a la derecha de su protegido, la defensa contra la luz de la luna, que según la creencia popular cegaba a la gente o la volvía loca” (Comentario bíblico internacional).
El salmo nos invita a la calma, a la serenidad, a la confianza. Podemos dormir y descansar porque hay un centinela divino que vigila nuestro sueño.
REFLEXIÓN-MEDITACIÓN SOBRE MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO
Hay veces en que el peso de la vida nos encorva y nos inclina a mirar hacia abajo. ¿Qué hacer? Levantar nuestra mirada a las alturas (v.1).
Este bello verso inicial se inspira probablemente en la actitud de los peregrinos que avanzaban con la mirada fija en las montañas, esperando divisar la altura donde se elevaba el templo de Sión.
El peregrino se inquieta ante los peligros de ese largo y penoso itinerario en donde se podían encontrar animales salvajes y en donde se hacían presentes piratas y ladrones.
El episodio de la parábola del buen samaritano nos habla de un hombre que había caído en manos de ladrones, que lo molieron a palos y lo dejaron medio muerto. Y el camino era de Jericó a Jerusalén (Lc 10,30-35).
En la tradición esta subida tenía mala fama. En tiempos de Josué la llamaban la subida roja no sólo por el color de las piedras sino también por las frecuentes emboscadas. “Este lugar se denomina de sangre porque mucha era la sangre que se derramaba a causa de las incursiones de los ladrones” (san Jerónimo).
No era extraño que el peregrino se preguntara “¿de dónde me vendrá el auxilio?”
No obstante, la mirada del peregrino no era meramente geográfica sino mística. En el monte Sión estaba la presencia del Dios vivo. Allá suben los anhelos, los deseos, las emociones de los peregrinos que, a medida que se van acercando, se asoman por los ojos del alma.
El auxilio no viene de las montañas, creadas por Dios, sino de Dios que ha creado las montañas (v. 2).
Los montes han sido siempre lugar de refugio. Cuando los israelitas salieron de Egipto hacia la tierra prometida, las montañas le dieron refugio ante las tropas enemigas. Los carros de guerra no podían escalar las montañas. Y en el salmo 11, cuando ni siquiera el templo ofrece seguridad, los guardianes aconsejan: “Escapa como un pájaro al monte”. En este salmo, el piadoso israelita que va a visitar Jerusalén está convencido de que el auxilio está más alto que las montañas. El auxilio le viene del Señor “que hizo el cielo y la tierra”. “Puesto que todo ha procedido de la mano de Dios, por eso mismo tiene poder para ayudar en todas las cosas, ya que todas las cosas siguen estando en sus manos” (A. Weiser). Incluso en la mirada dirigida a los montes ya late una ascensión contemplativa: los montes me hacen elevar mi mirada al verdadero Monte que es Dios mismo.
Hay un guardián que no duerme ni de día ni de noche (v. 3-4).
El Dios de Israel recibe un precioso nombre: el Guardián. Es el propio Dios el que guarda la ciudad y a cada uno de los habitantes.
Su cuidado es minucioso y abarca hasta los detalles más pequeños: preserva su pie del más ligero tropiezo. La ciudad está segura y cada uno de los habitantes puede dormir a pierna suelta. Lo único que se prohíbe es dudar. “Sería un crimen pensar que un ojo tan vigilante se cierre o se desinterese” (P. Cornelio).
Los otros dioses no son de fiar porque “tienen ojos y no ven” (Sal 115,5). Los hombres tampoco son de fiar porque se quedan dormidos. Sólo el Guardián de Israel no duerme; porque si pudiera dormir despertaría sin cosas. El Dios que nos ha creado por amor, no nos abandona nunca. El Dios creador es también el Dios de la historia. “La historia no es un pasado concluido en sí mismo, sino una actividad de Dios que significativamente se extiende al momento presente” (Weiser).
Hay ciertamente en el salmo una invitación a evitar toda inquietud, todo miedo, toda angustia o zozobra. Una invitación a la calma, al sosiego, a la paz.
“Nada te turbe, nada te espante
Dios no se muda…
Quien a Dios tiene nada le falta
¡Sólo Dios basta!”
(Santa Teresa)
El sol, la luna, los astros, no son “dioses” que hacen daño al hombre. Todos son criaturas de Dios y están a su servicio (v. 5-6).
El sol y la luna son las grandes lumbreras del día y de la noche. Tienen efectos muy beneficiosos para el hombre y abarcan todo el arco de la existencia humana. El día es el tiempo de la luz, de los colores, de la actividad, del trabajo, del esfuerzo. La noche es el tiempo de la oscuridad, del sueño, del reposo, del silencio, de la intimidad, del descanso.
El día es tiempo de hablar; la noche de callar.
El día es tiempo de gastar; la noche de acumular.
El día es tiempo de organizar; la noche de soñar.
El día me da su realidad; la noche su ilusión.
Sol y luna, día y noche forman el entramado variopinto de la existencia humana. Y todo cae bajo la tutela de Dios.
Pero, a veces, el sol y la luna tienen efectos malignos para el hombre. El sol puede producir dolores de cabeza (2 Re 4,19) o desvanecimiento (Jon 4,8).
En el mundo babilónico se atribuían efectos perniciosos al dios de la luna. Él causaba las fiebres y la lepra. Y también la enfermedad de los lunáticos, que se concebía como una posesión diabólica (Mt 17,15).
El peregrino de Jerusalén vive seguro y no tiene miedo a nada ni a nadie porque lo cubre la sombra protectora de Dios.
“Fuiste fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción; cobijo contra la lluvia, sombra contra el calor” (Is 25,4).
Además, el peregrino vive con Dios a su derecha, es decir, con Dios que protege la mano de la acción. Todas sus obras están a buen recaudo.
A Dios no se le escapa nada. Él está al tanto de todo (v. 7).
El salmista no quiere dejar ningún cabo suelto. Él sabe que hay muchos males que acechan nuestra débil y frágil existencia. Todo está visto y previsto. Nada escapa, nada se esconde a esta presencia protectora de Dios. El alma es lo más íntimo, lo más recóndito, lo más escondido. Pues todo eso está en manos de Dios. Dios está al tanto de todo. Notemos que la fe de Israel en un Dios Creador y Salvador no es la afirmación de un dogma abstracto, sino que es efecto de una “experiencia personal”. El saber sobre Dios se ha convertido en un “gustar a Dios, saborear a Dios”.
Entradas y salidas hay muchas a lo largo de la vida. Pero hay dos especiales la entrada al nacer y la salida al morir. Todas las protege Dios (v. 8).
Entrada y salida hace alusión a la despedida y a la próxima llegada del peregrino al santuario. Se asegura la llegada y el retorno de los peregrinos. Pero el texto abarca un horizonte más amplio. “La salida y la entrada son aquel aspecto que abarca e impregna toda la vida de la persona y queda así desligado de las relaciones estrictas con el culto para abarcar todo el gran contexto de la existencia: toda salida y toda entrada, todo ir y venir, se halla bajo la protección de aquel que hizo el cielo y la tierra y para quien es infinitamente importante todo paso que dé uno de los que son suyos” (Kraus).
“Ahora y por siempre”
La protección del pasado ya se ha ido. Le interesa la presente y la que ha de venir. El presente y el futuro están también en las manos de Dios. Uno puede acostarse y dormir tranquilo porque hay alguien que ni duerme ni dormirá por toda la eternidad.
El P. Alonso Schökel, incitado por el poema, da rienda suelta a su fantasía y acaba el salmo de esta manera: “Me imagino una escena nocturna. Un niño en la cuna, que se mece movida por la madre en vela. El vaivén de la cuna, que podría ser temeroso, logra serenar, porque en él siente el niño la presencia materna. Sabiendo que su madre está ahí vigilando y que no duerme, él puede entregarse al vaivén, cerrar los ojos y dormir tranquilo. En el vaivén de nuestra vida diaria alzamos los ojos ansiosos y descubrimos la presencia vigilante de Dios que nos serena. Él abarca todas nuestras polaridades y nos sentimos confiados. Cuando llegue el último cerrar los ojos, nuestra última salida de la vida o entrada en la muerte, podremos dormir tranquilos, porque nuestro guardián no duerme. Él trasciende la vida y la muerte”.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
“Padre santo, Protege, tú mismo a los que me has confiado, para que sean uno como nosotros somos uno, Mientras estaba con ellos yo los protegía en tu lugar; tú me los confiaste, yo los tuve seguros” (Jn. 17, 11-12).
Garrone: “Elevar los ojos a lo alto, ver las montañas, es en esta corta y dulce oración, encontrar por encima de los estorbos y pruebas del camino, el contacto con la mirada divina y sentirse cubierto de una atenta y solícita providencia”.
San Agustín: “Sólo la soberbia hace resbalar el pie. Para andar, para adelantar, para subir, lo mueve la caridad; para caer, sólo la soberbia”. “Si quieres tener a un guardián que no duerma, elige a Dios como guardián”.
Itinerario de clérigos: “Sé, Señor, en el combate, aquel que asiste; en el camino, el consolador; guárdanos de los ardores del sol, de la lluvia y del frío. Llévanos en nuestros caminos; en la adversidad, protégenos; en el camino resbaladizo, guárdanos; sé nuestro puerto seguro en el naufragio”.
Weiser: “La grandeza de la visión de Dios en este salmo abarca creación, historia y eternidad. A partir de ella se acrecienta la inquebrantable fuerza de la fe, que este salmo la ha convertido en una fuente de consuelo aún hoy inagotable”
ACTUALIZACIÓN
Pascal definió muy bien al hombre como “una caña pensante”. La “caña” nos habla de la fragilidad, de la vulnerabilidad, de la caducidad del ser humano. Y eso es lo que mejor hemos aprendido de esta pandemia del “coronavirus”. De pronto, se nos han venido abajo todos nuestros proyectos, nuestros apoyos, nuestra técnica. Y el enemigo ha sido “un virus invisible”.
Pascal, al decir que es “pensante” ahonda más en nuestra situación de precariedad. También las plantas mueren y los animales. La diferencia está en que sólo el hombre “sabe” que se muere, sufre al tener conciencia de su muerte. Eso no ocurre con las otras criaturas. Por eso el ruiseñor puede morir cantando y la flor exhalando el último perfume. El hombre muere llorando.
Este salmo nos invita a poner nuestra fragilidad y vulnerabilidad en manos de Dios. Es el guardián de nuestras vidas. Guarda con amor todos nuestros pasos. Nuestras entradas y salidas. También la entrada a la vida (nacimiento) y la salida (muerte).
Lo decía muy bien el poeta Rilke: “En esta vida todo cae: cae la lluvia, cae la tarde; caen los copos de nieve en invierno y las hojas secas en otoño. Y nosotros, también caemos. Pero hay Alguien que sostiene nuestras caídas: las manos anchas y calientes de nuestro Padre-Dios”
PREGUNTAS
1.- En medio de mis problemas y preocupaciones terrenas, ¿sé elevar mi alma y mi corazón a lo alto? ¿Acostumbro a mirar al cielo?
2.- ¿Vive mi comunidad o grupo cristiano en un clima de serenidad, de paz y de confianza sabiendo que está cuidada y protegida por un guardián divino?
3.- En el mundo que me rodea hay gente que vive con mucha angustia. ¿Qué les estoy aportando yo desde mi fe?
ORACIÓN
“No permitirá que resbale tu pie”
Mi pie es una pieza pequeña. Está allá, al final, en una extremidad de mi cuerpo. Y, no obstante, tú lo cuidas y lo proteges, y no dejas que tropiece contra el mal.
Gracias, Señor, porque te preocupas de lo pequeño, lo humilde, lo sencillo, lo que no cuenta. A veces me siento tan pobre y limitado que llego a pensar que yo nada te importo. Y, sin embargo, hoy oigo que me dices: de ti me interesa todo: desde el pelo de tus cabellos hasta el dedo meñique de tu pie. Haz, Señor, que todo mi ser tienda hacia ti y que mis pasos no conozcan las demoras, los atascos ni los resbalones.
“Tu guardián no duerme”
Señor, en esta vida, los guardias hacen sus turnos, sus relevos; aun así hay veces que se quedan dormidos. No se puede confiar en ellos.
Tú, en cambio, no duermes. Estás en vela día y noche. Yo puedo trabajar confiado durante el día y descansar tranquilo por la noche. Y, sin embargo, hay veces que vivo con inquietud, con angustia, con sobresaltos. Y es que todavía mi fe es débil y no acabo de fiarme plenamente de ti. Me hundo como Pedro en la barca. Transforma, Señor, mi fe teórica en fe personal. Mi fe como creencia en fe vivencial. Haz que deje ya de ser maestro y me convierta en testigo de tu Resurrección.
“El Señor guarda tus entradas y salidas”
En este mundo todo está marcado por las entradas y las salidas: entramos y salimos de la casa; entramos y salimos del mercado; entramos y salimos de la Iglesia; entramos y salimos del pueblo o de la ciudad.
A veces, entramos en el camino de la paz y salimos de él; entramos en el camino del gozo y salimos de él. Un día entramos en la vida por el nacimiento y otro día saldremos de la vida por la muerte.
Señor, me llena de alegría el saber que estas idas y venidas; estas subidas y bajadas; estas entradas y salidas están guardadas por ti. Nada pasa sin que tú lo veas; nada ocurre sin que tú lo sepas; nada acontece sin pasar por tus manos.
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén