No creían que hubiese sido ciego

Pedro Escartín
18 de marzo de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del IV domingo de Cuaresma – A –

El evangelio de este domingo es más largo de lo habitual (Jn 9, 1-41). Narra la curación de un ciego de nacimiento e incluye cuatro temas importantes: la “iluminación” que proporciona la fe, el empeño en no reconocer que Jesús venía de Dios porque había curado en sábado, la excomunión del ciego que no se avino a rechazar a Jesús y unas palabras muy serias de Jesús sobre la ceguera espiritual, que los fariseos escenificaron en este episodio. Mucha tela para un café matutino, así que hemos hablado de lo que hemos podido, empezando por lo que me parecía más atractivo: un ciego que ve lo que nunca había visto y su iluminación…

– ¿Por qué los discípulos querían saber quién había pecado para que aquel hombre naciera ciego? -he preguntado a Jesús cuando recogíamos las tazas de café-.

– Porque mis discípulos, al igual que la gente de aquel tiempo, tenían un falso concepto sobre la retribución. Creían que el bienestar y la desgracia eran fruto de la propia conducta o de la de sus padres. Si aquel hombre era ciego desde que nació, tenían que ser sus padres los que habían pecado, pues había nacido ciego; además, los rabinos ratificaban aquella convicción.

– Pero tú no lo veías así y enseguida hizo acto de presencia la discrepancia -he añadido-.

– Tú lo has dicho. El Padre no se desentiende de lo que ocurre en vuestras vidas, pero no es como el guardián que anota lo que cada uno hace para pasarle luego la factura correspondiente, sino que mira vuestra vida con compasión y misericordia, y sufre con vuestros desatinos, aunque siempre os ha dejado las manos libres para que hagáis el bien por convicción y amor, más que por miedo -ha dicho tomando un sorbo de café-. Además, en esta ocasión, quería que yo hiciera otro signo (sería el sexto de los que relata Juan), que os abriera el camino hacia la fe.

– ¿Por eso respondiste: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios»?

– ¡Exacto! ¿Cómo esclarecer que yo soy la luz?: pues abriendo los ojos a un ciego de nacimiento.

– Además, los estudiosos recuerdan que abriste los ojos del ciego en la fiesta de los tabernáculos, cuyo rito más impresionante y significativo era la iluminación del atrio de las mujeres en el templo de Jerusalén. Un buen contexto para que entendieran tu rotunda afirmación: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».

– Ya me doy cuenta de que estás bien informado. Me satisface mucho, porque esta imagen de la iluminación fue utilizada por los Padres de la Iglesia desde el principio para explicar el valor del bautismo. El ciego se lavó en la piscina de Siloé, tal como le dije, y volvió ya viendo. El “lavado”, el bautizado, el creyente, el que me acepta como enviado por el Padre, comienza a ver, es iluminado, pasa de las tinieblas a la luz y ve el mundo y la vida humana en sus verdaderas dimensiones -me he dicho con entusiasmo-. Por eso, cuando oí que los fariseos habían expulsado de la sinagoga a aquel hombre que ya “veía”, quise encontrarme con él y le pregunté si creía en el Hijo del Hombre; él me preguntó: «¿Y quién es para que crea en él?», y yo le respondí: «Lo estás viendo». Nunca el verbo “ver” tuvo un significado tan hermoso como cuando el que antes era ciego dijo sin vacilación: «Creo, Señor». Ésta es la sabiduría que transformó al ciego y, sin embargo, los expertos en la Ley de Moisés no supieron vislumbrarla.

-¿Por eso dijiste que habías venido para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos?

– ¿Tú que crees? -me ha dicho sonriendo e indicando que era hora de irse-.

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