Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XVII domingo del tiempo ordinario
Todavía hay más parábolas dedicadas a explicar qué es el Reino de los Cielos, lo cual da a entender la importancia que Jesús concedió al anuncio del Reino. Hoy hemos escuchado otras tres, que tienen la misma introducción: «el Reino de los Cielos se parece a…»: la del tesoro y la perla (muy semejantes entre sí) y la de la gran pesca (Mt 13, 44-52). Al oír su lectura, una tras otra, he tenido la impresión de cierta reiteración, ¿por qué tanta insistencia? ¿Temías que la gente no se hubiera enterado? ?he dicho a Jesús después de saludarnos y desearle un domingo feliz y luminoso?. Lo digo por lo mucho que hablaste del Reino de los Cielos y por lo parecidas que fueron las parábolas con las que lo describiste.
– Gracias por desearme un feliz domingo -ha replicado todo sonriente-.
-Ya he metido la pata -le he dicho al percibir una cierta malicia en su sonrisa-.
-No te culpabilices -me ha respondido-. Ya sé que es una manera de hablar. Tenía que haber sido yo quien te deseara un día feliz por celebrar mi resurrección. ¿No es esto lo que los cristianos hacéis en el “día del Señor” y por eso lo llamáis domingo: “dies Domini”?
-Eso es lo que deberíamos hacer, aunque los domingos hacemos muchas cosas menos ésta -he concluido con un rictus de tristeza y tomando un sorbo de café?.
-Pues no sabéis lo que os perdéis -me ha replicado de inmediato-. Me preguntabas si temía que la gente no se hubiera enterado y no andabas desencaminado. Con las parábolas del tesoro y de la perla quise hacerles ver que ningún precio es demasiado alto, si con él se consigue el Reino de los Cielos. Aquel comerciante, que empeñó todo lo que tenía para comprar la perla o el campo en el que estaba el tesoro, fue verdaderamente sensato; valían mucho más que todo su haber. Pero hay que descubrirlo. Por eso insistí, pues en este negocio es vital saber elegir bien y luego vivir con alegría la elección que se ha hecho.
– Ya me parecía que esa era tu intención -he dicho con un suspiro-.
-¿Por qué suspiras? -me ha preguntado dándome una palmada en el brazo-.
– Porque me estoy acordando de aquel joven que te preguntó qué debía hacer y, cuando le dijiste que sólo le faltaba dar a los pobres lo que tenía, se marchó entristecido porque tenía muchos bienes (Mt 19, 20-22).
– Y yo también me apené. Estuvo a punto de descubrir el valor del Reino de los Cielos, pero sus riquezas se lo impidieron. ¿Comprendes ahora la finalidad de estas parábolas? -me ha dicho mirándome a los ojos-.
-Sí; ya veo que hemos de comprender que el Reino vale más que todo lo que tenemos y que ningún precio es demasiado alto, como has dicho antes. ¿Y la otra parábola, la de la gran pesca, tiene la misma intención?
-Bastante parecida, aunque también tiene que ver con el final de la de la cizaña y el trigo. El último acto de la historia humana será el juicio de Dios, un juicio que no quiereatemorizar, sino consolar: el Padre hará justicia a los pobres, aunque aquí los hombres no se la hayan hecho. Mis últimas palabras fueron: «Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo». Lo nuevo es mi mensaje de amor hasta el extremo; lo antiguo es la enseñanza de los Profetas, que siempre dijeron que la justicia de Dios se manifiesta en sumisericordia y perdón para con los han sido misericordiosos-ha concluido y nos hemos levantado, porque se estaba haciendo tarde-.