Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – B – (03/11/2024)
En el evangelio de hoy (Mc 12, 28-34) hay un escriba como interlocutor de Jesús, al cual el Señor le dice que no está lejos del reino de Dios. Este buen hombre, cuya actitud se alaba, había quedado impresionado por las respuestas de Jesús a los saduceos en la discusión que mantuvieron con él a propósito de la resurrección de los muertos…
– En esta ocasión te salió al paso un escriba que, al contrario de los fariseos y de otros escribas, no pretendía tenderte ninguna trampa –he dicho a Jesús mientras nos acomodábamos–.
– Sí; era un hombre sincero y no le faltaban motivos para preguntar lo que me preguntó. En el judaísmo de aquel entonces, muchos sentían la necesidad de saber qué era lo verdaderamente importante de la Ley. Dada la cantidad de imposiciones y prohibiciones que los maestros de la Ley enseñaban, la gente sencilla se perdía en aquella selva, aunque, como éste, fueran escribas.
– Y tú le respondiste con claridad citando palabras de las santas Escrituras que los judíos recitaban en la oración de la mañana todos los días: “Escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón…” Tu respuesta estaba cantada; lo que me sorprende es que aquel maestro de la Ley no hubiera pensado en ella antes de preguntar.
– No te sorprendas; acabo de decirte que la gente sin doblez se sentía perdida, y aquel escriba era buena gente como me dejó ver en la conversación que mantuvimos a continuación.
Me ha sonreído con aire de complicidad y, después de tomar un sorbo de café, ha añadido:
– Pero no olvides que, después de recordarle las palabras del libro del Deuteronomio: “Escucha, Israel, amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón…”, añadí otras del libro del Levítico: El segundo precepto es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos. ¿Te das cuenta de que sólo el amor a Dios te hace posible el amor al prójimo y sólo en el amor al prójimo manifiestas el amor que tienes a Dios? Unos días antes, cuando expulsé a los vendedores de ofrendas que se instalaban en el atrio del Templo de Jerusalén impidiendo aquel día la celebración del culto, dejé clara la principalidad de estos dos preceptos, que son uno, por encima de cualquier otra manifestación religiosa. Este gesto me acarreó no pocos sinsabores.
– ¡Y que lo digas! –he exclamado–. Aquel gesto cargó en tu contra durante el juicio que te declaró reo de muerte ante el Sanedrín y también cuando estabas muriendo en la cruz…
He tomado mi taza de café entre las manos para comprobar si se había enfriado, la he apurado de golpe y he añadido:
– En aquella ocasión les dijiste con autoridad: “¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos!” A partir de entonces, los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo podrían eliminarte…
Pero se hacía la hora, así que he echado mano del monedero mientras le decía:
– Me consuela creer que el escriba del evangelio de hoy seguramente no tomó parte en aquel complot, pues cuando le dijiste que lo primero es el amor a Dios y al prójimo te dio la razón y tú, viendo su sensatez, afirmaste; «No estás lejos del reino de Dios». ¡Por esta vez terminaste en paz con un escriba!
Jesús me ha sonreído, pero ya había dejado unas monedas sobre la mesa, y nos hemos ido.
2 respuestas
Muy acertada la reflexión
Gracias, Pedro y un fuerte abrazo
Gracias, Manolo, por tus amables palabras y tu amistad.
Un abrazo. Pedro.