«Abramos la puerta de la esperanza, abramos la puerta del corazón», ha instado el obispo de Barbastro-Monzón a las puertas de la concatedral de Santa María del Romeral de Monzón, en la inauguración del Jubileo 2025, Peregrinos de esperanza. Mons. La ceremonia había comenzado en la iglesia de San Juan, con el canto de apertura, la invitación a bendecir y alabar a Dios, y la lectura de fragmentos de la Bula de convocatoria del Jubileo Ordinario, ante el Cristo crucificado de las Hermanas Pobres de Santa Clara que no había salido del monasterio desde el año 1960.
En esta ocasión extraordinaria ha procesionado por las calles de la ciudad, acompañado por los piquetes de instrumentos de las cofradías de Semana Santa de Monzón, el presbiterio diocesano y numerosos fieles llegados de toda la diócesis. El llegar a la concatedral, Mons. Ángel Pérez Pueyo ha besado el Cristo y ha recordado que la fuente de nuestra esperanza reside en «lo más sublime que la Humanidad haya podido experimentar: el mismo niño que nació el día de Navidad, nació para morir, para que nosotros vivamos. Solo Dios da una nueva oportunidad. Ese es el jubileo».
Tras cruzar la puerta santa, don Ángel ha invitado a venerar la cruz y ha presidido el rito de la conmemoración del Bautismo, rociando con agua bendita a los sacerdotes y a todos los asistentes. A continuación, ha comenzado la eucaristía brillantemente solemnizada por el coro BARMON y en la que han participado, en las lecturas, preces y ofrendas, fieles de los cuatro arciprestazgos. A todos ellos se ha dirigido el obispo, agradeciendo su compromiso y labor. «Los que estáis aquí sois motivos de esperanza para tantos», ha subrayado. Ya en su homilía, el prelado ha animado «mirar más allá de nuestras flaquezas, miserias y tropiezos y constituirnos en verdaderos testigos del misericordioso».
Homilía de Mons. Ángel Pérez Pueyo
La puerta santa que acabamos de franquear no es solo un gesto simbólico sino más bien la invitación a cruzar el umbral del cansancio al descanso, de la oscuridad a la luz, del pecado a la reconciliación, del desaliento a la esperanza y experimentar profundamente la ternura de Dios.
El Papa Francisco, en su reciente homilía al abrir el Jubileo en la Basílica de San Pedro, nos recordaba: “La puerta del perdón es también la puerta de la esperanza”. Ese es el espíritu que tenemos que adoptar. La esperanza es un don de Dios, y este Año Jubilar tiene como objetivo renovarnos en ella, darnos cuenta que sólo Dios ofrece una nueva oportunidad para reencontrarnos con Él, para sanar las heridas de nuestros corazones y para redescubrir nuestra dignidad como hijos de Dios. Este Año Jubilar es una ocasión para abrir nuestros corazones a la misericordia divina y para reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Hace apenas dos días se cumplieron diez años desde mi nombramiento como obispo de Barbastro-Monzón. En estos diez años de servicio como vuestro pastor, he procurado ser cercano con todos, hacer de padre que guía con amor y/o reconduce con cariño para lograr el bien común. Cada acción, cada palabra, cada decisión tomada, siempre de forma colegial, ha tenido como norte la salvaguarda de la unidad, la verdad y la comunión de todos. el bien de nuestra diócesis. Como nos recordó el Papa en su homilía, «el ministerio episcopal es ante todo un servicio al pueblo de Dios». Así lo he entendido, y así he procurado vivirlo: un servicio que a veces me ha supuesto cargar con la miseria ajena, con la crítica injusta, con la toma de decisiones delicadas o enquistadas. A pesar de la complejidad y/o sensibilidad de los temas, hemos tratado de afrontarlos todos, siempre con espíritu evangélico, con responsabilidad, acorde a ley y con total transparencia. Hemos tratado de salvaguardar, salvo mejor criterio, la verdad, la justicia, la unidad, la comunión y la dignidad de nuestro pueblo como valores eclesiales fundantes. No ha sido un camino fácil. Lo doy por bien empleado porque sé que, al final, la búsqueda del bien común y el deseo sincero de la comunión y de la unidad hará que resplandezca la verdad.
Mirando estos diez años que se cumplen de mi nombramiento como obispo, podemos vislumbrar el MILAGRO que Dios ha obrado en nuestra Diócesis por mediación vuestra. El más relevante ha sido la opción por las personas en cada rincón de nuestra tierra. La reestructuración pastoral de la diócesis en cuatro arciprestazgos, en ocho unidades pastorales, con cuatro delegaciones nucleares ha supuesto un esfuerzo ímprobo por optimizar los recursos humanos disponibles. Este proceso ha permitido una mejor organización, coordinación y corresponsabilidad de los diferentes agentes de evangelización para lograr que nuestra diócesis sea verdaderamente misionera y evangelizadora.
La integración progresiva de los sacerdotes extradiocesanos, con los religiosos y con los sacerdotes diocesanos, las distintas comunidades religiosas y los seglares tratando de constituir equipos en misión ha fortalecido nuestra identidad y nuestra presencia en todos los rincones de nuestra geografía diocesana para que nadie se pierda.
También hemos dado pasos importantes en el ámbito de la cultura, del arte y la evangelización, especialmente con la recuperación de nuestros bienes patrimoniales y la mejora de nuestras infraestructuras.
Quiero destacar, por último, la impronta mariana y martirial de nuestra diócesis milenaria por hacer de esta diócesis un lugar de acogida y esperanza, donde cada persona pueda sentir el calor del amor y fidelidad de Dios y la cercanía de su Iglesia.
Aunque son muchos los motivos de gratitud al Señor por las bendiciones que nos ha ofrecido todavía nos queda muchísimo camino por recorrer. En primer lugar, pasar de una iglesia “bazar de lo sagrado” a una iglesia “familia de familias”. En segundo lugar consolidar la reestructuración pastoral para preservar la unidad de nuestra Diócesis y que no sea fusionada por las otras diócesis limítrofes como ya hemos vivido en otro tiempo. Y, finalmente, ver en los altares los 252 mártires en proceso de beatificación.
En este sentido, la coordinación entre sacerdotes, laicos y religiosos y el trabajo en equipo es fundamental para que podamos avanzar juntos en el proyecto pastoral que nos ha encomendado el Señor.
Necesitamos seguir creciendo en la vivencia de la caridad, que es el fundamento de toda acción pastoral.
El Año Jubilar como tiempo de gracia y esperanza
Este Año Jubilar es una oportunidad extraordinaria para renovar nuestra fe y esperanza. Es un tiempo para sanar las heridas, para abrirnos al perdón y para redescubrir el gozo de ser hijos de Dios. Como nos recuerda el Papa Francisco, es un momento para volver al centro de nuestra vida cristiana: el encuentro con Cristo.
Al mirar hacia el futuro, estoy convencido de que, si trabajamos unidos, si coordinamos nuestros esfuerzos y si cada uno de nosotros se siente involucrado en este gran proyecto pastoral, podremos superar los desafíos que se nos presenten. En la medida en que pongamos en práctica los valores del Evangelio, de la solidaridad y de la caridad, podremos dar respuesta a las necesidades de nuestros hermanos, y sobre todo, podremos ser testigos de la esperanza que nunca defrauda.
Hijos del Alto Aragón, atreveos a cruzar hoy esta Puerta Santa, renovad vuestro compromiso como apóstoles de calle, testigos del misericordioso, como bálsamo de Dios que alivia y sana todas las heridas.
Un comentario
Un fraternal abrazo a nuestro Pastor D.Angel y a sus palabras y deseos, que serán un bien para tod@s, y a los sacerdotes y religiosos también, vamos juntos.