Mientras oraba su rostro cambio

Pedro Escartín
15 de marzo de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Cuaresma – C – (16/03/2025)

El evangelista nos advierte que el extraordinario acontecimiento que va a narrar (Lc 9, 28-36) ocurrió ocho días después de que Jesús anunciase lo que le aguardaba en Jerusalén. Aquel anuncio, nada grato porque hablaba de la pasión y muerte que iba a sufrir en Jerusalén, no pudo menos de dejar consternados a unos discípulos, que poco antes lo habían reconocido como el Mesías de Dios. ¿Quiso así contrarrestar la perplejidad que les había provocado con el anuncio de su pasión? Pronto lo voy a saber, he ido pensado mientras me encaminaba a la cafetería…

– No vas desencaminado -ha respondido Jesús cuando le he preguntado-. Mis buenos discípulos se merecían, al igual que vosotros, un gesto que mantuviese su esperanza. Unos días antes me habían reconocido como Hijo de Dios, pero no les resultaba fácil aceptar que siendo yo “de condición divina no hiciera alarde de ser igual a Dios, sino que me despojara de mí mismo, tomando condición de esclavo y haciéndome semejante a vosotros…” Las primeras comunidades cristianas dieron muchos pasos hasta que se convencieron de ello y lo plasmaron en ese himno que recogió Pablo en su carta a los filipenses (Flp 2, 6 s.).

– De modo que tu fugaz epifanía en el monte delante de tres de tus discípulos fue el preludio de tu resurrección -he concluido mientras empezábamos a saborear nuestro café dominical-. Pero me gustaría saber por qué llevaste contigo sólo a tres discípulos y no al resto.

– Pues porque, las costumbres de mi pueblo, decían que tres testigos eran más que suficientes para probar la veracidad de un hecho; hasta que yo vuelva a consumar el mundo y entregarlo al Padre, mi resurrección y glorificación será un misterio de fe testificado por unos pocos testigos. Como se narra en los Hechos de los Apóstoles, una vez resucitado me aparecí a los testigos señalados previamente por el Padre. Es su testimonio el que os incita a creer y seguirme, conforme al dinamismo de la salvación que el Padre ha previsto. ¿No pretenderás cambiar sus caminos?

– ¡Dios me libre! Pero mi curiosidad me lleva a seguir preguntando -he dicho después de tomar otro sorbo de café-. ¿Por qué te llevaste precisamente a Pedro, a Santiago y a Juan? ¿Sentías predilección por ellos? Lo digo porque también te los llevaste a la casa de Jairo, cuando resucitaste a su hija, y a Getsemaní para que te acompañasen en tu angustiada oración de aquella noche, aunque te sirvieron de poco, pues enseguida se durmieron, y hoy los encontramos en lo alto del monte, viéndote hablar con Moisés y Elías de tu cercana muerte y resurrección…

– No interpretes la presencia de estos tres en clave de mayor o menor afecto. Esos sentimientos sólo se producen entre vosotros, que andáis compitiendo para ver quién sale más favorecido en la foto, como decís a veces. Yo amo a todos y a todos encomendé la misma misión; ¿recuerdas?: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»…

– ¿Y lo de llamar éxodo a lo que hablabas con Moisés y Elías? -he añadido-.

– Eso fue cosa del evangelista…, aunque acertó al dar ese nombre a mi muerte y resurrección. El éxodo fue la salida de los israelitas de Egipto, liberados de la esclavitud que allí sufrían. Mi muerte y resurrección, anunciadas con la transfiguración, supuso también vuestra liberación del pecado y del Maligno. Fue mi pascua, mi paso definitivo de este mundo al Padre, y es también el arranque de vuestra pascua y de la pascua de la creación, que espera su definitiva consumación. ¿No te parece que la Cuaresma es tiempo propicio para dejarte empapar de este misterio? -me ha dicho mientras se dirigía a la barra y preguntaba cuánto debíamos-.

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