¡Pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi! ¡¡PI-PI-PI-PI, PI-PI-PI-PI!! Cerca de las seis de la mañana, suena el despertador e intento abrir los ojos poco a poco. Procuro dedicar este primer pensamiento al Señor y le digo: «Voy a ver si puedo servirte hoy mejor que ayer». Mientras me incorporo, me hago a la idea de que sí, de que es hoy: el examen de latín es hoy, a las once y media. Me aseo y me preparo. Bajo a hacer un rato de oración a la capilla, antes de rezar los Laudes en comunidad. Pido al Padre que su misericordia prevalezca sobre «la justicia de los hombres», por lo menos de 11.30 h. a 13.15 h. Intento acordarme, si estoy un poco más despierto, de los últimos, los olvidados, y pido en la mañana por ellos.
Terminada la liturgia de las horas, subo a desayunar con mis hermanos. De la mano de un café largo y unas galletas, comentamos la jugada del día: «¿Qué tienes, José?» —»Hoy, tenemos cuatro horas. De Historia tengo ganas, que la empezamos ahora». Siempre nos gusta conocer mejor la cultura de nuestra madre, que es la Iglesia, y la historia de nuestra familia cristiana en la diócesis y hasta en el conjunto de Occidente. «Aunque, para ganas, las que tengo de que remonte el Real Zaragoza, que el otro día… flojo, flojo» —»Lo encomendamos, a ver qué tal juegan hoy».
Son las ocho y media, y llega el momento de las clases. Nervios… Pero la materia de Filosofía Contemporánea se hace agradable y pasamos un buen rato, charlando sobre el pensamiento de Nietzsche, tan profundo como complejo. ¡Las 11.30 h.!, y se acerca el profesor de Latín por el pasillo. Menos mal que su comprensión para con los alumnos es más que conocida… «Bueno, lo hemos pasado», pienso. El examen no ha ido mal. Intento ofrecerlo al Altísimo antes de Misa, que empezará ahora, a la una y media. Hoy, preside Pablo. Hace unos años, lo vimos salir del seminario, con la ilusión del sacerdote recién ordenado, y hoy cuida con entrañas de madre a nuestros hermanos del Seminario Menor. Un testimonio como el suyo fortalece nuestro camino, que no siempre resulta fácil. Durante la Santa Misa doy gracias a Dios, hasta por aquellas cosas que no parecen agradables a simple vista.
Comemos juntos. Después, mientras unos echan una partida de guiñote, otros jugamos con el concurso de turno que echan en la televisión, o platicamos acerca del último artículo de Ecclesia, por ejemplo. Un poco de descanso, unas horicas de estudio personal y termino el día también en comunidad: rezamos Vísperas, otro poco de oración de amistad y cenamos al final de la tarde, sobre las nueve. Antes de dormir, veo, junto a algunos hermanos, cinco minutos de un resumen de actualidad que ofrece TRECE TV, y escucho alguna broma o chascarrillo. Me entero un poco de cómo han vivido estas horas Alfonso, Alberto y Dani, que están «cansados pero contentos». Compartimos algunas impresiones de la jornada y a descansar: me retiro a la habitación, repaso mentalmente mi día y dedico un último pensamiento a Nuestra Madre, la Virgen. Son las once de la noche.
Todo ello, sumado a las experiencias pastorales y las sorpresas propias de esta vida entregada, es un resumen del ordinario de un seminarista como yo. Pero, y el seminario, ¿qué es? Hay tantas definiciones de este concepto como chicos que se preparan para el Ministerio ordenado. Los documentos dicen que «debe ser una comunidad humana, cristiana, diocesana y formativa ejemplar donde se realice intensamente la experiencia de la vida de la Iglesia, misterio de comunión»[1]. Desde mi punto de vista, veo una casa de familia donde nos formamos intensamente para acompañar al Pueblo de Dios. Estos son algunos testimonios personales que pueden arrojar luz sobre una definición de lo que realmente representa nuestra vida aquí:
«Estar en el seminario significa para mí haber dicho un sí a Dios. Un sí en el que pienso y creo que estoy cumpliendo el sueño que Dios tiene para mí. Un sí en el que mi vida cobra sentido y vivo con la esperanza de ser feliz. Un sí para la entrega. Una entrega para Dios y para los hermanos. Una entrega que me recuerda tu vida, tu realidad, tus sueños. Una entrega donde me acuerdo de ti y no de mí».
«El seminario, para mí, es la herramienta que tiene la Iglesia para formar a sus pastores. Su finalidad es la de acompañar nuestra inquietud sacerdotal junto con la diversidad de sensibilidades del sacerdote diocesano. Aquí, el Señor configura nuestro corazón con Cristo pobre, para ser fermento en la masa, ofreciendo una propuesta de vida alternativa ante una sociedad capitalista; es decir, una vida de acogida, de entrega al Reino, de compromiso con los pobres, de alentar al caído, dar dignidad a quien no la encuentra y ser voz de los que no tienen voz».
«Cada día en el seminario está lleno de experiencias nuevas. Las horas pasan tan rápido que, si te descuidas, puedes perderte muchos detalles que Dios te regala en una oración, a través de un hermano o en una canción. Cada segundo se vuelve significativo para quien vive con un corazón abierto a la gracia de Dios, que te impulsa a darte a los demás, sabiendo que Dios lo ha dado todo por nosotros».
«Creo que el seminario es un lugar de crecimiento, un lugar en el que llevar a cabo un discernimiento profundo e iluminado por Jesucristo. Este discernimiento nos ayuda a poner cimientos sólidos sobre los que se construirá una vida de entrega y servicio. Somos conscientes de que tenemos que aprender a buscar el gusto en los sinsabores de la vida tanto como en las alegrías. Para ello, el seminario se convierte en una escuela de realidad que nos interpela a diario. Sobre todo, sabemos que contamos con la gracia divina a pesar de nuestras debilidades. Ese aliento nos da la fuerza a la que no alcanza nuestra propia voluntad».
Estas son palabras de algunos de mis compañeros. Por cierto, no voy a despedir este artículo sin agradecer la labor de cada uno de nuestros formadores y la generosidad de todos los cristianos de Aragón que logran que esto sea posible. Y aprovecho para alentar la ilusión de quien sabe que Dios es grande y nos ama, para animar a los jóvenes a dar ese paso que dará un giro completo a su vida y responderá a la gran pregunta: ¿para qué estoy aquí? ¡Sé rebelde, rebelde con causa, rebelde de amor!
[1] Conferencia Episcopal Española, Formar pastores misioneros. Plan de formación sacerdotal. Normas y orientaciones para la Iglesia en España, Editorial EDICE, Madrid (2020).