María de la Inmaculada, ¡ruega por nosotros!

Carlos Escribano Subías
5 de diciembre de 2024

Unidos a tantos hermanos del mundo entero celebramos en este domingo la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Una de las fiestas marianas más queridas por el pueblo cristiano que, desde muy antiguo, percibe a la Santísima Virgen como la Purísima, la sin pecado desde el primer instante de su ser, por especial privilegio de Dios Padre en atención a los futuros méritos de su Hijo Jesucristo, como declarara el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 al definir como dogma de fe esta verdad. En esta solemnidad admiramos la «pura y limpia Concepción» de nuestra Madre, su pureza singular, su plenitud de gracia y su santidad, obra maestra de la Santísima Trinidad, y hacemos nuestro lo que expresa la liturgia de la Iglesia: «Toda hermosa eres María y en ti no existe la mancha original… El Señor Dios altísimo te ha bendecido Virgen María más que a todas las mujeres de la tierra».

En esta fiesta damos gracias a Dios porque a la hora de dibujar el retrato de la madre de su Hijo, la hizo hermosa, «llena de gracia» y «bendita entre todas las mujeres». Por ello, bendecimos a Dios que nos ha dado como madre a su propia Madre. Le bendecimos también porque en nuestro bautismo hemos recibido la misma gracia que hizo inmaculada a María desde el primer instante de su concepción.  Como María, también nosotros fuimos favorecidos por el misterio de la predilección de Dios, que nos miró con amor, regalándonos la filiación divina y la gracia santificante en los primeros días de nuestra vida. Él nos eligió en la persona de Cristo para que seamos santos e irreprochables, como respuesta natural a su amor de predilección. Él nos regaló la vocación cristiana y nos convocó en la Iglesia, que es nuestra familia, nuestro hogar, el manantial límpido en el que bebemos el agua de la gracia, la mesa familiar en la que cada domingo compartimos el pan de la palabra y de la eucaristía.

La figura de María en su Inmaculada Concepción toma un relieve especial en el corazón del Adviento que estamos comenzando. Ella ha acogido la Palabra en su corazón de virgen y en su seno maternal: la Palabra se ha hecho carne de salvación. Realmente, María es el arca de la nueva y eterna alianza. Desde entonces, Dios es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. En esta celebración y en este tiempo de Adviento todos somos invitados a fijar nuestra mirada en la humildad, en el espíritu generoso de servicio y en la exquisita caridad de santa María. También somos invitados a participar de su alegría. La Gracia trae la verdadera alegría, la da el saberse siempre amados y nunca abandonados por Dios. La alegría de María es plena, pues en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús es la alegría de María y es la alegría de la Iglesia y de todos nosotros en nuestra misión.

Que en este tiempo de Adviento, María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio de la oración; a acoger su Gracia, que nos libra del pecado y de todo egoísmo para gustar así la verdadera alegría. María, llena de gracia, ¡ruega por nosotros!

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