Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de Ramos – C – (13/04/2025)
Antes de iniciar la procesión solemne del Domingo de Ramos se ha leído un fragmento del Evangelio, que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén (Lc 19, 28-40). Luego, en la liturgia de la Palabra de la Eucaristía, hemos escuchado el relato de la pasión según san Lucas. Hoy me apetecía comentar con Jesús esa entrada en Jerusalén, ya que de su pasión y muerte hablamos con frecuencia, y no le ha parecido mal. Con nuestros cafés sobre la mesa, me he atrevido a decirle:
– Tengo la impresión de que pretendías que tu entrada en Jerusalén tuviera la solemnidad con la que entraban los grandes personajes en las ciudades sometidas a su mandato, y me ha sorprendido porque esto no se compagina con tu carácter manso y humilde.
– Tienes razón en lo primero, pero no en lo segundo -me ha replicado tomando entre sus manos una taza de café y, después de beber un sorbo, ha continuado-. Al enviar por delante a dos discípulos para que me trajeran una cabalgadura reivindiqué el derecho, conocido en la antigüedad, de que el rey requisase medios de transporte para entrar en su reino, pero no busqué un brioso corcel, sino un humilde pollino, para que recordaran lo que había dicho de mí el profeta Zacarías: «Decid a la hija de Sion: “Mira a tu rey que viene a ti humilde, montado sobre un pollino”». Además, el responsable de que la gente alfombrase el camino con sus mantos y aclamase «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!» fue Bartimeo, cuando le curé la ceguera. Recuerda que gritaba: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí»; una vez curado se unió a la comitiva aclamándome como “hijo de David” y la gente lo secundó. Tienes razón al pensar que quise entrar en Jerusalén como el rey que venía en el nombre del Señor, pero rey “manso y humilde de corazón”. ¿Lo entiendes?
He tomado mi taza, la he llevado a mis labios y he saboreado el café mientras buscaba las palabras para decirle lo que estaba pensando:
– Por lo que dices estoy llegando a la conclusión de que los gritos de Bartimeo llamándote “hijo de David, por una parte, el que requisases una cabalgadura para llegar a la ciudad, por otra, junto a las resonancias mesiánicas que bullían en la cabeza de la gente provocaron aquel remedo de entrada regia que protagonizaste.
– Pero no fue un remedo, sino una verdadera entrada regia en aquella Ciudad Santa que mataba a los profetas y apedreaba a los que le eran enviados. Por eso, lloré sobre ella diciendo: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas y no habéis querido!».
– Es verdad; aquel mismo día algunos fariseos te requirieron para que reprendieses a tus discípulos e hicieras callar a la gente. ¿Qué temían? ¿Qué Pilato tomara aquella manifestación pacifica como una algarada independentista?
– Más bien seguían bloqueados para reconocer que yo venía en el nombre del Señor. Este es el problema, ahora y siempre: verme como el enviado del Padre o como un competidor con la autoridad y privilegios de los poderosos. Por eso repliqué a aquellos fariseos: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».
– Y bien que gritaron las piedras cuarenta años después, cuando las legiones del Imperio no dejaron piedra sobre piedra. Espero que el misterio que estos días vamos a escenificar por las calles no se quede en un acontecimiento de interés turístico -he pensado mientras pagaba los cafés-.