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Los voluntarios ayudan a las parroquias a protegerse contra el Covid19

Ascen Lardiés
13 de enero de 2021

Mercedes, Carmen, Columna, Mapi, Ana Pili y Aurora se encargan de limpiar la iglesia se Binaced tras cada celebración. En Valcarca lo hacen los animadores de la comunidad y en Ilche, Antonio. En Graus optaron por contratar una empresa para desinfectar la iglesia de san Miguel, donde además han instalado dos máquinas de ozono programadas para limpiar el aire durante dos horas, dos veces al día. Cada iglesia, según sus características, ha incorporado protocolos de limpieza que se repiten todos los días, tras las celebraciones.

“La gente puede estar tranquila porque la seguridad es máxima. Los fieles respetan muchísimo la mascarilla, no hay que decir nada, y siempre se desinfecta”, explica el arcipreste del Cinca Medio, José Antonio Castán. Carteles informativos y dispensadores de gel hidroalcohólico se han sumado al mobiliario de los templos, que reciben con alfombrilla para desinfectar los zapatos. Las medidas, necesarias, suponen un coste añadido y en algún caso, como en Ballobar, donde un grupo de voluntarios limpia y ventila la iglesia, los productos de limpieza se costean gracias a los donativos de los fieles. “Es gravoso, gastamos mucho en unos momentos en los que las colectas son más pequeñas porque hay menos afluencia de gente, pero lo asumimos echando mano de los ahorrillos o gastando menos en otras cosas porque es lo prioritario”, añade el sacerdote.

Y coincide en sus palabras con el delegado del Clero y la Vida Consagrada, Jaime Clusa, quien resalta la normalidad con la que se han incorporado a la liturgia las nuevas directrices sanitarias, desde los sermones con mascarilla o el uso de la palia que cubre cáliz, patena y copones durante la plegaria eucarística, hasta la constante desinfección de las manos del celebrante. “No hay ningún problema. Lo importante es la salud”, afirma.

Cada uno pone de su parte. También los feligreses, respetando la señalización, las normas generales y las específicas. En la Catedral de Barbastro se cuenta rigurosamente a los asistenes. En Graus no se hace fila para comulgar sino que el sacerdote se acerca a los bancos y la da en la mano. En Torreciudad, sí que se guarda fila pero un asistente ayuda a mantener la distancia. En este santuario, el de mayor aforo de la diócesis, optaron por cerrar una de las tres puertas de la iglesia dejando una como entrada, y otra como salida. Solo tienen en uso los dos amplios confesionarios nuevos del templo. El propio penitente desinfecta la rejilla y el reclinatorio, cuando termina el sacramento.

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